29.4.13

Hablar con Dios, Tomo VI, Nº 32, Autor: Francisco Fernández Carvajal


no enseñaban una verdad propia, sino el mensaje de Cristo que nos ha sido transmitido de generación en generación. Es el vigor de una Verdad que está por encima de las modas, de la mentalidad de una época concreta. Nosotros debemos aprender cada vez más a hablar de las cosas de Dios con naturalidad y sencillez, pero a la vez con la seguridad que Cristo ha puesto en nuestra alma. Ante la campaña de silencio organizada sistemáticamente -tantas veces denunciada por los Romanos Pontífices-para oscurecer la verdad, silenciar los sufrimientos que los católicos padecen a causa de su fe, o las obras rectas y buenas, que a veces apenas tienen ningún eco en los grandes medios de difusión, nosotros, cada uno en su ambiente, hemos de servir de altavoz a la verdad. Algunos Papas han calificado esta actitud de conspiración del silencio ( Cfr. PIO XI, Enc. Divini Redemptoris, 10-III-1937) ante las obras buenas, literarias, científicas, religiosas, de promoción social, de buenos católicos o de las instituciones que las promueven. Por el hecho mismo de ser católicos, muchos medios de difusión callan o los dejan en la penumbra.
Nosotros podemos hacer mucho bien en este apostolado de opinión pública. A veces llegaremos sólo a los vecinos o a los amigos que visitamos o nos visitan, o mediante una carta a los medios de comunicación o una llamada a un programa de radio que pide opiniones sobre un tema controvertido y que quizá tiene un fondo doctrinal que debe ser aclarado, respondiendo con criterio a una encuesta pública, aconsejando un buen libro... Debemos rechazar la tentación de desaliento, de que quizá «podemos poco». Un inmenso río que lleva un caudal enorme está alimentado de pequeños regueros que, a su vez, se han formado quizá gota a gota. Que no falte la nuestra. Así comenzaron los primeros cristianos en la difusión de la Verdad.

27.4.13

Carta a los Hebreos 12,11

Es verdad que toda corrección, en el momento de recibirla, es motivo de tristeza y no de alegría; pero más tarde, produce frutos de paz y de justicia en los que han sido adiestrados por ella.

25.4.13

Compendio Teológico 2,1, Autor: Santo Tomás de Aquino


Cuando la petición se dirige a un hombre, se debe primero expresar el deseo y la necesidad por la que ruega. Tiene por objeto también doblegar el corazón al que se pide, hasta hacerlo ceder. Más, estas dos cosas no tienen razón de ser cuando la oración se dirige a Dios. Cuando oramos no tenemos que inquietarnos por expresar a Dios nuestros deseos o nuestras necesidades, ya que Dios lo sabe todo (Mt 6,8)... No obstante, la oración nos es necesaria para obtener la gracia de Dios; El caso es que ejerce una influencia sobre el que ruega, con el fin de que considere sus propias pobrezas e incline su alma a desear con fervor y espíritu filial lo que espera obtener por la oración. Se hace, por esto, capaz de recibirlo...

    

La oración nos hace cercanos a Dios ya que nuestras almas se elevan hacia él, conversan afectuosamente con él y lo adoran en espíritu y en verdad (Jn 4,23) Esta intimidad adquirida en la oración incita al hombre a la oración confiada. Por esto está escrito en los salmos: “Yo te invoco, oh Dios, porque tú me respondes.” (Sal 16,6) El salmista es acogido por Dios al inicio de la oración, luego ora con una confianza mayor. Así que en nuestra oración a Dios, la frecuencia o la insistencia no están fuera de lugar, antes bien son agradables a Dios; porque hay “necesidad de orar siempre sin desanimarse.” (Lc 18,1) y en otro lugar, el Señor nos invita “pedid y recibiréis; buscad y encontraréis, llamad, y os abrirán.” (Lc 11,9)     

19.4.13

Evangelio según San Lucas 6, 26

¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.

18.4.13

Hablar con Dios, Tomo II, N° 66

La unidad invisible de la Iglesia tiene múltiples manifestaciones visibles. Momento privilegiado de esta unidad tiene lugar en el sacramento que recibe precisamente el nombre de Comunión, en ese augusto Sacrificio que es uno en toda la tierra. Uno es el Sacerdote que lo ofrece, una la Víctima, uno el pueblo que también lo ofrece, uno el Dios a quien se ofrece, uno el resultado de la ofrenda: Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan (1 Cor 10, 17). Lo mismo que este pan era ayer todavía un puñado de granos sueltos, así los cristianos, en la medida de su unión con Cristo, se funden en un solo cuerpo, aunque provengan de lugares y condiciones bien diversas. «En el sacramento del pan eucarístico –afirma el Concilio Vaticano II– se representa y se reproduce la unidad de los fieles»(Conc. Vat. II, Const. Lumen Gentium),. Es «el sacramento de la caridad»(Santo Tomás, Suma Teológica, 3, q. 73, a. 3), que reclama la unión entre los hermanos.

