Se recomienza y se lucha ante todo por darle "una alegría" al Señor: quien ama busca contentar al amado, aunque personalmente le cueste sacrificio. En este sentido preguntaba el Papa Juan Pablo II: "qué es la santidad?". Y respondía: "Es precisamente la alegría de hacer la Voluntad de Dios"
No se trata, pues, de hacer un esfuerzo ascético sobrehumano para alcanzar unas determinadas metas, como podríamos hacer en cualquier otro empeño difícil. No se pretende la perfección por si misma, la "autoperfección", sino crecer en al amor a Dios en el que tienen su origen y al que llevan las virtudes verdaderas. Por eso no se insistirá tanto en el cumplimiento material de una determinada virtud, sino en el amor a Dios que supone la lucha por cumplirla. No se trata de llegar al final de nuestra carrera con un expediente sin borrón alguno, sino de empeñarnos en cumplir con amor la voluntad de Dios.