24.11.20

Libro de Isaías 58,9-11.

Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: "¡Aquí estoy!". 

Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; si ofreces tu pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía. 


El Señor te guiará incesantemente, te saciará en los ardores del desierto y llenará tus huesos de vigor; tú serás como un jardín bien regado, como una vertiente de agua, cuyas aguas nunca se agotan. 

Reconstruirás las ruinas antiguas, restaurarás los cimientos seculares, y te llamarán "Reparador de brechas", "Restaurador de moradas en ruinas". 

Si dejas de pisotear el sábado, de hacer tus negocios en mi día santo; si llamas al sábado "Delicioso" y al día santo del Señor "Honorable"; si lo honras absteniéndote de traficar, de entregarte a tus negocios y de hablar ociosamente, entonces te deleitarás en el Señor; yo te haré cabalgar sobre las alturas del país y te alimentaré con la herencia de tu padre Jacob, porque ha hablado la boca del Señor.


7.11.20

Evangelio según San Lucas, 6,17-19

Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades. Los que estaban atormentados por espíritus impuros quedaban curados; y toda la gente quería tocarlo, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.

6.11.20

Carta de San Pablo a los Efesios 6, 10-20

Hermanos, fortalézcanse en el Señor con la fuerza de su poder. 

Revístanse con la armadura de Dios, para que puedan resistir las insidias del demonio. 

Porque nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los Soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio. 

Por lo tanto, tomen la armadura de Dios, para que puedan resistir en el día malo y mantenerse firmes después de haber superado todos los obstáculos. 

Permanezcan de pie, ceñidos con el cinturón de la verdad y vistiendo la justicia como coraza. 

Calcen sus pies con el celo para propagar la Buena Noticia de la paz. 

Tengan siempre en la mano el escudo de la fe, con el que podrán apagar todas las flechas encendidas del Maligno. 

Tomen el casco de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios. 

Eleven constantemente toda clase de oraciones y súplicas, animados por el Espíritu. Dedíquense con perseverancia incansable a interceder por todos los hermanos, y también por mí, a fin de que encuentre palabras adecuadas para anunciar resueltamente el misterio del Evangelio, del cual yo soy embajador en medio de mis cadenas. ¡Así podré hablar libremente de él, como debo hacerlo! 

12.10.20

Hablar con Dios, Tomo 5, N° 34, Autor: Francisco Fernández Carvajal

En la Sagrada Escritura el nombre equivale a la persona misma, es su identidad más profunda. Por eso, dirá Jesús al final de su vida, como resumiendo sus enseñanzas: Manifesté tu nombre a los hombres (Jn 17, 6). Nos reveló el misterio de Dios. En el Padrenuestro formulamos el deseo amoroso de que el nombre de Dios, de nuestro Padre Dios, sea conocido y reverenciado por toda la tierra; también debemos expresar nuestro dolor por las ocasiones en que es profanado, silenciado o empleado con ligereza. «Al decir santificado sea tu nombre nos recomendamos a nosotros mismos para que deseemos que el nombre del Señor, que siempre es santo en sí mismo, sea también tenido como santo por los hombres, es decir, que no sea nunca despreciado por ellos» (SAN AGUSTIN, Carta 130, a Proba)

En determinados ambientes los hombres tienen recelo para nombrar a Dios. En lugar del Creador hablan de “la sabia naturaleza”, o llaman “destino” a la Providencia divina, etc. En ocasiones son sólo modos de decir, pero, en otras, el silencio del nombre de Dios es intencionado. En esos casos, venciendo los respetos humanos, debemos nosotros, intencionadamente también, honrar a nuestro Padre. Sin afectación, nos mantendremos fieles a los modos cristianos de hablar, que expresan externamente la fe de nuestra alma. Las expresiones tradicionales de muchos países, tales como “gracias a Dios” o “si Dios quiere” (Santiago 4, 15), etc., pueden servir de ayuda en algunas ocasiones para tener presente al Señor en la conversación.

