19.4.09

Simón Pedro, Capítulo 5; Autor: George Chevrot

Horas después de caminar Simón Pedro sobre las aguas hallamos al Señor en la sinagoga de Cafarnaum. Las enseñanzas que allí predicó son una de las páginas más impresionantes del cuarto Evangelio. Jesús saca las lecciones del milagro de la víspera: Aquel que multiplicó los panes es Él mismo, el nuevo maná que Dios les envía. Pan vivo bajado del Cielo para dar vida al mundo será el alimento de nuestras almas.

Pues bien: cuanto más arrebatada fue la muchedumbre por el prodigio de la multiplicación de los panes, tanto más rezonga contra las inauditas afirmaciones del Salvador. Su sermón está cortado por interrupciones, murmullos y protestas. A la mayor parte escapa el alcance espiritual de sus palabras, y al fin se rebelan contra la idea –la única que retienen- de que Jesús pretende que coman los trozos de su carne. ¡Duras son estas palabras! ¿Quién podrá oírlas? “Desde entonces –escribe San Juan- se retiraron, y ya no le seguían…”

Debió de ser un momento dramático, pues no se trata de algunas deserciones aisladas, sino de una deserción en masa: Multi discipulorum eius abierant. Gran parte de sus discípulos, sin odio ni amenazas, solo bajo la impresión de una decepción insuperable se niegan a creer en Él.

Sus palabras son demasiado duras.

Fijaos bien en la condición de los que le abandonan: No son oyentes ocasionales que se marchan moviendo la cabeza o encogiéndose de hombros, sino discípulos. Esos hombres habían creído en Jesús, habían sentido el ascendiente de su doctrina y persona. En adelante el encanto queda roto… Ellos realizaron sacrificios para ir en su seguimiento: sus renunciamientos para nada han servido. Pierden cuanto habían ganado y todo lo que hubieran podido gana aún. Se habían comprometido con Él, alistándose entre sus partidarios: habían incurrido en la críticas de los demás. Ahora pasan a las filas contrarias y engrosan el número de sus detractores y enemigos.

Mientras se retiran los grupos de disidentes, las miradas de los Apóstoles se clavan en Jesús, ¿No va el maestro a retener a todos esos descontentos? ¿No intentará nada el Salvador para impedirles que abandonen el camino de salvación? ¿No es ya el Buen Pastor que deja momentáneamente el rebaño y corre en busca de la oveja perdida hasta que la encuentra? Aquel día el rebaño se desune y dispersa frente a un pastor impasible… Jesús les deja partir. ¡Qué extraño conductor de masas que no busca popularidad!

Reconozcamos aquí la perfecta lealtad de Nuestro señor. No compromete a nadie por sorpresa; nadie le sigue sino en entero conocimiento. No disimula las dificultades del “camino estrecho" por donde nos lleva. Jesús solo quiere a los que le quieren. Por cierto que su yugo es suave y su carga ligera, pero no promete un yugo que no obligue ni una carga que no pese. Esos se harán dulces y ligeros para aquellos que los acepten libremente por su amor. En cuanto aquellos que vengan a Él por fuerza y que le siguen rezongando no encontrarán en el cristianismo alegría ni facilidad, sino únicamente una carga y un yugo.

Por eso Jesús deja marchar a los discípulos a los que han desagradado sus palabras. Hay que reconocerle y aceptarle como es. Hay que recibirle con todas sus exigencias. Tenemos que darle el primer lugar que exige en nuestros afectos o, en caso contrario, hay que alejarse.

Más aún. No solamente el Salvador no usa de habilidad para conservar el grupo de sus discípulos, sino que en seguida se vuelve hacia los que no claudicaron. Interpela especialmente a los Doce: “¿Queréis iros también vosotros?” Los que han permanecido junto a Él, ¿lo hacen de buen grado o por temor a disgustarle? Jesús les devuelve la libertad: “No sigáis siendo mis discípulos mientras sintáis en vuestro interior pesar o duda”.

Jesús solo quiere discípulos voluntarios convencidos, decididos. Inmediatamente después les dirá: “¿No os he elegido Yo a los Doce?” Los escogió después de una noche de oración, habiendo sopesado el valor, disposiciones, aptitudes de cada uno de ellos. Los eligió, pero Él está dispuesto a verlos alejarse de sí.

El maestro, que nos escogió antes de conocerle nosotros, quiere que libremente le escojamos por nuestra parte. Escoged, nos dice, entre la masa y Yo, entre vuestros instintos o mi Evangelio, entre el amor propio y la caridad, entre el egoísmo o la justicia, entre, el camino ancho de los deseos o el estrecho de los deberes.

“…¿Queréis iros vosotros también?” Simón Pedro respondió en nombre de los Doce: “Señor, ¿a quién iríamos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna!”