![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj1GxPTSVX-nx0qbPgf3x6mfPJtmifXkjcbKJrAJef1jhKiXq9uP9u0vmWvoKBAYIt9BLuKqz3F9joA2ooED-rX1KXhrwE_mfckdq-bgAS52mDPRsX279k8Vht0Howc-FyjUM9vyQ/s200/torreciudad.jpg)
Por consiguiente, se impone a todos los fieles cristianos la noble obligación de trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y aceptado por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra.
Para ejercer este apostolado, el Espíritu Santo, que produce la santificación del pueblo de Dios por el ministerio y por los Sacramentos, concede también dones peculiares a los fieles (Cf. 1 Cor., 12,7) "distribuyéndolos a cada uno según quiere" (1 Cor., 12,11), para que "cada uno, según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los otros", sean también ellos "administradores de la multiforme gracia de Dios" (1 Pe., 4,10), para edificación de todo el cuerpo en la caridad (Cf. Ef., 4,16).