24.1.09

Constitución Dogmática Lumen Gentium, Nº 9

En todo tiempo y en todo pueblo son adeptos a Dios los que le temen y practican la justicia (cf. Act., 10,35). Quiso, sin embargo, Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados entre sí, sino constituirlos en un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente. Eligió como pueblo suyo el pueblo de Israel, con quien estableció una alianza, y a quien instruyo gradualmente manifestándole a Sí mismo y sus divinos designios a través de su historia, y santificándolo para Sí. Pero todo esto lo realizó como preparación y figura de la nueva alianza, perfecta que había de efectuarse en Cristo, y de la plena revelación que había de hacer por el mismo Verbo de Dios hecho carne. "He aquí que llega el tiempo -dice el Señor-, y haré una nueva alianza con la casa de Israel y con la casa de Judá. Pondré mi ley en sus entrañas y la escribiré en sus corazones, y seré Dios para ellos, y ellos serán mi pueblo... Todos, desde el pequeño al mayor, me conocerán", afirma el Señor (Jr., 31,31-34). Nueva alianza que estableció Cristo, es decir, el Nuevo Testamento en su sangre (cf. 1Cor., 11,25), convocando un pueblo de entre los judíos y los gentiles que se condensara en unidad no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera un nuevo Pueblo de Dios. Pues los que creen en Cristo, renacidos de germen no corruptible, sino incorruptible, por la palabra de Dios vivo (cf. 1Pe., 1,23), no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo (cf. Jn., 3,5-6), son hechos por fin "linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo de adquisición ... que en un tiempo no era pueblo, y ahora pueblo de Dios" (Pe., 2,9-10).

19.1.09

Encíclica Mater et Magistra Nº 1, Autor: Beato Juan XXIII

Madre y Maestra de pueblos, la Iglesia católica fue fundada como tal por Jesucristo para que, en el transcurso de los siglos, encontraran su salvación, con la plenitud de una vida más excelente, todos cuantos habían de entrar en el seno de aquélla y recibir su abrazo. A esta Iglesia, columna y fundamente de la verdad (1Tim 3,15), confió su divino fundador una doble misión, la de engendrar hijos para sí, y la de educarlos y dirigirlos, velando con maternal solicitud por la vida de los individuos y de los pueblos, cuya superior dignidad miró siempre la Iglesia con el máximo respeto y defendió con la mayor vigilancia.

17.1.09

Decreto Unitatis Redintegratio Nº 24

Este Sagrada Concilio desea ardientemente que los proyectos de los fieles católicos progresen en unión con los proyectos de los hermanos separados, sin que se pongan obstáculos a los caminos de la Providencia y sin prejuicios contra los impulsos que puedan venir del Espíritu Santo. Además, se declara conocedor de que este santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la única Iglesia de Jesucristo excede las fuerzas y la capacidad humana. Por eso pone toda su esperanza en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del Padre para con nosotros, en la virtud del Espíritu Santo.

15.1.09

Ilustrísimos Señores; Capítulo: En qué clase de mundo..., Autor: Albino Luciani

de la carta de Albino Luciani a Gilbert K. Chesterton:

Lo que muchos combaten no es al verdadero Dios, sino la falsa idea que se han hecho de Dios: un Dios que protege a los ricos, que no hace más que pedir y acuciar, que siente envidia de nuestro progreso, que espía continuamente desde arriba nuestros pecados para darse el placer de castigarlos.
Querido Chesterton, tú lo sabes, Dios no es así: es justo y bueno a la vez; Padre también de los hijos pródigos, a los que desea ver no mezquinos y miserables, sino grandes, libres, creadores de su propio destino. Nuestro Dios es tan poco rival del hombre, que ha querido hacerle su amigo, llamándole a participar de su misma naturaleza divina y de su misma eterna felicidad. Ni tampoco es verdad que nos pida demasiado; al contrario, se contenta con poco, porque sabe muy bien que no tenemos gran cosa.
Querido Chesterton, estoy tan convencido como tú: este Dios se hará conocer y amar cada vez más; y de todos, incluidos los que hoy lo rechazan, no porque sean malos (¡son quizá mejores que nosotros dos!), sino porque le miran desde un punto de vista equivocado. ¿Que ellos siguen sin creer en Él? Él les responde: soy Yo el que cree en vosotros”

7.1.09

LIBRO DE LA VIDA, Capítulo 6; Autora: Santa Teresa de Jesús

Y tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendéme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad como de otras mayores de honra y pérdida de alma este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra que como tenía el nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide.
Esto han visto otras algunas personas, a quien yo decía se encomendasen a él, también por experiencia; y aun hay muchas que le son devotas de nuevo, experimentando esta verdad.

