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Esta novedad radical que la
Eucaristía introduce en la vida del hombre ha estado presente en la conciencia
cristiana desde el principio. Los fieles percibieron en seguida el influjo
profundo que la celebración eucarística ejercía sobre su estilo de vida. San
Ignacio de Antioquía (?-v. 110) expresaba esta verdad definiendo a los
cristianos como “los que han llegado a la nueva esperanza”, y los presentaba
como los que viven “según el domingo”. Esta fórmula del gran mártir antioqueno
pone claramente de relieve la relación entre la realidad eucarística y la vida
cristiana en su cotidianidad. La costumbre característica de los cristianos de
reunirse el primer día después del sábado para celebrar la resurrección de
Cristo —según el relato de san Justino mártir (v. 100-160) — es el hecho que
define también la forma de la existencia renovada por el encuentro con Cristo.
La fórmula de san Ignacio —“vivir
según el domingo”— subraya también el valor paradigmático que este día santo
posee con respecto a cualquier otro día de la semana. En efecto, su diferencia
no está simplemente en dejar las actividades habituales, como una especie de
paréntesis dentro del ritmo normal de los días. Los cristianos siempre han
vivido este día como el primero de la semana, porque en él se hace memoria de
la radical novedad traída por Cristo. Así pues, el domingo es el día en que el
cristiano encuentra aquella forma eucarística de su existencia que está llamado
a vivir constantemente. “Vivir según el domingo” quiere decir vivir conscientes
de la liberación traída por Cristo y desarrollar la propia vida como ofrenda de
sí mismos a Dios, para que su victoria se manifieste plenamente a todos los
hombres a través de una conducta renovada íntimamente.