23.2.13

Carta a los Filipenses, Autor: San Policarpo de Esmirna


Estoy convencido de que estáis muy instruidos por los libros sagrados y que no ignoráis ninguno de sus misterios. Yo no soy tan erudito. Pero esta cita de las Sagradas Escrituras me basta: “si os dejáis llevar de la ira, que no sea hasta el punto de pecar.” (Ef 4,26) ¡Dichoso el que se acuerda de esta palabra! Creo que vosotros sois de éstos.

    

Que Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, y él mismo, el Sumo Pontífice eterno (He 2,17), Jesucristo, el Hijo de Dios, os fortalezca en la fe y en la verdad, con toda dulzura, sin cólera, en la paciencia, la longanimidad, la valentía y la castidad. Que él os haga partícipes en la heredad de los santos, igual que a nosotros y a todos los que viven bajo el cielo y creen en Nuestro Señor Jesucristo y en su Padre que lo resucitó de entre los muertos. ¡Orad por todos los santos! ¡Orad también por los reyes, los príncipes, los magistrados, por todos aquellos que os persiguen y os odian, por los enemigos de la cruz, y así, todos puedan contemplar el fruto de vuestras vidas.

Encíclica Dios es Amor Nº 1, Autor: Benedicto XVI


« Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él » (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: « Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él ».

Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: « Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna » (cf. 3, 16). La fe cristiana, poniendo el amor en el centro, ha asumido lo que era el núcleo de la fe de Israel, dándole al mismo tiempo una nueva profundidad y amplitud. En efecto, el israelita creyente reza cada día con las palabras delLibro del Deuteronomio que, como bien sabe, compendian el núcleo de su existencia: « Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas » (6, 4-5). Jesús, haciendo de ambos un único precepto, ha unido este mandamiento del amor a Dios con el del amor al prójimo, contenido en el Libro del Levítico: « Amarás a tu prójimo como a ti mismo » (19, 18; cf. Mc 12, 29- 31). Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un « mandamiento », sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro.