21.12.09

Hablar con Dios, Tomo I, Nº 21, Autor: Francisco Fernández Carvajal

Nuestra esperanza en el Señor ha de ser más grande cuanto menores sean los medios de que se dispone o mayores sean las dificultades.

3.12.09

Homilías antes de partir en exilio, 1-3, Autor: San Juan Crisóstomo

Muchas son las olas que nos ponen en peligro, y una gran tempestad nos amenaza: sin embargo, no tememos ser sumergidos porque permanecemos de pie sobre la roca. Aun cuando el mar se desate, no romperá esta roca; aunque se levanten las olas, nada podrán contra la barca de Jesús. Decidme, ¿qué podemos temer? ¿La muerte? Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. ¿El destierro? Del Señor es la tierra y cuanto la llena. ¿La confiscación de los bienes? Sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él. Yo me río de todo lo que es temible en este mundo y de sus bienes. No temo la muerte ni envidio las riquezas. No tengo deseos de vivir, si no es para vuestro bien espiritual. Por eso, os hablo de lo que sucede ahora exhortando vuestra caridad a la confianza.

¿No has oído aquella palabra del Señor: Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio ellos? Y, allí donde un pueblo numeroso esté reunido por los lazos de la caridad, ¿no estará presente el Señor? me ha garantizado su protección, no es en mis fuerzas que me apoyo. Tengo en mis manos su palabra escrita. Éste es mi báculo, ésta es mi seguridad, éste es mi puerto tranquilo. Aunque se turbe el mundo entero, yo leo esta palabra escrita que llevo conmigo, porque ella es mi muro y mi defensa. ¿Qué es lo que ella me dice? Yo estoy con otros todos los días, hasta el fin del mundo.

Cristo está conmigo, ¿qué puedo temer? Que vengan a asaltarme las olas del mar y la ira de los poderosos; todo eso no pesa más que una tela de araña. Si no me hubiese retenido el amor que os tengo, no hubiese esperado a mañana para marcharme. En toda ocasión yo digo: «Señor, hágase tu voluntad: no lo que quiere éste o aquél, o lo que tú quieres que haga». Éste es mi alcázar, ésta es mi roca inamovible, éste es mi báculo seguro. Si esto es lo que quiere Dios, que así se haga. Si quiere que me quede aquí, le doy gracias. En cualquier lugar donde me mande, le doy gracias también.

9.11.09

Segunda Carta de San Pablo a los Tesalonicenses 3, 1-2

Por lo demás, hermanos, orad por nosotros, para que la palabra del Señor se propague y sea glorificada, como lo fue entre vosotros, y para que nos veamos libres de los hombres perversos y malvados.

4.11.09

Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses 5,12-18

Os rogamos, hermanos, que tengáis en consideración a lo que trabajan entre vosotros y en el Señor os presiden y amonestan. Tened con ellos las mayores muestras de amor en atención a su oficio. Que haya paz entre vosotros. También os rogamos, hermanos, esto: corregid a los indisciplinados, alentad a los pusilánimes, sostened a los débiles y acoged a todos. Mirad que nadie devuelva a otro mal por mal, antes bien buscad siempre el bien entre vosotros y el de los demás. Estad siempre alegres y orad sin cesar. Dad gracias por todo, porque ésta es la voluntad de Dios para vosotros en Cristo Jesús.

2.11.09

Homilía de S. S. Benedicto XVI en la Misa en la Festividad de San Wenceslao, Patrono de la Nación Checa, Explanada Melnik en Stará Boleslav

Hoy se necesitan personas que sean "creyentes" y "creíbles", dispuestas a defender en todo ámbito de la sociedad los principios e ideales cristianos en los que se inspira su acción. Esta es la santidad, vocación universal de todos los bautizados, que impulsa a cumplir el propio deber con fidelidad y valentía, mirando no al propio interés egoísta, sino al bien común, y buscando en cada momento la voluntad divina.
homilía completa en http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/homilies/2009/documents/hf_ben-xvi_hom_20090928_san-venceslao_sp.html)

27.10.09

Carta de San Pablo a los Colosenses 2,8

Mirad que nadie os atrape por medio de vanas filosofías y falacias, según la tradición de los hombres, conforme a los elementos del mundo y no según Cristo.

