Hombre, ¿por qué te
consideras tan vil, tú que tanto vales a los ojos de Dios? ¿Por qué te
deshonras de tal modo, tú que has sido tan honrado por Dios? ¿Por qué te
preguntas tanto de dónde has sido hecho, y no te preocupas de para qué has sido
hecho? ¿Por ventura todo este mundo que ves con tus ojos no ha sido hecho
precisamente para que sea tu morada?. Para ti ha sido creada esta luz que
aparta las tinieblas que te rodean; para ti ha sido establecida la ordenada
sucesión de días y noches; para ti el cielo ha sido iluminado con este variado
fulgor del sol, de la luna, de las estrellas; para ti la tierra ha sido
adornada con flores, árboles y frutos; para ti ha sido creada la admirable
multitud de seres vivos que pueblan el aire, la tierra y el agua, para que una
triste soledad no ensombreciera el gozo del mundo que empezaba. Y el Creador
encuentra el modo de acrecentar aún más tu dignidad: pone en ti su imagen (Gn
1,26), para que de este modo hubiera en la tierra una imagen visible de su
Hacedor invisible y para que hicieras en el mundo sus veces, a fin de que un
dominio tan vasto no quedara privado de alguien que representara a su Señor.
Más aún, Dios, por su clemencia, tomó en sí lo que en ti había hecho por sí y
quiso ser visto realmente en el hombre, en el que antes sólo había podido ser
contemplado en imagen; y concedió al hombre ser en verdad lo que antes había
sido solamente en semejanza... La Virgen concibió y dio a luz un hijo (Mt
1,23-25).
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