AUDIENCIA GENERAL, Miércoles 15 de noviembre de 1978; Autor: Juan Pablo II

Porque el hombre teme por naturaleza espontáneamente el peligro, los disgustos y sufrimientos. Pero no sólo en los campos de batalla hay que buscar hombres valientes, sino en las salas de los hospitales o en el lecho del dolor.

4.1.09

Getsemaní, pág. 156-157; Autor: Mons. Javier Echevarría

El espíritu está pronto, pero la carne es débil. Ya se advierte, por lo que venimos considerando, que, si esa prontitud connatural del "espíritu" -de la nueva criatura en Cristo- no se cultiva en la oración y en la entrega, la "carne" -la debilidad del hombre consecuencia del pecado- puede imponerse al "espíritu". El redentor conoce de sobra que, si no enreciamos el espíritu con perseverancia, la criatura se vuelve esclava de la miseria, incapaz de escoger la victoria que le conviene. Se enrecia el espíitu por el amor vigilante -cor meum vigilat(Ct 5, 2)-, por el cultivo del amor cristiano, por la oración y el espíritu de sacrificio.


Para agradar a Dios, para corresponder al Amor con amor, decidámonos a proceder como dos personas que se quieren sinceramente. Viven con la determinación de sacrificarse el uno por el otro; gastan sus días para robustecer ese amor, pasando por enciama del propio yo y acomodándose a lo que agrada al ser que tanto estiman. No se detienen en cálculos de generosidad, ¡aman!

Getsemaní, pág. 157; Autor: Mons. Javier Echevarría

Nada más lejos del cristiano que un comportamiento mediocre, ramplón, que no se esfuerza por adentrarse en la vida de la gracia. Adopta Satanás una táctica muy sagaz con los cristianos: los persuade a no exagerar, quedándose sólo en un cumplimiento mínimo. Va arrancando poco a poco del alma el afán sano y santo de llegar más lejos, de portarse con coherencia en las diversas circunstancias, es decir, como personas que se conforman con una respuesta a medias. De esa falta de lucha para crecer brotan conductas chatas, ancladas en la comodidad, sin recursos para responder que no a la tentación, proclives a las claudicaciones.

La criatura es más auténticamente humana en la medida en que se perfecciona la imagen y semejanza de Dios (cfr. Gn 1, 26-27). En esta determinación encuentran el hombre y la mujer el sentido más hondo y más feliz de us existencia. Tenemos que rechazar la idea, desgraciadamente difundida, de que imitar a Crsito supone un nivel de conducta que nos supera. Nada más lejos de la verdad. Mientras no nos persuadamos de que, con la gracia de Dios, podemos lograr esa identificación, significa que seguimos pactando con la mediocridad, renunciando a la incomparable aventura de tratar a Cristo de cerca, como Amigo, Hermano, Maestro, Médico.

Getsemaní, pág. 158; Autor: Mons. Javier Echevarría

Cuando se mantiene alerta el espíritu, aunque la debilidad abra una brecha en la respuesta humana, se puede remediar inmediatamente, taponando la herida y recomenzando, porque el Señor no se hastía de salir a nuestro encuentro.

A los cristianos incumbe el deber de apreciar la grandeza con que Dios nos ama y nos asiste. No podemos contestar con un basta, hemos de ir siempre a más -desde la contrición, si es preciso-, con el fin de no desaprovechar el tiempo que se nos concede, en el que nadie puede sustituirnos, y que no se vuelve a presentar.

Getsemaní, pág. 158; Autor: Mons. Javier Echevarría

No es un dato más entre tantos el hecho de que la Biblia sea el libro más vendido en el mundo. Significa que en el corazón y en la inteligencia de la gente late la sed de Dios, de un Dios que, siendo prefecto e incomprehensible, se pone a nuestro alcance y son repite que podemos recorrer sus pasos y compartir su Vida.

