Amados míos, “la tierra está llena de la misericordia de
Dios” (Sal 32,5) en todo tiempo... No obstante, el retorno de los días más particularmente
marcados por el misterio de la restauración humana, estos día que preceden a la
fiesta de Pascua, nos anima a prepararnos por una purificación religiosa... La
fiesta de pascua tiene la particularidad que toda la Iglesia se alegra a causa del
perdón de los pecados. Este perdón se realiza no solamente en aquellos que
renacen por el bautismo sino también en aquellos que ya forman parte de la
comunidad de los hijos (adoptivos) de Dios.
Es verdad que, principalmente por el baño de un nuevo nacimiento,
somos regenerados en hombres nuevos(Tit 3,5). Con todo, nos conviene a todos
renovarnos diariamente para combatir el deterioro de nuestra
condición mortal y, en las etapas de nuestro progreso, no hay nadie que no
tenga que caminar siempre hacia una perfección mayor. Todos debemos esforzarnos
para que el día de la redención nadie permanezca en los vicios de otros
tiempos.
Lo que cada cristiano tiene que hacer en todo momento,
queridos míos, hay que hacerlo ahora con un empeño mayor y generosidad más
grande. Así cumpliremos el ayuno de cuarenta días instituido por los apóstoles,
no tanto reduciendo nuestro alimento, sino, sobre todo, guardando abstinencia
de nuestros pecados... No hay nada más provechoso que unir a los ayunos
razonables de los santos la práctica de la limosna... Bajo el nombre de las
obras de misericordia, la limosna engloba las acciones de bondad dignas de
elogio, y así las almas de todos los fieles pueden unirse en un mismo mérito,
sea cual sea la desigualdad de su condición y sus recursos.