Hijo, si te decides a servir al Señor, prepara tu alma
para la prueba.
Endereza tu corazón, sé firme, y no te inquietes en el
momento de la desgracia.
Únete al Señor y no te separes, para que al final de tus
días seas enaltecido.
Acepta de buen grado todo lo que te suceda, y sé paciente
en las vicisitudes de tu humillación.
Porque el oro se purifica en el fuego, y los que agradan
a Dios, en el crisol de la humillación.
Confía en él, y él vendrá en tu ayuda, endereza tus
caminos y espera en él.
Los que temen al Señor, esperen su misericordia, y no se
desvíen, para no caer.
Los que temen al Señor, tengan confianza en él, y no les
faltará su recompensa.
Los que temen al Señor, esperen sus beneficios, el gozo
duradero y la misericordia.
Fíjense en las generaciones pasadas y vean: ¿Quién confió
en el Señor y quedó confundido? ¿Quién perseveró en su temor y fue abandonado?
¿Quién lo invocó y no fue tenido en cuenta?
Porque el Señor es misericordioso y compasivo, perdona
los pecados y salva en el momento de la aflicción.