21.4.23

Hablar con Dios, viernes de la segunda semana del tiempo pascual; Autor: Francisco Fernández Carvajal


Nos hace ver Jesús a nosotros que los problemas nos superan, que podemos poco o nada ante la situación que tenemos por delante. Y nos pide que no nos fijemos demasiado en los recursos humanos, porque nos llevarían al pesimismo, sino que nos apoyemos más en los medios sobrenaturales. Nos pide ser sobrenaturalmente realistas; es decir, contar con Jesús, con su poder.

Quiere el Señor que huyamos tanto de pensar en el esfuerzo humano como única ayuda, como de la pasividad, que bajo pretexto de un abandono total en las manos de Dios convierte la esperanza en una pereza espiritual disimulada.

 

20.4.23

Libro de los Hechos de los Apóstoles 4,18-21.

Los llamaron y les prohibieron terminantemente que dijeran una sola palabra o enseñaran en el nombre de Jesús. Pedro y Juan les respondieron: "Juzguen si está bien a los ojos del Señor que les obedezcamos a ustedes antes que a Dios. 

Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído".

Después de amenazarlos nuevamente, los dejaron en libertad, ya que no sabían cómo castigarlos, por temor al pueblo que alababa a Dios al ver lo que había sucedido.


Misa "Pro Eligendo Pontifice" Homilía del Cardenal Joseph Ratzinger

 A quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, se le aplica a menudo la etiqueta de 'fundamentalista'. Mientras el relativismo, es decir, dejarse llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina, parece ser la única actitud adecuada para los tiempos modernos. Se está constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el propio 'yo' y sus antojos. No es 'adulta' una fe que sigue las olas de la moda y la última novedad; adulta y madura es una fe profundamente arraigada en la amistad con Cristo. Esta amistad nos abre a todo lo que es bueno y nos da el criterio para discernir entre lo verdadero y lo falso, entre el engaño y la verdad. Debemos madurar esta fe adulta". 



18.4.23

Homilía de S. S. Benedicto XVI, Santa Misa (14 de mayo de 2010) Oporto Portugal

Si vosotros no sois sus testigos en vuestros ambientes, ¿Quién lo hará por vosotros? El cristiano es, en la Iglesia y con la Iglesia, un misionero de Cristo enviado al mundo» 

Catecismo de la Iglesia Católica N° 3

Quienes con la ayuda de Dios, han acogido el llamamiento de Cristo y han respondido libremente a ella, se sienten por su parte urgidos por el amor de Cristo a anunciar por todas partes en el mundo la Buena Nueva. Este tesoro recibido de los Apóstoles ha sido guardado fielmente por sus sucesores. Todos los fieles de Cristo son llamados a transmitirlo de generación en generación, anunciando la fe, viviéndola en la comunión fraterna y celebrándola en la liturgia y en la oración (cf. Hch 2,42).



Misa "Pro Eligendo Pontifice" Homilía del Cardenal Joseph Ratzinger

No deberíamos seguir siendo niños en la fe, menores de edad. ¿En qué consiste ser niños en la fe? San Pablo responde: significa ser «llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina...» (Ef 4, 14). ¡Una descripción muy actual!

¡Cuántos vientos de doctrina hemos conocido durante estos últimos decenios!, ¡cuántas corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas de pensamiento!... La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido zarandeada a menudo por estas olas, llevada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. Cada día nacen nuevas sectas y se realiza lo que dice san Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a inducir a error (cf. Ef 4, 14).


14.4.23

Es Cristo que pasa N° 104; Autor: San Josemaría

Si miramos a nuestro alrededor y consideramos el transcurso de la historia de la humanidad, observaremos progresos y avances. La ciencia ha dado al hombre una mayor conciencia de su poder. La técnica domina la naturaleza en mayor grado que en épocas pasadas, y permite que la humanidad sueñe con llegar a un más alto nivel de cultura, de vida material, de unidad.

Algunos quizá se sientan movidos a matizar ese cuadro, recordando que los hombres padecen ahora injusticias y guerras, incluso peores que las del pasado. No les falta razón. Pero, por encima de esas consideraciones, yo prefiero recordar que, en el orden religioso, el hombre sigue siendo hombre, y Dios sigue siendo Dios. En este campo la cumbre del progreso se ha dado ya: es Cristo, alfa y omega, principio y fin (Apoc XXI, 6.).

En la vida espiritual no hay una nueva época a la que llegar. Ya está todo dado en Cristo, que murió, y resucitó, y vive y permanece siempre. Pero hay que unirse a Él por la fe, dejando que su vida se manifieste en nosotros, de manera que pueda decirse que cada cristiano es no ya alter Christus, sino ipse Christus, ¡el mismo Cristo! 

9.4.23

Audiencia general, 24 de Octubre de 2012 de S. S. Benedicto XVI

 "Hoy crece a nuestro alrededor cierto desierto espiritual. A veces se tiene la sensación, por determinados sucesos de los que tenemos noticia todos los días, de que el mundo no se encamina hacia la construcción de una comunidad más fraterna y más pacífica; las ideas mismas de progreso y bienestar muestran igualmente sus sombras.