17.10.09

Hablar con Dios, Tomo V, Nº 45, Autor: Francisco Fernández Carvajal

En muchos hombres se va perdiendo el sentido del pecado, y, consiguientemente, el sentido de Dios. No es raro que en el cine, en la televisión, en comentarios de prensa se enjuicien ideas y hechos contrarios a la ley de Dios como asuntos normales, que a veces se deploran por sus consecuencias dañinas para la sociedad y para el individuo, pero sin referencia alguna al Creador. En otras ocasiones, se exponen estos hechos como sucesos que atraen la curiosidad pública, pero sin darles una mayor trascendencia: infidelidades matrimoniales, hechos escandalosos, difamaciones, faltas contra el honor, divorcios, estafas, prevaricaciones, cohechos... No faltan quienes, aun llamándose cristianos, se recrean en esas situaciones, las consideran con detenimiento, entrevistan a sus protagonistas... y parece como si no se atrevieran a llamarlas por su nombre. En todo caso, se suele olvidar lo más importante: la relación con Dios, que es lo que da el verdadero sentido a lo humano. Se juzga con criterios muy alejados del sentir de Dios, como si Él no existiera o no contara en los asuntos de la vida. Es un ambiente pagano generalizado, parecido al que encontraron los primeros cristianos, y que hemos de cambiar, como ellos hicieron.

párrafo tomado de:

11.10.09

Constitución Pastoral Gaudium et Spes Nº 63

También en la vida económico-social deben respetarse y promoverse la dignidad de la persona humana, su entera vocación y el bien de toda la sociedad. Porque el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico- social.




5.10.09

Carta de San Pablo a los Gálatas 5, 14-15

Porque toda la Ley está resumida plenamente en este precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero si ustedes se están mordiendo y devorando mutuamente, tengan cuidado porque terminarán destruyéndose los unos a los otros.

19.9.09

Constitución Pastoral Gaudium et Spes Nº 69

Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad. Sean las que sean las formas de la propiedad, adaptadas a las instituciones legítimas de los pueblos según las circunstancias diversas y variables, jamás debe perderse de vista este destino universal de los bienes. Por tanto, el hombre, al usarlos, no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás. Por lo demás, el derecho a poseer una parte de bienes suficiente para sí mismos y para sus familias es un derecho que a todos corresponde. Es éste el sentir de los Padres y de los doctores de la Iglesia, quienes enseñaron que los hombres están obligados a ayudar a los pobres, y por cierto no sólo con los bienes superfluos.

Hablar con Dios, Tomo 5, Nº 9; Autor: Francisco Fernández Carvajal

Tres son las características que señala el Señor en la tierra buena: oír con un corazón contrito, humilde, los requerimientos divinos; esforzarse para que ‑con la oración y la mortificación‑ esas exigencias calen en el alma y no se atenúen con el paso del tiempo; y, por último, comenzar y recomenzar, sin desanimarse si los frutos tardan en llegar, si nos damos cuenta de que los defectos no acaban de desaparecer a pesar de los años y del empeño en la lucha por desarraigarlos.

Constitución Pastoral Gaudium et Spes Nº 24

el Señor, cuando ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros también somos uno (Io 17,21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás.

17.9.09

Sermones, Autor: San Juan de Ávila

¡Qué alegre se iría un hombre de este sermón si le dijesen: "El Rey ha de venir mañana a tu casa a hacerte grandes mercedes"! Creo que no comería de gozo y de cuidado, ni dormiría en toda la noche, pensando: "El Rey ha de venir a mi casa, ¿cómo le aparejaré posada?". Hermanos, os digo de parte del Señor que Dios quiere venir a vosotros y que trae un reino de paz.

Con amor viene, recíbelo con amor.

La posada que Él quiere es el ánima de cada uno; ahí quiere Él ser aposentado, y que la posada esté muy aderezada, muy limpia, desasida de todo lo de acá. No hay relicario, no hay custodia, por más rica que sea, por más piedras preciosas que tenga, que se iguale a esta posada para Jesucristo. con amor viene a aposentarse en tu ánima, con amor quiere ser recibido.


13.9.09

Exhortación Apostólica Christifideles Laici Nº 17, Autor: Juan Pablo II

La vocación de los fieles laicos a la santidad implica que la vida según el Espíritu se exprese particularmente en su inserción en las realidades temporales y en su participación en las actividades terrenas. De nuevo el apóstol nos amonesta diciendo: «Todo cuanto hagáis, de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre» (Col 3, 17). Refiriendo estas palabras del apóstol a los fieles laicos, el Concilio afirma categóricamente: «Ni la atención de la familia, ni los otros deberes seculares deben ser algo ajeno a la orientación espiritual de la vida»[45]. A su vez los Padres sinodales han dicho: «La unidad de vida de los fieles laicos tiene una gran importancia. Ellos, en efecto, deben santificarse en la vida profesional y social ordinaria. Por tanto, para que puedan responder a su vocación, los fieles laicos deben considerar las actividades de la vida cotidiana como ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad, así como también de servicio a los demás hombres, llevándoles a la comunión con Dios en Cristo»[46].