11.10.20

Roma, Dulce Hogar, Prefacio, Autores: Scott y Kimberly Hahn

El difunto arzobispo Fulton Sheen escribió una vez: «Apenas habrá en Estados Unidos un centenar de personas que odien a la Iglesia católica; pero hay millones que odian lo que erróneamente suponen que es y dice la Iglesia católicaNosotros dos creímos en algún momento que estábamos en el primer grupo, sólo para descubrir que en realidad nos hallábamos en el segundo. Pero una vez que vimos la diferencia, y supimos dónde estábamos de verdad, se hizo evidente que no pertenecíamos a ninguno de los dos. Para entonces estábamos ya avanzados en el camino hacia nuestro hogar. Este libro describe ese camino. Es una narración de cómo descubrimos que la Iglesia católica es la familia de la alianza de Dios. Queremos mostrar cómo el Espíritu Santo utilizó la Escritura para aclarar nuestras dudas e ideas erróneas. No pretendemos tratar de las ideas erróneas que otros pueden tener. Con la gracia de Dios, quizá algún día podamos escribir otro libro sobre eso.



Roma Dulce Hogar, Pgs 62 a 64; Autores: Scott y Kimberly Hahn

Durante la semana, yo enseñaba Sagrada Escritura en una high school cristiana privada.
Hablaba a mis alumnos de todo; lo referente a la alianza como familia de Dios, y les explicaba las alianzas que Dios había concertado con su pueblo. Ellos lo estaban captando todo. Tracé una cronología para mostrarles cómo cada alianza instituida por Dios era el modo en que Él había reconocido su paternidad sobre su familia a lo largo de los tiempos. Su alianza con Adán tomó la forma de un matrimonio; la alianza con Noé fue una familia; con Abraham tomó la forma de una tribu; la alianza con Moisés transformó las doce tribus en una familia nacional; la alianza con David estableció a Israel como una familia de un reino nacional; mientras que Cristo había instituido la Nueva Alianza para que fuese la familia mundial, o «católica» {del griego 
katholikos), de Dios, y comprendiera a todas las naciones ya todos los hombres, fueran judíos o gentiles.

Los estudiantes estaban estusiasmados... ¡Ahora la Biblia adquiría un nuevo sentido! Un alumno preguntó: - ¿Qué forma tiene esta familia mundial?

Dibujé una gran pirámide en la pizarra y expliqué:

-Sería como una gran familia extendida por todo el mundo, con diferentes figuras paternas en cada nivel, encargadas por Dios para administrar su amor y su ley a sus hijos. Uno de mis estudiantes católicos comentó en voz alta:

-Esa pirámide se parece mucho a la Iglesia católica, con el Papa en el vértice.

-¡Oh, no! -repliqué rápidamente-; lo que os estoy dando aquí es el antídoto del catolicismo -eso era lo que yo creía, o al menos trataba de creer-. Además, el Papa es un dictador, no un padre.

 -Pero Papa significa «padre».

 -No es así -me apresuré a corregir.

-Sí es así -contestó a coro un grupo de estudiantes.

Muy bien; así que los católicos tenían razón en otro punto más. Podía admitirlo, pero me sentía muy asustado. ¡No sabía lo que se me venía encima!

Durante la comida, una de mis alumnas más aventajadas se me acercó, en representación de un pequeño grupo que estaba en la esquina de atrás, para decirme:

-Hemos hecho una votación, y el resultado es unánime: pensamos que usted se convertirá al catolicismo. Me eché a reír, muy nervioso.

-¡Eso es absurdo! -exclamé, mientras un escalofrío me recorría la espalda.

Ella esbozó una pícara sonrisa de complicidad, se encogió de hombros y se volvió a su sitio.

Al regresar a casa por la tarde, aún me sentía aturdido. Le dije a Kimberly:

 -No te imaginas lo que me ha dicho hoy Rebecca: que un grupo de estudiantes ha votado que me voy a convertir al catolicismo. ¿Puedes imaginar algo más absurdo?

Yo esperaba que Kimberly se reiría conmigo, pero ella tan sólo me miró de forma inexpresiva y dijo:

-¿y lo harás? ¡No podía creerlo! ¿Cómo era capaz mi propia esposa de pensar, tan a la ligera, que yo traicionaría la verdad de la Escritura y de la Reforma? Sentí como si me clavaran un cuchillo por la espalda.

-¿Cómo puedes tú decir eso? -balbucí-. ¡Eso es renegar de tu confianza en mí como pastor y
como profesor! ¿Católico yo? ¡Me amamantaron con los escritos de Martin Lutero...! ¿Qué pretendes?