17.4.13

Homilías sobre el Evangelio Nº 24, Autor: San Gregorio Magno



El mar es el símbolo del mundo actual, agitado por la tempestad de los asuntos y la marejada de la vida caduca. La orilla firme es la figura del reposo eterno. Los discípulos trabajan en el mar ya que todavía siguen en la lucha contra las olas de la vida mortal. Pero nuestro Redentor, está en la orilla pues ya ha superado la condición de una carne frágil. Por medio de estas realidades naturales, Cristo nos quiere decir, a propósito del misterio de su resurrección: “No me aparezco ahora en medio del mar porque ya no estoy con vosotros en el bullicio de las olas”. (Mt 14,25) 
    
    

Por esto dice a los discípulos: “Cuando aún estaba entre vosotros ya os dije que era necesario que se cumpliera todo lo escrito sobre mí...” (cf Lc 24,44) De aquí en adelante, ya no estaba con ellos de la misma manera. Estaba allí, apareciendo corporalmente a sus ojos, pero...su carne inmortal distaba mucho de sus cuerpos mortales. Su cuerpo en la orilla, cuando ellos todavía navegaban por el mar, indica bien a las claras que él había superado aquel modo de existencia, pero que no obstante estaba con ellos.

13.4.13

Algo Bello Para Dios Pg 64, Autora: Beata Teresa de Calcuta


“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.” (Dt 5,6) Este es el mandamiento de Dios y él no puede pedir lo imposible. El amor es un fruto que madura en todas las estaciones y siempre está disponible. Todo el mundo lo puede coger. No hay límite que se imponga a nuestro deseo. La meditación y el espíritu de oración, el sacrificio y la intensidad de la vida interior son para todos nosotros los medios de alcanzar este amor.
    
    
Si no hay ningún límite es porque Dios es amor, (1Jn 4,8) y el amor es Dios. Lo que realmente nos une a Dios es una relación de amor. Y el amor de Dios es infinito. Y tener parte en este amor significa amar y darse hasta el sacrificio. Por esto, no se trata tanto de lo que hacemos como del amor con que lo hacemos, con que nos entregamos. Por esto, la gente que no sabe ni dar ni recibir amor son, aunque tengan muchas riquezas, las personas más pobres de los pobres.

11.4.13

Hablar con Dios, Tomo II, N° 58, Autor: Francisco Fernández Carvajal

Un cristiano no debe prescindir de la luz de la fe a la hora de valorar un programa político o social, o una obra de arte o cultural. No se detendrá en la consideración de un solo aspecto –económico, político, técnico, artístico...– para dar por buena una realidad. Si en ese acontecimiento político o social o en esa obra no se guarda la debida ordenación a Dios –manifestada en las exigencias de la Ley divina–, su valoración definitiva no puede ser más que una, negativa, cualquiera que sea el valor parcial de otros aspectos de esa realidad.



No se puede alabar esa política, esa ordenación social, una determinada obra cultural, cuando se transforma en instrumento del mal. Es una cuestión de estricta moralidad y, por tanto, de buen sentido. ¿Quién alabaría un insulto a su propia madre, porque estuviese compuesto en un verso con gran perfección rítmica? ¿Quién lo difundiría, alabando sus perfecciones, aun advirtiendo que eran solo «formales»? Es manifiesto que la perfección técnica de los medios no hace más que agravar la maldad de la cosa en sí desordenada, que de otra manera quizá pasaría inadvertida o tendría menos virulencia.

Ante crímenes abominables, como calificaba el Concilio Vaticano II a los abortos, la conciencia cristiana rectamente formada exige no participar en su realización, desaconsejarlos vivamente, impedirlos si es posible y, además, participar activamente por evitar o subsanar esa aberración moral en el ordenamiento jurídico. Ante esos hechos gravísimos, y otros semejantes que también se oponen frontalmente a la moral, nadie puede pensar que no puede hacer nada. Lo poco que cada uno puede hacer, debe hacerlo: especialmente participar con sentido de responsabilidad en la vida pública. «Mediante el ejercicio del voto encomendamos a unas instituciones determinadas y a personas concretas la gestión de asuntos públicos. De esta decisión colectiva dependen aspectos muy importantes de la vida social, familiar y personal, no solamente en el orden económico y material, sino también en el moral»(Conferencia Episcopal Española, Los católicos en la vida pública, n. 118). 


En las manos de todos, de cada uno, si actúa con sentido sobrenatural y sentido común, está la tarea de hacer de este mundo, que Dios nos ha dado para habitar, un lugar más humano y medio de santificación personal. Si nos esforzamos en cumplir los deberes sociales, vivamos en una gran ciudad o en un pueblecito perdido, con un cargo importante o humilde en la sociedad, aunque pensemos que nuestra aportación es minúscula, seremos fieles al Señor, también si un día el Señor nos pide una actuación más heroica: Quien es fiel en lo poco, lo es también en lo mucho.(Lc 16, 10).

10.4.13

La vida interior, Autor: J. Tissot, p. 100

Guiarme por el sentimiento sería dar la dirección de la casa al criado y hacer abdicar al dueño. Lo malo no es el sentimiento sino la importancia que se le concede (...). Las emociones constituyen en ciertas almas toda la piedad, hasta tal punto que están persuadidas de haberla perdido cuando en ellas desaparece el sentimiento (...). ¡Si esas almas supieran comprender que ese es precisamente el momento de comenzar a tenerla!

3.4.13

Evangelio según san Lucas 24, 25

¡Qué poco entienden ustedes y qué lentos son sus corazones para creer todo lo que anunciaron los profetas!