18.3.23

Libro de Oseas 6, 3y6.

Esforcémonos por conocer al Señor: su aparición es cierta como la aurora. Vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia de primavera que riega la tierra».

Porque yo quiero amor y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos.

 

15.3.23

La Alegría de Creer, Autora: Venerable Madeleine Delbrêl (1904-1964) laica, misionera en la ciudad.

 

“Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (Mt 5,48)

En la medida que un cristiano profesa su fe y trata de vivirla, deviene insólito tanto para los creyentes como para los no creyentes. (…) Lo insólito del cristiano es simplemente su semejanza a Jesucristo, semejanza a Jesucristo incorporada a un hombre por el bautismo y que, atravesando su corazón, llega a flor de piel. (…)

No sólo cree en Dios, sino que lo debe amar como un hijo ama a un padre amante y todopoderoso, a la manera de Cristo. (…)

No sólo ama a su prójimo como a si-mismo, sino que debe amarlo “como Cristo nos amó”, a la manera de Cristo. (…)

No sólo es hermano de su prójimo, sino del prójimo universal. (…)

No sólo da sino que comparte, presta pero no reclama, está disponible para lo que le piden y para más de lo que le piden. (…)

No sólo hermano de los que lo aman, sino también de sus enemigos. No sólo soporta los golpes, sino que no se aleja del que lo golpea.

No sólo no devuelve el mal, sino que perdona, olvida. No sólo olvida, sino que cuando le hacen un mal, devuelve un bien.

No sólo sufre y es puesto a muerte por algunos, sino que muere sufriendo para ellos. No sólo una vez sino cada vez. (…)

No sólo compartiendo lo que es de él o está en él, sino dando lo único que Dios le ha dado como propio: su propia vida. (…)

No sólo es feliz porque vive gracias a Dios y por Dios, sino porque vivirá y hará vivir a sus hermanos con Dios, para siempre.

La alegría de creer (La joie de croire, Seuil, 1968), trad.sc©evangelizo.org

 

14.3.23

Amigos de Dios N° 138, Autor: San Josemaría

¿Procuras tomar ya tus resoluciones de propósitos sinceros? Pídele al Señor que te ayude a mortificarte por amor suyo; a poner en todo, con naturalidad, el aroma purificador de la penitencia; a gastarte en su servicio sin espectáculo, silenciosamente, como se consume la lamparilla que parpadea junto al Tabernáculo. Y por si no se te ocurre ahora cómo responder concretamente a los requerimientos divinos que golpean en tu corazón, óyeme bien.


Penitencia es el cumplimiento exacto del horario que te has fijado, aunque el cuerpo se resista o la mente pretenda evadirse con ensueños quiméricos. Penitencia es levantarse a la hora. Y también, no dejar para más tarde, sin un motivo justificado, esa tarea que te resulta más difícil o costosa.

La penitencia está en saber compaginar tus obligaciones con Dios, con los demás y contigo mismo, exigiéndote de modo que logres encontrar el tiempo que cada cosa necesita. Eres penitente cuando te sujetas amorosamente a tu plan de oración, a pesar de que estés rendido, desganado o frío.



Penitencia es tratar siempre con la máxima caridad a los otros, empezando por los tuyos. Es atender con la mayor delicadeza a los que sufren, a los enfermos, a los que padecen. Es contestar con paciencia a los cargantes e inoportunos. Es interrumpir o modificar nuestros programas, cuando las circunstancias —los intereses buenos y justos de los demás, sobre todo— así lo requieran.


La penitencia consiste en soportar con buen humor las mil pequeñas contrariedades de la jornada; en no abandonar la ocupación, aunque de momento se te haya pasado la ilusión con que la comenzaste; en comer con agradecimiento lo que nos sirven, sin importunar con caprichos.

Penitencia, para los padres y, en general, para los que tienen una misión de gobierno o educativa, es corregir cuando hay que hacerlo, de acuerdo con la naturaleza del error y con las condiciones del que necesita esa ayuda, por encima de subjetivismos necios y sentimentales.

El espíritu de penitencia lleva a no apegarse desordenadamente a ese bosquejo monumental de los proyectos futuros, en el que ya hemos previsto cuáles serán nuestros trazos y pinceladas maestras. ¡Qué alegría damos a Dios cuando sabemos renunciar a nuestros garabatos y brochazos de maestrillo, y permitimos que sea El quien añada los rasgos y colores que más le plazcan!