-Scott, estaba acostumbrada a considerarte como un hombre profundamente anti-católico y comprometido con los principios de la Reforma. Pero últimamente te oigo hablar tanto de sacramentos, liturgia, tipología, eucaristía... -luego Kimberly añadió algo que nunca olvidaré-: A veces pienso que podrías ser un Lutero al revés.

20.9.20

Roma, Dulce Hogar, Capítulo 6; Autores: Scott y Kimberly Hahn

El Padre John Debicki, mi amigo sacerdote de Pittsburgh, me puso en contacto con el Layton Study Center, un centro del Opus Dei en Milwaukee. Los amigos que hice allí, tanto los sacerdotes como los otros miembros, me ofrecieron un enfoque práctico de oración, trabajo, familia y apostolado, que integró todo lo positivo de mi experiencia evangélica dentro de un sólido plan de vida católico. Se me enseñó y se me animó, como laico, a encontrar modos de transformar mi trabajo en oración. 

Uno de los miembros casados, Chris Wolfe, me estimulaba constantemente a dar total prioridad a mi vida interior. Por fin el proceso de conversión se estaba tornando, sobrenaturalmente, en una historia romántica. 

El Espíritu Santo me estaba revelando que la Iglesia católica, que tanto me aterrorizaba antes, era en realidad mi hogar y mi familia. Experimentaba un gozoso sentimiento de regreso a casa a medida que redescubría a mi padre, a mi madre y a mis hermanos y hermanas mayores. 

Así que un día cometí una «fatal metedura de pata»: decidí que había llegado el momento de
ir, yo solo, a una Misa católica. Tomé al fin la resolución de atravesar las puertas del Gesú, la parroquia de Marquette University. Poco antes de mediodía me deslicé silenciosamente hacia la cripta de la capilla para la misa diaria. No sabía con certeza lo que encontraría; quizá estaría sólo con un sacerdote y un par de viejas monjas. Me senté en un banco del fondo para observar. De repente, numerosas personas empezaron a entrar desde las calles, gente normal y corriente. Entraban, hacían una genuflexión y se arrodillaban para rezar. Me impresionó su sencilla pero sincera devoción. Sonó una campanilla, y un sacerdote caminó hacia el altar. 

Yo me quedé sentado, dudando aún de si debía arrodillarme o no. Como evangélico calvinista, me habían enseñado que la misa católica era el sacrilegio más grande que un hombre podía cometer: inmolar a Cristo otra vez. Así que no sabía qué hacer. Observaba y escuchaba atentamente a medida que las lecturas, oraciones y respuestas -tan impregnadas en la Escritura- convertían la Biblia en algo vivo. Me venían ganas de interrumpir la misa para decir: «Mira, esa frase es de Isaías... El canto es de los Salmos ¡Caramba!, ahí tienen a otro profeta en esa plegaria.» Encontré muchos elementos de la antigua liturgia judía que yo había estudiado tan intensamente. 

Entonces, de repente, comprendí que éste era el lugar de la Biblia. Éste era el ambiente en el cual esta preciosa herencia de familia debe ser leída, proclamada y explicada... Luego pasamos a la Liturgia Eucarística, donde todas mis afirmaciones sobre la alianza hallaban su lugar. Hubiera querido interrumpir cada parte y gritar: «¡Eh!, ¿queréis que os explique lo que está pasando desde el punto de vista de la Escritura? ¡Esto es fantástico!» Pero en vez de eso, allí estaba yo sentado, languideciendo por un hambre sobrenatural del Pan de Vida. 
Tras pronunciar las palabras de la Consagración, el sacerdote mantuvo elevada la hostia. Entonces sentí que la última sombra de duda se había diluido en mí. Con todo mi corazón musité: 

«Señor mío y Dios mío. ¡Tú estás verdaderamente ahí! Y si eres Tú, entonces quiero tener plena comunión contigo. No quiero negarte nada.»

7.9.20

Encíclica Ad Catholici Sacerdotii Nº 15, Autor: Pio XI


El cristiano, casi a cada paso importante de su mortal carrera, encuentra a su lado al sacerdote en actitud de comunicarle o acrecentarle con la potestad recibida de Dios esta gracia, que es la vida sobrenatural del alma.

