¿Quién, sosteniendo hoy entre sus manos un cirio encendido, no recuerda
instantáneamente a aquel anciano que en este día recibió en sus brazos a Jesús,
Verbo encarnado, luz de las naciones que brilla en el cirio, y que dio
testimonio de la luz que ilumina a los gentiles? El viejo Simeón era todo él
una llama encendida que iluminaba, dando testimonio de la luz, él que, lleno
del Espíritu Santo, recibió, oh Dios, tu misericordia en medio de tu templo
(Sal 47,10) y dio testimonio que Jesús es la misericordia y la luz de tu
pueblo...
¡Regocíjate, anciano justo, ve hoy lo que habías vislumbrado desde
antiguo: las tinieblas del mundo se han disipado, las naciones caminan a la luz
del Señor (cf Is 60,3). Toda la tierra está llena de su gloria, (Is 6,3) de la
esta luz que tu escondías en otro tiempo en tu corazón y que hoy ilumina tus
ojos...Abraza, o santo anciano, la sabiduría de Dios y que te rejuvenezcas(Sal
102,5). Recibe en tu corazón la misericordia de Dios y que tu vejez conocerá la
dulzura de la misericordia. “Descansará sobre mi pecho”, dice la Escritura (Ct
1,12). Incluso cuando lo devuelva a su madre, se quedará conmigo. Mi corazón se
embriagará de su misericordia y más aún, el corazón de su madre...Doy gracias y
alabo a Dios por ti, llena de gracia, tú has dado al mundo la misericordia que
yo acojo; el cirio que tú preparaste, lo tengo entre mis manos...
Y
vosotros, hermanos, ved el cirio arder entre las manos de Simeón, encended
vuestros cirios con la luz del anciano... Entonces, no sólo llevaréis una luz
en vuestras manos, sino vosotros mismos seréis luz. Luz en vuestro corazón, luz
en vuestras vidas, luz para vosotros, luz para vuestros hermanos.