Exhortación Apostólica Christifideles Laici Nº 3, Autor: Juan Pablo II

Nuevas situaciones, tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y culturales, reclaman hoy, con fuerza muy particular, la acción de los fieles laicos. Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso.

Exhortación Apostólica Christifideles Laici Nº 37, Autor: Juan Pablo II

La dignidad personal constituye el fundamento de la igualdad de todos los hombres entre sí. De aquí que sean absolutamente inaceptables las más variadas formas de discriminación que, por desgracia, continúan dividiendo y humillando la familia humana: desde las raciales y económicas a las sociales y culturales, desde las políticas a las geográficas, etc. Toda discriminación constituye una injusticia completamente intolerable, no tanto por las tensiones y conflictos que puede acarrear a la sociedad, cuanto por el deshonor que se inflige a la dignidad de la persona; y no sólo a la dignidad de quien es víctima de la injusticia, sino todavía más a la de quien comete la injusticia.

Constitución Pastoral Gaudium et Spes Nº 27

Cuanto atenta contra la vida -homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado-; cuanto viola la integridad de la persona humana, como, por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana: todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador.

Exhortación Apostólica Christifideles Laici Nº 38, Autor: Juan Pablo II

La conciencia moral de la humanidad no puede permanecer extraña o indiferente frente a los pasos gigantescos realizados por una potencia tecnológica, que adquiere un dominio cada vez más dilatado y profundo sobre los dinamismos que rigen la procreación y las primeras fases de desarrollo de la vida humana. En este campo y quizás nunca como hoy, la sabiduría se presenta como la única tabla de salvación, para que el hombre, tanto en la investigación científica teórica como en la aplicada, pueda actuar siempre con inteligencia y con amor; es decir, respetando, todavía más, venerando la inviolable dignidad personal de todo ser humano, desde el primer momento de su existencia. Esto ocurre cuando la ciencia y la técnica se comprometen, con medios lícitos, en la defensa de la vida y en la curación de las enfermedades desde los comienzos, rechazando en cambio —por la dignidad misma de la investigación— intervenciones que resultan alteradoras del patrimonio genético del individuo y de la generación humana[139].

Los fieles laicos, comprometidos por motivos varios y a diverso nivel en el campo de la ciencia y de la técnica, como también en el ámbito médico, social, legislativo y económico deben aceptar valientemente los «desafíos» planteados por los nuevos problemas de la bioética. Como han dicho los Padres sinodales, "Los cristianos han de ejercitar su responsabilidad como dueños de la ciencia y de la tecnología, no como siervos de ella."

Exhortación Apostólica Christifideles Laici Nº 40, Autor: Juan Pablo II

La persona humana tiene una nativa y estructural dimensión social en cuanto que es llamada, desde lo más íntimo de sí, a la comunión con los demás y a la entrega a los demás: «Dios, que cuida de todos con paterna solicitud, ha querido que los hombres constituyan una sola familia y se traten entre sí con espíritu de hermanos»[144]. Y así, la sociedad, fruto y señal de la sociabilidad del hombre, revela su plena verdad en el ser una comunidad de personas.

Se da así una interdependencia y reciprocidad entre las personas y la sociedad: todo lo que se realiza en favor de la persona es también un servicio prestado a la sociedad, y todo lo que se realiza en favor de la sociedad acaba siendo en beneficio de la persona. Por eso, el trabajo apostólico de los fieles laicos en el orden temporal reviste siempre e inseparablemente el significado del servicio al individuo en su unicidad e irrepetibilidad, y del servicio a todos los hombres.

Ahora bien, la expresión primera y originaria de la dimensión social de la persona es el matrimonio y la familia: «Pero Dios no creó al hombre en solitario. Desde el principio "los hizo hombre y mujer" (Gn 1, 27), y esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión entre personas humanas»[145]. Jesús se ha preocupado de restituir al matrimonio su entera dignidad y a la familia su solidez (cf. Mt 19, 3-9); y San Pablo ha mostrado la profunda relación del matrimonio con el misterio de Cristo y de la Iglesia (cf. Ef 5, 22-6, 4; Col 3, 18-21; 1 P 3, 1-7).

El matrimonio y la familia constituyen el primer campo para el compromiso social de los fieles laicos. Es un compromiso que sólo puede llevarse a cabo adecuadamente teniendo la convicción del valor único e insustituible de la familia para el desarrollo de la sociedad y de la misma Iglesia.

