Todos aspiramos a ser felices y a estar en paz. Hemos sido creados para eso y no podemos encontrar la felicidad y la paz sin amar a Dios, amarlo nos trae felicidad y bienestar. Muchos, sobre todo en Occidente, piensan que vivir en la comodidad da la felicidad. Yo pienso que es más difícil ser feliz en la riqueza pues las preocupaciones para ganar dinero y conservarlo nos ocultan a Dios. Sin embargo, si Dios les ha confiado riquezas, háganlas que sirvan a sus obras: ayuden a los demás, ayuden a los pobres, creen empleos, den empleos a los demás. No malgasten vanamente su fortuna; tener una casa, honores, la libertad, la salud, todo esto nos ha sido confiado por Dios para ponerlo al servicio de aquellos que son menos afortunados que nosotros.
Jesús dijo: «lo que hagan con alguno de los más pequeños
de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí» (Mt 25:40). Por consecuente, la
única cosa que puede entristecerme es ofender a nuestro Señor por mi egoísmo,
mi falta de caridad hacia los demás o de ofender a alguien. Hiriendo a los
pobres, hiriéndonos los unos a los otros, herimos a Dios.
Es a Dios a quien pertenece el dar y retomar (Job 1:21);
compartan entonces lo que han recibido, incluso sus propias vidas.