Con
la muerte, la opción de vida hecha por el hombre se hace definitiva –su vida
está delante del Juez. La opción que a lo largo de la vida ha ido tomando una
forma concreta, puede tener diversas características. Puede haber personas que
han destruido totalmente en ellas el deseo de la verdad y la disponibilidad
para el amor, personas en las cuales todo se ha hecho mentira, personas que han
vivido para el odio y que en ellas mismas han pisoteado el amor. Es una
terrible perspectiva pero ciertos personajes de nuestra historia dejan
entrever, de manera espantosa, la existencia de perfiles de esta clase. En
semejantes individuos ya no habría posible remedio para nada y la destrucción
del bien sería irrevocable: esto es lo que se quiere indicar con la palabra
«infierno».
Por otra parte, puede haber personas muy
puras, que se han dejado penetrar enteramente por Dios y que, por consiguiente,
están totalmente abiertas al prójimo; personas que ya desde ahora han dejado
que su ser esté totalmente orientado a Dios y el mero hecho de ir hacia él es
tan sólo el cumplimiento de lo que ya son.
Sin embargo, y según nuestras
experiencias, ni un caso ni otro son los normales en la existencia humana. En
la mayoría de los hombres –como lo podemos suponer- una última apertura
interior a la verdad, al amor, a Dios, permanece presente en lo más profundo de
su ser. Pero en las opciones concretas de la vida, su opción ha quedado desde
siempre recubierta con nuevos pactos con el mal... ¿Qué ocurre con estos
individuos cuando se presentan ante el Juez? ¿Acaso todas las cosas sucias que
han ido acumulando a lo largo de su vida, de repente se volverán
insignificantes?... En la primera carta a los Corintios, san Pablo nos da una
idea del diferente impacto que será el juicio de Dios sobre el hombre según su
estado... «Encima del cimiento ya puesto se puede edificar con oro, plata,
piedras preciosas o con madera, heno o paja: lo que ha hecho cada uno saldrá a
la luz; el día del juicio lo manifestará; porque ese día despuntará con fuego,
y el fuego pondrá a prueba la calidad de cada construcción. Aquél, cuya obra,
construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa. Más aquél, cuya
obra quede abrasada, sufrirá el daño. El, no obstante, quedará a salvo, pero
como quien pasa a través del fuego» (3,12-15).