La familia es la célula fundamental de la sociedad, cuna de la vida y del amor en la que el hombre «nace» y «crece». Se ha de reservar a esta comunidad una solicitud privilegiada, sobre todo cada vez que el egoísmo humano, las campañas antinatalistas, las políticas totalitarias, y también las situaciones de pobreza y de miseria física, cultural y moral, además de la mentalidad hedonista y consumista, hacen cegar las fuentes de la vida, mientras las ideologías y los diversos sistemas, junto a formas de desinterés y desamor, atentan contra la función educativa propia de la familia.

Urge, por tanto, una labor amplia, profunda y sistemática, sostenida no sólo por la cultura sino también por medios económicos e instrumentos legislativos, dirigida a asegurar a la familia su papel de lugar primario de «humanización» de la persona y de la sociedad.

El compromiso apostólico de los fieles laicos con la familia es ante todo el de convencer a la misma familia de su identidad de primer núcleo social de base y de su original papel en la sociedad, para que se convierta cada vez más en protagonista activa y responsable del propio crecimiento y de la propia participación en la vida social. De este modo, la familia podrá y deberá exigir a todos —comenzando por las autoridades públicas— el respeto a los derechos que, salvando la familia, salvan la misma sociedad.

Todo lo que está escrito en la Exhortación Familiaris consortio sobre la participación de la familia en el desarrollo de la sociedad [146] y todo lo que la Santa Sede, a invitación del Sínodo de los Obispos de 1980, ha formulado con la «Carta de los Derechos de la Familia», representa un programa operativo, completo y orgánico para todos aquellos fieles laicos que, por distintos motivos, están implicados en la promoción de los valores y exigencias de la familia; un programa cuya ejecución ha de urgirse con tanto mayor sentido de oportunidad y decisión, cuanto más graves se hacen las amenazas a la estabilidad y fecundidad de la familia, y cuanto más presiona y más sistemático se hace el intento de marginar la familia y de quitar importancia a su peso social.

Como demuestra la experiencia, la civilización y la cohesión de los pueblos depende sobre todo de la calidad humana de sus familias. Por eso, el compromiso apostólico orientado en favor de la familia adquiere un incomparable valor social. Por su parte, la Iglesia está profundamente convencida de ello, sabiendo perfectamente que «el futuro de la humanidad pasa a través de la familia»[147].

Exhortación Apostólica Christifideles Laici Nº 42, Autor: Juan Pablo II

Para animar cristianamente el orden temporal —en el sentido señalado de servir a la persona y a la sociedad— los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la «política»; es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común. Como repetidamente han afirmado los Padres sinodales, todos y cada uno tienen el derecho y el deber de participar en la política, si bien con diversidad y complementariedad de formas, niveles, tareas y responsabilidades. Las acusaciones de arribismo, de idolatría del poder, de egoísmo y corrupción que con frecuencia son dirigidas a los hombres del gobierno, del parlamento, de la clase dominante, del partido político, como también la difundida opinión de que la política sea un lugar de necesario peligro moral, no justifican lo más mínimo ni la ausencia ni el escepticismo de los cristianos en relación con la cosa pública.

Son, en cambio, más que significativas estas palabras del Concilio Vaticano II: «La Iglesia alaba y estima la labor de quienes, al servicio del hombre, se consagran al bien de la cosa pública y aceptan el peso de las correspondientes responsabilidades»[150].

Una política para la persona y para la sociedad encuentra su criterio básico en la consecución del bien común, como bien de todos los hombres y de todo el hombre, correctamente ofrecido y garantizado a la libre y responsable aceptación de las personas, individualmente o asociadas. «La comunidad política —leemos en la Constitución Gaudium et spes— existe precisamente en función de ese bien común, en el que encuentra su justificación plena y su sentido, y del que deriva su legitimidad primigenia y propia. El bien común abarca el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección»[151].

Además, una política para la persona y para la sociedad encuentra su rumbo constante de camino en la defensa y promoción de la justicia, entendida como «virtud» a la que todos deben ser educados, y como «fuerza» moral que sostiene el empeño por favorecer los derechos y deberes de todos y cada uno, sobre la base de la dignidad personal del ser humano.

En el ejercicio del poder político es fundamental aquel espíritu de servicio, que, unido a la necesaria competencia y eficiencia, es el único capaz de hacer «transparente» o «limpia» la actividad de los hombres políticos, como justamente, además, la gente exige. Esto urge la lucha abierta y la decidida superación de algunas tentaciones, como el recurso a la deslealtad y a la mentira, el despilfarro de la hacienda pública para que redunde en provecho de unos pocos y con intención de crear una masa de gente dependiente, el uso de medios equívocos o ilícitos para conquistar, mantener y aumentar el poder a cualquier precio.

Los fieles laicos que trabajan en la política, han de respetar, desde luego, la autonomía de las realidades terrenas rectamente entendida. Tal como leemos en la Constitución Gaudium et spes, «es de suma importancia, sobre todo allí donde existe una sociedad pluralista, tener un recto concepto de las relaciones entre la comunidad política y la Iglesia y distinguir netamente entre la acción que los cristianos, aislada o asociadamente, llevan a cabo a título personal, como ciudadanos de acuerdo con su conciencia cristiana, y la acción que realizan, en nombre de la Iglesia, en comunión con sus pastores. La Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno, es a la vez signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana»[152]. Al mismo tiempo —y esto se advierte hoy como una urgencia y una responsabilidad— los fieles laicos han de testificar aquellos valores humanos y evangélicos, que están íntimamente relacionados con la misma actividad política; como son la libertad y la justicia, la solidaridad, la dedicación leal y desinteresada al bien de todos, el sencillo estilo de vida, el amor preferencial por los pobres y los últimos. Esto exige que los fieles laicos estén cada vez más animados de una real participación en la vida de la Iglesia e iluminados por su doctrina social. En esto podrán ser acompañados y ayudados por el afecto y la comprensión de la comunidad cristiana y de sus Pastores[153].

La solidaridad es el estilo y el medio para la realización de una política que quiera mirar al verdadero desarrollo humano. Esta reclama la participación activa y responsable de todos en la vida política, desde cada uno de los ciudadanos a los diversos grupos, desde los sindicatos a los partidos. Juntamente, todos y cada uno, somos destinatarios y protagonistas de la política. En este ámbito, como he escrito en la Encíclica Sollicitudo rei socialis, la solidaridad «no es un sentimiento de vaga compasión o de superficial enternecimiento por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos»[154].

La solidaridad política exige hoy un horizonte de actuación que, superando la nación o el bloque de naciones, se configure como continental y mundial.

El fruto de la actividad política solidaria —tan deseado por todos y, sin embargo, siempre tan inmaduro— es la paz. Los fieles laicos no pueden permanecer indiferentes, extraños o perezosos ante todo lo que es negación o puesta en peligro de la paz: violencia y guerra, tortura y terrorismo, campos de concentración, militarización de la política, carrera de armamentos, amenaza nuclear. Al contrario, como discípulos de Jesucristo «Príncipe de la paz» (Is 9, 5) y «Nuestra paz» (Ef 2, 14), los fieles laicos han de asumir la tarea de ser «sembradores de paz» (Mt 5, 9), tanto mediante la conversión del «corazón», como mediante la acción en favor de la verdad, de la libertad, de la justicia y de la caridad, que son los fundamentos irrenunciables de la paz[155].

Exhortación Apostólica Christifideles Laici Nº 44, Autor: Juan Pablo II

la Iglesia pide que los fieles laicos estén presentes, con la insignia de la valentía y de la creatividad intelectual, en los puestos privilegiados de la cultura, como son el mundo de la escuela y de la universidad, los ambientes de investigación científica y técnica, los lugares de la creación artística y de la reflexión humanista.

Exhortación Apostólica Christifideles Laici Nº 44, Autor: Juan Pablo II

Actualmente el camino privilegiado para la creación y para la transmisión de la cultura son los instrumentos de comunicación social[166]. También el mundo de los mass-media, como consecuencia del acelerado desarrollo innovador y del influjo, a la vez planetario y capilar, sobre la formación de la mentalidad y de las costumbres, representa una nueva frontera de la misión de la Iglesia. En particular, la responsabilidad profesional de los fieles laicos en este campo, ejercitada bien a título personal bien mediante iniciativas e instituciones comunitarias, exige ser reconocida en todo su valor y sostenida con los más adecuados recursos materiales, intelectuales y pastorales.

En el uso y recepción de los instrumentos de comunicación urge tanto una labor educativa del sentido crítico animado por la pasión por la verdad, como una labor de defensa de la libertad, del respeto a la dignidad personal, de la elevación de la auténtica cultura de los pueblos, mediante el rechazo firme y valiente de toda forma de monopolización y manipulación.

Tampoco en esta acción de defensa termina la responsabilidad apostólica de los fieles laicos. En todos los caminos del mundo, también en aquellos principales de la prensa, del cine, de la radio, de la televisión y del teatro, debe ser anunciado el Evangelio que salva.

Es Cristo que Pasa Nº 111, Autor: San Josemaría

Los bienes de la tierra, repartidos entre unos pocos; los bienes de la cultura, encerrados en cenáculos. Y, fuera, hambre de pan y de sabiduría, vidas humanas que son santas, porque vienen de Dios, tratadas como simples cosas, como números de una estadística. Comprendo y comparto esa impaciencia, que me impulsa a mirar a Cristo, que continúa invitándonos a que pongamos en práctica ese mandamiento nuevo del amor.