 A pesar de la grandeza de los descubrimientos de la ciencia y de los éxitos de la técnica, hoy el hombre no parece que sea verdaderamente más libre, más humano; persisten muchas formas de explotación, manipulación, violencia, vejación, injusticia. Cierto tipo de cultura, además, ha educado a moverse sólo en el horizonte de las cosas, de lo factible; a creer sólo en lo que se ve y se toca con las propias manos. 

Por otro lado crece también el número de cuantos se sienten desorientados y, buscando ir más allá de una visión sólo horizontal de la realidad, están disponibles para creer en cualquier cosa. En este contexto vuelven a emerger algunas preguntas fundamentales, que son mucho más concretas de lo que parecen a primera vista: ¿qué sentido tiene vivir? ¿Hay un futuro para el hombre, para nosotros y para las nuevas generaciones? ¿En qué dirección orientar las elecciones de nuestra libertad para un resultado bueno y feliz de la vida? ¿Qué nos espera tras el umbral de la muerte? 

De estas preguntas insuprimibles surge como el mundo de la planificación, del cálculo exacto y de la experimentación; en una palabra, el saber de la ciencia, por importante que sea para la vida del hombre, por sí sólo no basta. 

El pan material no es lo único que necesitamos; tenemos necesidad de amor, de significado y de esperanza, de un fundamento seguro, de un terreno sólido que nos ayude a vivir con un sentido auténtico también en la crisis, las oscuridades, las dificultades y los problemas cotidianos. La fe nos dona precisamente esto: es un confiado entregarse a un 'Tú' que es Dios, quien me da una certeza distinta, pero no menos sólida que la que me llega del cálculo exacto o de la ciencia. La fe no es un simple asentimiento intelectual del hombre a las verdades particulares sobre Dios; es un acto con el que me confío libremente a un Dios que es Padre y me ama; es adhesión a un «Tú» que me dona esperanza y confianza. Cierto, esta adhesión a Dios no carece de contenidos: con ella somos conscientes de que Dios mismo se ha mostrado a nosotros en Cristo; ha dado a ver su rostro y se ha hecho realmente cercano a cada uno de nosotros".

Tres libros a Bonose, libro 3,4; PL 112,1306; Autor: Rabano Mauro (c. 784-856) abad benedictino, obispo

 

Puedes Purificarme

No debes carecer de confianza en Dios ni perder la esperanza de su misericordia. No quiero que dudes o que te desesperes de poder ser mejor. Pues, si el demonio consiguió precipitarte desde la altura de la virtud hasta el abismo del mal, con mayor motivo Dios podrá llamarte a elevarte hacia la cima del bien y no sólo reponerte en el estado en el que te encontrabas antes de tu caída, sino hacerte más feliz de lo que parecías antes. No te desanimes, te lo ruego, y no eludas la esperanza del bien por miedo a que sea de ti lo que les ocurre a quienes no aman a Dios; porque no es la multitud de los pecados la que lleva el alma a la desesperanza, sino el desprecio que se siente por Dios.

Cualquier pensamiento que nos quita la esperanza de la conversión procede de la falta de fe: como una piedra pesada atada del cuello nos lleva a mirar hacia abajo, hacia el suelo, sin poder levantar la mirada hacia el Señor. Pero el que se arma de valor y que tiene el espíritu iluminado, logra liberarse de tan aborrecible peso.


7.4.23

Sermón para el II Domingo de Pascua; Autor: San Juan María Vianney

 Las armas del cristiano contra el demonio

Un cristiano que hace un santo uso de la oración y los sacramentos, es tan temible para el demonio, como lo sería un dragón a caballo -con ojos brillosos, armado con coraza, sable y pistolas- frente a su enemigo desarmado. Su sola presencia lo derriba y lo pone en fuga. Pero, si desciende de su caballo y deja sus armas, su enemigo le cae encima, lo pisotea y se convierte en amo. En cambio, cuando porta armas, su sola presencia parecería anular al enemigo. Imagen adecuada de un cristiano que porta las armas de la oración y los sacramentos. Si, si, un cristiano que reza y frecuenta los sacramentos con las disposiciones necesarias, es más temible al demonio que ese dragón del que les hablé. (…)
¿Por qué? Porque los sacramentos nos dan fuerza para perseverar en la gracia de Dios. Nunca se ha visto un santo alejarse de los sacramentos y perseverar en la amistad con Dios. En los sacramentos han encontrado toda la fuerza para no dejarse vencer por el demonio. Cuando rezamos, Dios nos da amigos, nos envía un santo o un ángel para consolarnos (…), nos hace sentir su gracia abundantemente para fortificarnos y animarnos.
En los sacramentos no es un santo o un ángel que viene, sino Dios mismo con sus rayos para aniquilar nuestro enemigo. El demonio, viéndolo en nuestro corazón, se precipita como un desesperado en los abismos. Por eso, el demonio hace lo posible para que nos alejemos y profanemos. Si, mis hermanos, el demonio pierde toda su fuerza cuando una persona frecuenta los sacramentos.