11.9.19

Hablar con Dios, Tomo VI, N° 52; Autor Francisco Fernandez Carvajal

Juan Pablo I, en la catequesis que llevó a cabo en su corto pontificado, hizo mención de la ejemplar historia de las dieciséis carmelitas mártires durante la Revolución francesa, beatificadas por Pío X. Parece que durante el proceso se pidió que fueran condenadas «a muerte por fanatismo». Una de ellas preguntó al juez: «¿qué quiere decir fanatismo?», y él le contestó: «Vuestra boba pertenencia a la religión». Pronunciada la sentencia, mientras las conducían hacia el cadalso, cantaban himnos religiosos; llegadas al lugar de la ejecución, una tras otra se arrodillaron ante la Priora para renovar su voto de obediencia. Después entonaron el Veni Creator; el canto se iba haciendo cada vez más débil a medida que las cabezas de las religiosas caían bajo la guillotina. Quedó en último lugar la Priora, cuyas últimas palabras fueron éstas: «El amor saldrá siempre victorioso, el amor lo puede todo» . 

11.8.19

Simón Pedro, Capítulo 1; Autor: George Chevrot

“¿Cuál es nuestra vocación?” Sería conveniente que repasaseis de cuando en cuando, en el aniversario de vuestro bautismo o primera Comunión, por ejemplo, las oraciones de la liturgia bautismal. Su atrevimiento es sencillamente desconcertante: por lo menos nos ilustran sin oscuridad alguna sobre nuestra vocación cristiana. Se resumen en esta declaración inaudita que Cristo dirige al neófito, quien desde entonces solo forma un cuerpo con él: “Tú eras hijo de un hombre, desde ahora te llamarás hijo de Dios

17.7.19

Ascética Meditada, Cáp. 2, Autor: Salvador Canals

Hablaba un día con un joven, precisamente como lo estoy haciendo ahora contigo, amigo mío. Trataba de convencerlo de la necesidad de que viviera cristianamente su vida, frecuentase los sacramentos, fuese alma de oración, y diese a toda su vida una orientación sobrenatural.
- Jesús- le decía- tiene necesidad de almas que, con gran naturalidad y con gran entrega de sí mismas, vivan en el mundo una vida íntegramente cristiana.
Pero en sus ojos se transparentaba la resistencia de su alma; y sus palabras aducían justificaciones contra cuanto su voluntad se negaba a aceptar. Pocos minutos después resumió con sinceridad lo que, hasta entonces, quizá no se hubiera dicho ni aun a sí mismo:
- No puedo vivir como usted dice, porque soy muy ambicioso.
Y recuerdo lo que le respondí:
- Mira: tienes enfrente a un hombre mucho más ambicioso que tú, a un hombre que quiere ser santo. Pues mi ambición es tanta, que no se contenta con ninguna cosa terrena: ambiciono a Jesucristo, que es Dios, y al Paraíso, que es su gloria y su felicidad, y la vida eterna.

17.3.19

Primera Carta de San Pedro 5,1-4

Exhorto a los presbíteros que están entre ustedes, siendo yo presbítero como ellos y testigo de los sufrimientos de Cristo y copartícipe de la gloria que va a ser revelada.
Apacienten el Rebaño de Dios, que les ha sido confiado; velen por él, no forzada, sino espontáneamente, como lo quiere Dios; no por un interés mezquino, sino con abnegación; no pretendiendo dominar a los que les han sido encomendados, sino siendo de corazón ejemplo para el Rebaño.
Y cuando llegue el Jefe de los pastores, recibirán la corona imperecedera de gloria.

16.3.19

Concilio Vaticano II Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia «Ad Gentes», N° 10-11

La Iglesia, enviada por Cristo para manifestar y comunicar la caridad de Dios a todos los hombres y pueblos, sabe que le queda por hacer todavía una obra misionera ingente. Pues los dos mil millones de hombres, cuyo número aumenta sin cesar, que se reúnen en grandes y determinados grupos con lazos estables de vida cultural, con las antiguas tradiciones religiosas, con los fuertes vínculos de las relaciones sociales, todavía nada o muy poco oyeron del Evangelio; de ellos unos siguen alguna de las grandes religiones, otras permanecen ajenos al conocimiento del mismo Dios, otros niegan expresamente su existencia e incluso a veces lo persiguen.
La Iglesia, para poder ofrecer a todos el misterio de la salvación y la vida traída por Dios, debe insertarse en todos estos grupos con el mismo afecto con que Cristo se unió por su encarnación a determinadas condiciones sociales y culturales de los hombres con quienes convivió.

Es necesario que la Iglesia esté presente en estos grupos humanos por medio de sus hijos, que viven entre ellos o que a ellos son enviados. Porque todos los fieles cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra el nombre nuevo de que se revistieron por el bautismo, y la virtud del Espíritu Santo, por quien han sido fortalecidos con la confirmación, de tal forma que, todos los demás, al contemplar sus buenas obras, glorifiquen al Padre y perciban, cabalmente, el sentido auténtico de la vid y el vínculo universal de la unión de los hombres.

Para que los mismos fieles puedan dar fructuosamente este testimonio de Cristo, reúnanse con aquellos hombres por el aprecio y la caridad, reconózcanse como miembros del grupo humano en que viven, y tomen parte en la vida cultural y social por las diversas relaciones y negocios de la vida humana; estén familiarizados con sus tradiciones nacionales y religiosas, descubran con gozo y respeto las semillas de la Palabra que en ellas laten; pero atiendan, al propio tiempo, a la profunda transformación que se realiza entre las gentes y trabajen para que los hombres de nuestro tiempo, demasiado entregados a la ciencia y a la tecnología del mundo moderno, no se alejen de las cosas divinas, más todavía, para que despierten a un deseo más vehemente de la verdad y de la caridad revelada por Dios.

Como el mismo Cristo escudriñó el corazón de los hombres y los ha conducido con un coloquio verdaderamente humano a la luz divina, así sus discípulos, inundados profundamente por el espíritu de Cristo, deben conocer a los hombres entre los que viven, y tratar con ellos, para advertir en diálogo sincero y paciente las riquezas que Dios generoso ha distribuido a las gentes; y, al mismo tiempo, esfuércense en examinar sus riquezas con la luz evangélica, liberarlas y reducirlas al dominio de Dios Salvador.