Participar en la intimidad de Jesucristo es vigilar, sin dar cauce al egoísmo, a la comodidad, a la soberbia, a la sensualidad... Con Jesús, nuestra pequeñez se torna instrumento de increíbles proyectos, como aquellos pobres pescadores que se durmieron en Getsemaní pero que, en cuanto vigilaron con Él en oración recia y perseverante, dieron la vuelta al mundo pagano, con la fuerza de Pentecostés, no obstante su tangible debilidad personal y su indigencia de medios.

Roma, Dulce Hogar, Página 103-105, Autores: Scott y Kimberly Hahn

El Padre John Debicki, mi amigo sacerdote de Pittsburgh, me puso en contacto con el Layton Study Center, un centro del Opus Dei en Milwaukee. Los amigos que hice allí, tanto los sacerdotes como los otros miembros, me ofrecieron un enfoque práctico de oración, trabajo, familia y apostolado, que integró todo lo positivo de mi experiencia evangélica dentro de un sólido plan de vida católico. Se me enseñó y se me animó, como laico, a encontrar modos de transformar mi trabajo en oración. Uno de los miembros casados, Chris Wolfe, me estimulaba constantemente a dar total prioridad a mi vida interior.

Por fin el proceso de conversión se estaba tornando, sobrenaturalmente, en una historia romántica. El Espíritu Santo me estaba revelando que la Iglesia católica, que tanto me aterrorizaba antes, era en realidad mi hogar y mi familia. Experimentaba un gozoso sentimiento de regreso a casa a medida que redescubría a mi padre, a mi madre ya mis hermanos y hermanas mayores.

Así que un día cometí una «fatal metedura de pata»: decidí que había llegado el momento de ir, yo solo, a una Misa católica. Tomé al fin la resolución de atravesar las puertas del Gesú, la parroquia de Marquette University. Poco antes de mediodía me deslicé silenciosamente hacia la cripta de la capilla para la misa diaria. No sabía con certeza lo que encontraría; quizá estaría sólo con un sacerdote y un par de viejas monjas. Me senté en un banco del fondo para observar.
De repente, numerosas personas empezaron a entrar desde las calles, gente normal y corriente. Entraban, hacían una genuflexión y se arrodillaban para rezar. Me impresionó su sencilla pero sincera devoción.

Sonó una campanilla, y un sacerdote caminó hacia el altar. Yo me quedé sentado, dudando aún de si debía arrodillarme o no. Como evangélico calvinista, me habían enseñado que la misa católica era el sacrilegio más grande que un hombre podía cometer: inmolar a Cristo otra vez. Así que no sabía qué hacer.

Observaba y escuchaba atentamente a medida que las lecturas, oraciones y respuestas -tan impregnadas en la Escritura- convertían la Biblia en algo vivo. Me venían ganas de interrumpir la misa para decir: «Mira, esa frase es de Isaías... El canto es de los Salmos ¡Caramba!, ahí tienen a otro profeta en esa plegaria.» Encontré muchos elementos de la antigua liturgia judía que yo había estudiado tan intensamente.

Entonces, de repente, comprendí que éste era el lugar de la Biblia. Éste era el ambiente en el cual esta preciosa herencia de familia debe ser leída, proclamada y explicada... Luego pasamos a la Liturgia Eucarística, donde todas mis afirmaciones sobre la alianza hallaban su lugar.

Hubiera querido interrumpir cada parte y gritar: «¡Eh!, ¿queréis que os explique lo que está pasando desde el punto de vista de la Escritura? ¡Esto es fantástico!» Pero en vez de eso, allí estaba yo sentado, languideciendo por un hambre sobrenatural del Pan de Vida.

Tras pronunciar las palabras de la Consagración, el sacerdote mantuvo elevada la hostia. Entonces sentí que la última sombra de duda se había diluido en mí. Con todo mi corazón musité: «Señor mío y Dios mío. ¡Tú estás verdaderamente ahí! Y si eres Tú, entonces quiero tener plena comunión contigo. No quiero negarte nada.»