13.3.23

La Trinidad XV, XXVIII,51; Autor: San Agustín (354-430)

 

Dame la fuerza de buscarte!

Señor Dios nuestro, en ti creemos, Padre, Hijo y Espíritu Santo. (...)
Te he buscado
en cuanto me ha sido posible,
en cuanto tú me has hecho capaz,
y he tratado de comprender con la razón lo que creía con la fe;
mucho he discutido y mucho me he esforzado.
Señor y Dios mío, mi única esperanza,
óyeme para que no sucumba al desaliento y deje de buscarte;
ansíe siempre tu rostro con ardor.
Dame la fuerza de buscarte,
tú que te dejas encontrar
y que me has dado la esperanza de poder encontrarte cada vez más.
Ante ti está mi fuerza y mi debilidad;
conserva aquélla, sana ésta.
Ante ti está mi saber y mi ignorancia.
Allí donde tú me has abierto, acoge a quien entra;
allí donde has cerrado, abre a quien llama.
Haz que me acuerde siempre de ti,
te comprenda,
te ame.

11.3.23

Evangelio según San Marcos 9, 33-37.

Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: "¿De qué hablaban en el camino?". Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. 

Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: "El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos". Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: "El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado". 



HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI EN LA SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI 11 de junio de 2009

San Juan María Vianney solía decir a sus parroquianos: "Venid a la Comunión... Es verdad que no sois dignos, pero la necesitáis" (Bernad Nodet, Le curé d'Ars. Sa pensée - Son coeur, ed. Xavier Mappus, París 1995, p. 119). Conscientes de ser indignos a causa de los pecados, pero necesitados de alimentarnos con el amor que el Señor nos ofrece en el sacramento eucarístico, renovemos esta tarde nuestra fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. No hay que dar por descontada nuestra fe. Hoy existe el peligro de una secularización que se infiltra incluso dentro de la Iglesia y que puede traducirse en un culto eucarístico formal y vacío, en celebraciones sin la participación del corazón que se expresa en la veneración y respeto de la liturgia.

...

Por tanto, con la Eucaristía el cielo viene a la tierra, el mañana de Dios desciende al presente, y en cierto modo el tiempo es abrazado por la eternidad divina.

 

1.3.23

Salmo 37(36),3-4.18-19.27-28.39-40

 

Confía en el Señor y practica el bien;

habita en la tierra y vive tranquilo:

que el Señor sea tu único deleite,

y él colmará los deseos de tu corazón.

El Señor se preocupa de los buenos

y su herencia permanecerá para siempre;

 

no desfallecerán en los momentos de penuria,

y en tiempos de hambre quedarán saciados.

Aléjate del mal, practica el bien,

y siempre tendrás una morada,

porque el Señor ama la justicia

y nunca abandona a sus fieles.

 

Los impíos serán aniquilados

y su descendencia quedará extirpada,

La salvación de los justos viene del Señor,

él es su refugio en el momento del peligro;

el Señor los ayuda y los libera,

los salva porque confiaron en él.

Libro de Eclesiástico 2,1-11.

Hijo, si te decides a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba.

Endereza tu corazón, sé firme, y no te inquietes en el momento de la desgracia.

Únete al Señor y no te separes, para que al final de tus días seas enaltecido.

Acepta de buen grado todo lo que te suceda, y sé paciente en las vicisitudes de tu humillación.

Porque el oro se purifica en el fuego, y los que agradan a Dios, en el crisol de la humillación.

Confía en él, y él vendrá en tu ayuda, endereza tus caminos y espera en él.

Los que temen al Señor, esperen su misericordia, y no se desvíen, para no caer.

Los que temen al Señor, tengan confianza en él, y no les faltará su recompensa.

Los que temen al Señor, esperen sus beneficios, el gozo duradero y la misericordia.

Fíjense en las generaciones pasadas y vean: ¿Quién confió en el Señor y quedó confundido? ¿Quién perseveró en su temor y fue abandonado? ¿Quién lo invocó y no fue tenido en cuenta?

Porque el Señor es misericordioso y compasivo, perdona los pecados y salva en el momento de la aflicción.