Es Cristo que Pasa Nº 112, Autor: San Josemaría

No hay nada que pueda ser ajeno al afán de Cristo. Hablando con profundidad teológica, es decir, si no nos limitamos a una clasificación funcional; hablando con rigor, no se puede decir que haya realidades -buenas, nobles, y aun indiferentes- que sean exclusivamente profanas, una vez que el Verbo de Dios ha fijado su morada entre los hijos de los hombres.

Surco Nº 302, Autor: San Josemaría

Esta es tu tarea de ciudadano cristiano: contribuir a que el amor y la libertad de Cristo presidan todas las manifestaciones de la vida moderna: la cultura y la economía, el trabajo y el descanso, la vida de familia y la convivencia social.




6.9.09

Comentarios a los Salmos, 33, 6-7; autor: San Agustín

si amáis a Dios, atraed para que le amen a todos los que se juntan con vosotros y a todos los que viven en vuestra casa. Si amáis el Cuerpo de Cristo, que es la unidad de la Iglesia, impeled a todos para que gocen de Dios y decidles con David: Engrandeced conmigo al Señor y alabemos todos a una su santo nombre (Prov 21, 28); y en esto no seáis cortos ni encogidos, sino ganad para Dios a cuantos pudiereis con todos los medios posibles, según vuestra capacidad, exhortándolos, sobrellevándolos, rogándolos, disputando con ellos y dándoles razón de las cosas que pertenecen a la fe con toda mansedumbre y suavidad.

23.8.09

Amigos de Dios Nº 38, Autor: San Josemaría

la religión es la mayor rebeldía del hombre que no tolera vivir como una bestia, que no se conforma -no se aquieta- si no trata y conoce al Creador. Os quiero rebeldes, libres de toda atadura, porque os quiero -¡nos quiere Cristo!- hijos de Dios. Esclavitud o filiación divina: he aquí el dilema de nuestra vida. O hijos de Dios o esclavos de la soberbia, de la sensualidad, de ese egoísmo angustioso en el que tantas almas parecen debatirse.

El Amor de Dios marca el camino de la verdad, de la justicia, del bien. Cuando nos decidimos a contestar al Señor: mi libertad para ti, nos encontramos liberados de todas las cadenas que nos habían atado a cosas sin importancia, a preocupaciones ridículas, a ambiciones mezquinas.

Segunda Carta de San Pablo a los Corintios 3, 17

Allí donde está el espíritu del Señor, allí está la libertad.

17.8.09

Carta de San Pablo a los Romanos 12, 1 - 21

Os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa y agradable a Dios, como obediencia racional. Y no os acomodéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, de modo que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios: esto es lo bueno, lo agradable, lo perfecto.
En virtud de la gracia que me ha sido dada, os digo a cada uno de vosotros: no gustéis lo que está más allá de lo conveniente, sino gustad de la sobriedad, según la medida de fe que Dios repartió a cada cual. Pues así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros, aunque no todos tienen la misma función, así también siendo muchos somos un solo Cuerpo en Cristo, y miembros todos unos con otros. Por eso tenemos dones diferentes, según la gracia que se nos ha concedido: ya sea el don de la profecía, conforme a la medida de la fe; o el de ministerio, para servir; o al que enseña, el de enseñar; o al que exhorta, el de exhortar; quien reparte, hágalo con sencillez, quien preside, con solicitud; y quien ejerce la misericordia, con alegría.
La caridad sea sincera, aborreciendo el mal y adhiriéndonos al bien; amándoos unos a otros con amor fraterno, anticipándoos mutuamente en conceder honor. Con solicitud por el deber, no seáis perezosos; antes, fervorosos de espíritu, sirviendo al Señor. Alegres en la esperanza, pacientes en la tribulación, constantes en la oración; compartiendo necesidades de los santos, fomentando la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen: bendecid y no maldigáis. Gozaos con los que se gozan, llorad con los que lloran. Tened un mismo sentir entre vosotros, no gustando lo que es ostentoso, sino sintiendo con los humildes. No seáis cautelosos a vuestros ojos.
A nadie devolváis mal por mal: haced el bien a la vista de todos los hombres. Vivan en armonía unos con otros, no quieran sobresalir, pónganse a la altura de los más humildes. Si es posible, y en cuanto de vosotros dependa, tened paz con todos los hombres. Queridos no toméis la justicia por vuestra cuenta, sino dad lugar a la ira (de Dios), pues está escrito: "Mía es la venganza, Yo daré el pago merecido", dice el Señor. Pero si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Si haces esto, amontonarás ascuas de fuego sobre tu cabeza. No te dejes vencer por el mal, antes bien; vence el mal con el bien.

