22.12.23
Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.284
Encíclica “Mystici Corporis Christi” N° 44; Autor: S. S. Pio XII
Sin duda, no falta quienes, desgraciadamente, sobre todo hoy, utilizan con orgullo la lucha, el odio, la envidia como medios para sublevar y de exaltar la dignidad y la fuerza de la persona humana. Pero nosotros, que reconocemos gracias al discernimiento, los frutos lamentables de esta doctrina, seguimos a nuestro Rey pacífico que nos ha enseñado no solamente amar a los que no son de los nuestros, de nuestra nación ni de nuestro origen (Lc 10,33ss) sino de amar incluso a nuestros enemigos (Lc 6,27ss). Celebremos con San Pablo, el apóstol de los gentiles, la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo. (Ef 3,18), amor que la diversidad de los pueblos y de las costumbres no puede romper, que el océano inmenso no puede disminuir, que ni siquiera las guerras, justas o injustas, pueden aniquilar.
No hay amor más grande, carta 1997, pag. 57; Autora: Santa Teresa de Calcuta
Llamados a ser santos
¿Cuál es la voluntad de Dios acerca de nosotros? ¡Que seamos santos! La santidad es el don más grande que Dios nos puede dar porque nos ha creado para este fin. Someterse a aquel o a aquella que se ama es más que un deber: es el secreto mismo de la santidad.
Como recuerda san Francisco, cada uno de nosotros somos lo
que somos ante Dios, nada más, nada menos. Todos somos llamados a ser santos.
No hay nada de extraordinario en esta vocación. Todos hemos sido creados a
imagen de Dios para amar y ser amados. Jesús desea nuestra santidad con un
ardor inefable: “Porque ésta es la voluntad de Dios: que viváis como
consagrados a él”(1Tes 4,3). Su divino corazón desborda de un deseo insaciable
de vernos progresar en la santidad.
Debemos renovar cada día nuestra decisión de avanzar en el
fervor como si se tratara del primer día de nuestra conversión, diciendo:
“Ayúdame, Señor, Dios mío, en mis buenos propósitos en tu servicio, y dame la
gracia de comenzar hoy mismo, porque lo que he hecho hasta ahora no ha sido
nada.” No podemos renovarnos interiormente si no tenemos la humildad de reconocer
aquello en nosotros que necesita ser renovado.