“Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.”
(Dt 5,6) Este es el mandamiento de Dios y él no puede pedir lo imposible. El
amor es un fruto que madura en todas las estaciones y siempre está disponible.
Todo el mundo lo puede coger. No hay límite que se imponga a nuestro deseo. La
meditación y el espíritu de oración, el sacrificio y la intensidad de la vida
interior son para todos nosotros los medios de alcanzar este amor.
Si no hay ningún límite es porque
Dios es amor, (1Jn 4,8) y el amor es Dios. Lo que realmente nos une a Dios es
una relación de amor. Y el amor de Dios es infinito. Y tener parte en este amor
significa amar y darse hasta el sacrificio. Por esto, no se trata tanto de lo
que hacemos como del amor con que lo hacemos, con que nos entregamos. Por esto,
la gente que no sabe ni dar ni recibir amor son, aunque tengan muchas riquezas,
las personas más pobres de los pobres.