16.8.09

Caritas in Veritate Nº1, Autor: S. S. Benedicto XVI

La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad. El amor —«caritas»— es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta. Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,22). Por tanto, defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad. Ésta «goza con la verdad» (1 Co 13,6). Todos los hombres perciben el impulso interior de amar de manera auténtica; amor y verdad nunca los abandonan completamente, porque son la vocación que Dios ha puesto en el corazón y en la mente de cada ser humano. Jesucristo purifica y libera de nuestras limitaciones humanas la búsqueda del amor y la verdad, y nos desvela plenamente la iniciativa de amor y el proyecto de vida verdadera que Dios ha preparado para nosotros. En Cristo, la caridad en la verdad se convierte en el Rostro de su Persona, en una vocación a amar a nuestros hermanos en la verdad de su proyecto. En efecto, Él mismo es la Verdad (cf. Jn 14,6).

otros párrafos de la Encíclica en: www. http://mislekturas-caritasinveritate.blogspot.com/

9.8.09

Visitas al Santísimo Sacramento; Autor: San Alfonso María de Ligorio

¡Ah, Dios mío! Preguntan, ¿qué se hace en presencia de Jesús Sacramentado? ¿Y qué clase de bien deja de hacerse? Se ama, se alaba, se agradece, se pide... Y ¿qué hace un pobre en presencia de un rico?; ¿qué hace un enfermo ante el médico?; ¿qué hace un sediento a la vista de una fuente cristalina?; ¿qué hace un hambriento, en fin, ante un espléndido banquete?

2.8.09

La Divina Comedia. Purgatorio, XI, 13-15; Autor: Dante Alighieri

El maná cotidiano danos hoy,
sin el cual por este áspero desierto
quien más quiere avanzar, más retrocede.

Hablar con Dios, Tomo IV, Nº 47; Autor: Francisco Fernández Carvajal

Jesús les dice que aquel maná no era el pan del Cielo, porque quienes lo comieron murieron, y que su Padre es quien puede darles este otro pan del todo excepcional y maravilloso. Ellos le dijeron: Señor, danos siempre de este pan. Y Jesús les respondió: Yo soy el pan de vida; el que viene a Mí no tendrá hambre, y el que cree en Mí no tendrá nunca sed. El Señor tendrá buen cuidado en dejar bien claro, sin miedo a la confusión y al abandono que habrían de venir, que ese pan es una realidad. Ocho veces repite a continuación el término comer, para que no hubiera error posible. Cristo se hace alimento para que tengamos esa nueva vida, que Él mismo viene a traernos: el pan que Yo os daré es la carne mía. No es un pan de la tierra, es un pan que baja del Cielo y da la vida al mundo. En la Sagrada Eucaristía nos hacemos «concorpóreos y consanguíneos suyos». La Eucaristía es la suprema realización de aquellas palabras de la Escritura: son mis delicias estar con los hijos de los hombres. Jesús Sacramentado es verdaderamente el Emmanuel, el Dios con nosotros, que se nos da como alimento para una nueva vida, que se prolonga más allá de nuestro fin terreno.

1.8.09

El Gran medio de la Oración; Autor: San Alfonso María de Ligorio

Tan gratas a Dios son nuestras plegarias que ha querido que sus santos ángeles se las presenten, apenas se las dirigimos. Lo dice San Hilario: Los ángeles presiden las oraciones de los fieles y diariamente las ofrecen al Señor. Y ¿qué son las oraciones de los santos, sino aquel humo de oloroso incienso que subía ante el divino acatamiento y que los ángeles ofrecían a Dios, como vio San Juan? Y el mismo Santo Apóstol escribe que las oraciones de los santos son incensarios de oro llenos de perfumes deliciosos y gratísimos a Dios.

Para mejor entender la excelencia de nuestras oraciones ante el divino acatamiento bastará leer en las Sagradas Escrituras las promesas que ha hecho el Señor al alma que reza, y eso lo mismo en el antiguo que en el nuevo Testamento. Recordemos algunos textos nada más: Invócame en el día de la tribulación ... Llámame y yo te libraré... Llámame y yo te oiré ... Pedid y se os dará... Buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá.. Cosas buenas dará mi Padre que está en los cielos a aquel que se las pida... Todo aquel que pide, recibe... Lo que queráis, pedidlo, y se os dará. Todo cuanto pidieren, lo hará mi Padre por ellos. Todo cuanto pidáis en la oración, creed que lo recibiréis y se hará sin falta. Si alguno pidiéreis en mi nombre, os lo concederá, Y como éstos muchos textos más que no traemos aquí para no extendemos más de lo debido.

