2.2.15

Primer sermón para la fiesta de la Purificación, Autor: Beato Guerrico de Igny


¿Quién, sosteniendo hoy entre sus manos un cirio encendido, no recuerda instantáneamente a aquel anciano que en este día recibió en sus brazos a Jesús, Verbo encarnado, luz de las naciones que brilla en el cirio, y que dio testimonio de la luz que ilumina a los gentiles? El viejo Simeón era todo él una llama encendida que iluminaba, dando testimonio de la luz, él que, lleno del Espíritu Santo, recibió, oh Dios, tu misericordia en medio de tu templo (Sal 47,10) y dio testimonio que Jesús es la misericordia y la luz de tu pueblo... 



¡Regocíjate, anciano justo, ve hoy lo que habías vislumbrado desde antiguo: las tinieblas del mundo se han disipado, las naciones caminan a la luz del Señor (cf Is 60,3). Toda la tierra está llena de su gloria, (Is 6,3) de la esta luz que tu escondías en otro tiempo en tu corazón y que hoy ilumina tus ojos...Abraza, o santo anciano, la sabiduría de Dios y que te rejuvenezcas(Sal 102,5). Recibe en tu corazón la misericordia de Dios y que tu vejez conocerá la dulzura de la misericordia. “Descansará sobre mi pecho”, dice la Escritura (Ct 1,12). Incluso cuando lo devuelva a su madre, se quedará conmigo. Mi corazón se embriagará de su misericordia y más aún, el corazón de su madre...Doy gracias y alabo a Dios por ti, llena de gracia, tú has dado al mundo la misericordia que yo acojo; el cirio que tú preparaste, lo tengo entre mis manos... 




Y vosotros, hermanos, ved el cirio arder entre las manos de Simeón, encended vuestros cirios con la luz del anciano... Entonces, no sólo llevaréis una luz en vuestras manos, sino vosotros mismos seréis luz. Luz en vuestro corazón, luz en vuestras vidas, luz para vosotros, luz para vuestros hermanos.