Apenas nace a la vida temporal, el sacerdote lo purifica y renueva en la fuente del agua lustral, infundiéndole una vida más noble y preciosa, la vida sobrenatural, y lo hace hijo de Dios y de la Iglesia; para darle fuerzas con que pelear valerosamente en las luchas espirituales,

un sacerdote revestido de especial dignidad lo hace soldado de Cristo en el sacramento de la confirmación;

apenas es capaz de discernir y apreciar el Pan de los Ángeles, el sacerdote se lo da, como alimento vivo y vivificante bajado del cielo;

caído, el sacerdote lo levanta en nombre de Dios y lo reconforta por medio del sacramento de la penitencia;

si Dios lo llama a formar una familia y a colaborar con El en la transmisión de la vida humana en el mundo, para aumentar primero el número de los fieles sobre la tierra y después el de los elegidos en el cielo, allí está el sacerdote para bendecir sus bodas y su casto amor;

y cuando el cristiano, llegado a los umbrales de la eternidad, necesita fuerza y ánimos antes de presentarse en el tribunal del divino Juez, el sacerdote se inclina sobre los miembros doloridos del enfermo, y de nuevo le perdona y le fortalece con el sagrado crisma de la extremaunción;

por fin, después de haber acompañado así al cristiano durante su peregrinación por la tierra hasta las puertas del cielo, el sacerdote acompaña su cuerpo a la sepultura con los ritos y oraciones de la esperanza inmortal, y sigue al alma hasta más allá de las puertas de la eternidad, para ayudarla con cristianos sufragios, por si necesitara aún de purificación y refrigerio.

Así, desde la cuna hasta el sepulcro, más aún, hasta el cielo, el sacerdote está al lado de los fieles, como guía, aliento, ministro de salvación, distribuidor de gracias y bendiciones.

3.9.20

Forja Nº 754, Autor: San Josemaría

Al abrir el Santo Evangelio, piensa que lo que allí se narra —obras y dichos de Cristo— no sólo has de saberlo, sino que has de vivirlo. Todo, cada punto relatado, se ha recogido, detalle a detalle, para que lo encarnes en las circunstancias concretas de tu existencia. —El Señor nos ha llamado a los católicos para que le sigamos de cerca y, en ese Texto Santo, encuentras la Vida de Jesús; pero, además, debes encontrar tu propia vida. Aprenderás a preguntar tú también, como el Apóstol, lleno de amor: "Señor, ¿qué quieres que yo haga?..." —¡La Voluntad de Dios!, oyes en tu alma de modo terminante. Pues, toma el Evangelio a diario, y léelo y vívelo como norma concreta. —Así han procedido los santos
.

2.9.20

Constitución Pastoral Gaudium et Spes, Nº 34


Una cosa hay cierta para los creyentes: la actividad humana individual y colectiva o el conjunto ingente de esfuerzos realizados por el hombre a lo largo de los siglos para lograr mejores condiciones de vida, considerado en sí mismo, responde a la voluntad de Dios. Creado el hombre a imagen de Dios, recibió el mandato de gobernar el mundo en justicia y santidad, sometiendo a sí la tierra y cuanto en ella se contiene, y de orientar a Dios la propia persona y el universo entero, reconociendo a Dios como Creador de todo, de modo que con el sometimiento de todas las cosas al hombre sea admirable el nombre de Dios en el mundo.


Esta enseñanza vale igualmente para los quehaceres más ordinarios. Porque los hombres y mujeres que, mientras procuran el sustento para sí y su familia, realizan su trabajo de forma que resulte provechoso y en servicio de la sociedad, con razón pueden pensar que con su trabajo desarrollan la obra del Creador, sirven al bien de sus hermanos y contribuyen de modo personal a que se cumplan los designios de Dios en la historia.

Los cristianos, lejos de pensar que las conquistas logradas por el hombre se oponen al poder de Dios y que la criatura racional pretende rivalizar con el Creador, están, por el contrario, persuadidos de que las victorias del hombre son signo de la grandeza de Dios y consecuencia de su inefable designio. Cuanto más se acrecienta el poder del hombre, más amplia es su responsabilidad individual y colectiva. De donde se sigue que el mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo si los lleva a despreocuparse del bien ajeno, sino que, al contrario, les impone como deber el hacerlo.

31.8.20

La Alegría de Creer; Autora: Venerable Madeleine Delbrêl

Las virtudes prudentes y las virtudes necias

Nos han bien explicado que todo lo que tenemos que hacer en la tierra es amar a Dios.

