6.12.08

Getsemaní, pág. 100-101; Autor: Mons. Javier Echevarría

¡Rendido de hinojos! (cfr. Lc 22, 41). ¡Postrado rostro por tierra! (cfr. Mt 26, 39). ¡Qué expresivo es el Evangelio! Hasta la postura física de Jesús habla del profundo sentido de adoración y de alabanza que es esencial a la relación del hombre con el Creador, y que se expresa de manera eminente en la oración. Cristo, de rodillas ante el Padre, nos habla, en medio de su agonía, del magnífico cometido del cristiano, que debe convertir toda su tarea en una alabanza a la Trinidad, bien decidido a adorarla con todo su ser.
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Evidentemente, las acciones de Cristo se alzaron en un continuo loor al Padre. Por eso, y sin miedo a exageraciones o a interpretaciones acomodaticias, hemos de concluir que rezar de rodillas, mortificando el cuerpo, es sumamente agradable a Dios.

No quitemos, pues, importancia a los gestos del cuerpo en la relación con Dios: a las inclinaciones de cabeza, a las genuflexiones, a esas circunstancias del culto público o de la oración personal en que nos ponemos de rodillas, a esa postración en tierra de los que van a ser ordenados para el ministerio sacerdotal. Son modos de la tradición y de la liturgia que manifiestan la espontánea unión completa del cuerpo a la oración de reverencia, de piedad y de reconocimiento gozoso de nuestra condición de criaturas ante el Creador.