no enseñaban una verdad propia, sino el mensaje
de Cristo que nos ha sido transmitido de generación en generación. Es el vigor
de una Verdad que está por encima de las modas, de la mentalidad de una época
concreta. Nosotros debemos aprender cada vez más a hablar de las cosas de Dios
con naturalidad y sencillez, pero a la vez con la seguridad que Cristo ha
puesto en nuestra alma. Ante la campaña de silencio organizada sistemáticamente
-tantas veces denunciada por los Romanos Pontífices-para oscurecer la verdad,
silenciar los sufrimientos que los católicos padecen a causa de su fe, o las
obras rectas y buenas, que a veces apenas tienen ningún eco en los grandes
medios de difusión, nosotros, cada uno en su ambiente, hemos de servir de
altavoz a la verdad. Algunos Papas han calificado esta actitud de conspiración
del silencio (
Cfr. PIO XI, Enc. Divini Redemptoris,
10-III-1937) ante las obras buenas, literarias, científicas,
religiosas, de promoción social, de buenos católicos o de las instituciones que
las promueven. Por el hecho mismo de ser católicos, muchos medios de difusión
callan o los dejan en la penumbra.
Nosotros podemos hacer mucho bien en este
apostolado de opinión pública. A veces llegaremos sólo a los vecinos o a los
amigos que visitamos o nos visitan, o mediante una carta a los medios de
comunicación o una llamada a un programa de radio que pide opiniones sobre un
tema controvertido y que quizá tiene un fondo doctrinal que debe ser aclarado,
respondiendo con criterio a una encuesta pública, aconsejando un buen libro...
Debemos rechazar la tentación de desaliento, de que quizá «podemos poco». Un
inmenso río que lleva un caudal enorme está alimentado de pequeños regueros
que, a su vez, se han formado quizá gota a gota. Que no falte la nuestra. Así
comenzaron los primeros cristianos en la difusión de la Verdad.