Para que no estemos indecisos, sin saber cómo hacer, Jesús nos dice que la única forma, única receta y camino, es amarnos unos a otros.

Esta caridad también es teologal, porque nos une inseparablemente a Él, es la única puerta, única entrada al amor de Dios. Las virtudes son los caminos que llegan a esta puerta.

Todas son hechas para conducirnos hasta allí más alegres y seguros.
Una virtud que no llega ahí, es una virtud que se hizo necia. (…)

Quizás pueda contentarnos
llegar a una humildad sensacional,
o a una pobreza imbatible,
o a una obediencia imperturbable,
o a una pureza a toda prueba.
Eso podrá contentarnos.

Pero si esta humildad, pobreza, pureza, obediencia,
no nos hacen encontrar la bondad,
si la gente de nuestra casa, calle, ciudad,
tiene siempre hambre o frío,
si están siempre tristes, sombríos o solos,
quizás seremos héroes.
Pero no seremos de los que aman a Dios.

Las virtudes son como las vírgenes prudentes.
Con su lámpara en mano,
permanecen acurrucadas junto a la única puerta,
puerta del amor,
de la solicitud fraterna,
única puerta que se abre a las bodas

20.5.20

Hablar con Dios, Tomo 2 N° 78, Autor: Francisco Fernández Carvajal


El cristiano que rompe con los canales por los que le llega la gracia -la oración y los sacramentos- se queda sin alimento para su alma, y “ésta acaba muriendo a manos del pecado mortal, porque sus reservas se agotan y llega un momento en que ni siquiera es necesaria una fuerte tentación para caer: se cae él solo porque carece de fuerzas para mantenerse de pie. Se muere porque se le acaba la vida. Pero si los canales de la gracia no están expeditos porque una montaña de desgana, negligencia, pereza, comodidad, respetos humanos, influencias del ambiente, prisas y otros quehaceres (...) los obstruye, entonces la vida del alma va languideciendo y uno malvive hasta que acaba por morir. Y, desde luego, su esterilidad es total, porque no da fruto alguno” (F. SUAREZ, La vid y los sarmientos, Rialp, 2ª ed. , Madrid 1980, pp. 41-42.-  ).

19.5.20

Hablar con Dios, Tomo 2 N° 78, Autor: Francisco Fernández Carvajal


El hombre, en el momento del Bautismo, es transformado en lo más profundo de su ser, de tal modo que se trata de una nueva generación, que nos hace hijos de Dios, hermanos de Cristo, miembros de su cuerpo, que es la Iglesia. Esta vida es eterna, si no la perdemos por el pecado mortal. La muerte ya no tiene verdadero poder sobre quien la posea, que no morirá para siempre; cambiará de casa, para ir a morar definitivamente en el Cielo.

Señor, Danos Sacerdotes Santos


16.2.20

Tratado sobre la Trinidad 8, 17. Autor: San Agustín

 ¿Por qué andar corriendo por las alturas del firmamento y por los abismos de la tierra en busca de Aquel que mora en nosotros?

9.2.20

Constitución Pastoral Gaudium et Spes, Nº 76

Es de justicia que pueda la Iglesia en todo momento y en todas partes predicar la fe con auténtica libertad, enseñar su doctrina social, ejercer su misión entre los hombres sin traba alguna y dar su juicio moral, incluso sobre materias referentes al orden político, cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas, utilizando todos y solos aquellos medios que sean conformes al Evangelio y al bien de todos según la diversidad de tiempos y de situaciones.
Con su fiel adhesión al Evangelio y el ejercicio de su misión en el mundo, la Iglesia, cuya misión es fomentar y elevar todo cuanto de verdadero, de bueno y de bello hay en la comunidad humana, consolida la paz en la humanidad para gloria de Dios

31.1.20

Hablar con Dios, Tomo III, N° 19; Autor Francisco Fernandez Carvajal

Toda persona tiene derecho a conservar su buen nombre, mientras no haya demostrado con hechos indignos, públicos y notorios, que no le corresponde. La calumnia, la maledicencia, la murmuración... constituyen grandes faltas de justicia con el prójimo, pues el buen nombre es preferible a las grandes riquezas ( Prov 22, 1), ya que, con su pérdida, el hombre queda incapacitado para realizar una buena parte del bien que podía haber llevado a cabo (Cfr. SANTO TOMAS, Suma Teológica, 2-2. q. 73, a. 2).