22.2.24

Evangelio según San Marcos 16, 15-16

Por último se apareció a los once discípulos mientras comían y los reprendió por su falta de fe y por su dureza para creer a los que lo habían visto resucitado.

Y les dijo: "Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación".




Salmo 118(117),1.14-15.16ab-18.19-21.

¡Den gracias al Señor, porque es bueno,

porque es eterno su amor!

El Señor es mi fuerza y mi protección;

él fue mi salvación.

Un grito de alegría y de victoria

resuena en las carpas de los justos.

 

“La mano del Señor hace proezas,

La mano del Señor es sublime,

la mano del Señor hace proezas.

No, no moriré:

viviré para publicar lo que hizo el Señor.

El Señor me castigó duramente,

 

pero no me entregó a la muerte.

«Abran las puertas de la justicia

y entraré para dar gracias al Señor.»

«Esta es la puerta del Señor:

sólo los justos entran por ella.»

Yo te doy gracias porque me escuchaste

 

y fuiste mi salvación 

Sermón para el 9º Domingo después de Pentecostés; Autor: San Juan María Vianney

 ¡Qué preciosa es un alma a los ojos de Dios!

Para conocer el precio de nuestra alma, tenemos que considerar lo que Jesucristo hizo por ella. Mis hermanos, quien de nosotros podrá comprender cuanto el Buen Dios estima nuestra alma. Para hacer feliz a su criatura, ha hecho todo lo que es posible a un Dios. Para sentirse aún más llevado a amarla, la ha creado a su imagen y semejanza. Al contemplarla se contempla a sí mismo. Vemos que da a nuestra alma los nombres más tiernos y los más capaces de mostrar un amor hasta el exceso.

A nuestra alma la llama hija, hermana, bien-amada, esposa, su única, su paloma. Pero no es suficiente: el amor se muestra mejor con las acciones que con las palabras. Vean su prisa por venir del cielo, para tomar un cuerpo semejante al nuestro. Esposando nuestra naturaleza, esposó todas nuestras enfermedades, salvo el pecado. O más bien quiso encargarse de la justicia que su Padre pedía para nosotros. Vean su anonadamiento en el misterio de la Encarnación. (…) ¿No es ese, mis hermanos, un amor digno de un Dios que es el amor? Mis hermanos, así nos muestra la estima que tiene por un alma. ¿Es suficiente para hacernos comprender lo que ella vale y cuánto debemos cuidarla?

¡Ah mis hermanos! Si una vez en nuestra vida tuviéramos la felicidad de comprender la belleza y el valor de nuestra alma, estaríamos listos cómo Jesucristo para hacer todos los sacrificios para conservarla. ¡Qué bella es un alma y qué preciosa a los ojos de Dios! ¿Cómo es que hacemos poco caso y tratamos nuestra alma más duramente que a un animal?


Jesús de Nazaret I, “La oración del Señor”, pp. 169-176; Autor: Benedicto XV

El Padrenuestro comienza con un gran consuelo; podemos decir Padre. En una sola palabra como ésta se contiene toda la historia de la redención. Podemos decir Padre porque el Hijo es nuestro hermano y nos ha revelado al Padre; porque gracias a Cristo hemos vuelto a ser hijos de Dios.