Quiere Dios salvarnos, mas, para gloria nuestra, quiere que nos salvemos, como vencedores. Por tanto, mientras vivamos en la presente vida, tendremos que estar en continua guerra. Para salvamos habremos de luchar y vencer. Sin victoria nadie podrá ser coronado. Así afirma San Juan Crisóstomo: Cierto es que somos muy débiles y los enemigos muchos y muy poderosos; ¿cómo, pues, podremos hacerles frente y derrotarlos? Responde el Apóstol animándonos a la lucha con estas palabras:Todo lo puedo con Aquel que es mi fortaleza Todo lo podemos con la oración; con ella nos dará el Señor las fuerzas que necesitarnos, porque, como escribe Teodorato, la oración es una, pero omnipotente. San Buenaventura asegura que con la oración podemos adquirir todos los bienes y libramos de todos los males.

San Lorenzo Justiniano afirma que con la oración podemos levantamos una torre fortísima donde hemos de estar seguros de las asechanzas y ataques de todos nuestros enemigos. San Bernardo escribe estas hermosas palabras: Fuerte es el poder del infierno, pero la oración es más fuerte que todos los demonios. Y ello es así, porque con la oración alcanza el alma la ayuda divina que es más poderosa que toda fuerza creada. Por esto el santo rey David, cuando le asaltaban los temores, se animaba con estas palabras, Con cánticos de alabanza invocaré al Señor y seré libre de todos mis enemigos. San Juan Crisóstomo lo resume en esta sentencia: La oración es arma poderosa, tutela, puerto y tesoro. Es arma poderosa porque con ella vencemos todos los asaltos del enemigo; defensa, porque nos ampara en todos los peligros; puerto, porque nos salva en todas las tempestades; y tesoro, porque con ella tenemos y poseemos todos los bienes.

21.6.09

Hablar con Dios, Tomo III, Nº 98; Autor: Francisco Fernández Carvajal

"Las tres concupiscencias (cfr. 1 Jn 2,16) son como tres fuerzas gigantescas que han desencadenado un vértigo imponente de lujuria, de engreimiento orgulloso de la criatura en sus propias fuerzas, y de afán de riquezas” (San Josemaría Escrivá, Carta 14-II-1974, n. 10). (...) Y vemos, sin pesimismos ni apocamientos, que (...) estas fuerzas han alcanzado un desarrollo sin precedentes y una agresividad monstruosa, hasta el punto de que “toda una civilización se tambalea, impotente y sin recursos morales” (A. del Portillo, Carta 25-XII-1985, n. 4). Ante esta situación no es lícito quedarse inmóviles. Nos apremia el amor de Cristo..., nos dice San Pablo en la Segunda lectura de la Misa(2 Cor 5, 14-17). La caridad, la extrema necesidad de tantas criaturas, es lo que nos urge a una incansable labor apostólica en todos los ambientes, cada uno en el suyo, aunque encontremos incomprensiones y malentendidos de personas que no quieren o no pueden entender.

«Caminad (....) in nomine Domini, con alegría y seguridad en el nombre del Señor. ¡Sin pesimismos! Si surgen dificultades, más abundante llega la gracia de Dios; si aparecen más dificultades, del Cielo baja más gracia de Dios; si hay muchas dificultades, hay mucha gracia de Dios. La ayuda divina es proporcionada a los obstáculos que el mundo y el demonio pongan a la labor apostólica. Por eso, incluso me atrevería a afirmar que conviene que haya dificultades, porque de este modo tendremos más ayuda de Dios: donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Rom 5, 20)»(A. del Portillo, Carta 31-V-1987, n. 22. ).

Aprovecharemos la ocasión para purificar la intención, para estar más pendientes del Maestro, para fortalecernos en la fe. Nuestra actitud ha de ser la de perdonar siempre y permanecer serenos, pues está el Señor con cada uno de nosotros. «Cristiano, en tu nave duerme Cristo –nos recuerda San Agustín–, despiértale, que Él increpará a la tempestad y se hará la calma»(San Agustín, Sermón 361, 7). Todo es para nuestro provecho y para el bien de las almas. Por eso, basta estar en su compañía para sentirnos seguros. La inquietud, el temor y la cobardía nacen cuando se debilita nuestra oración. Él sabe bien todo lo que nos pasa. Y si es necesario, increpará a los vientos y al mar, y se hará una gran bonanza, nos inundará con su paz. Y también nosotros quedaremos maravillados, como los Apóstoles.

11.6.09

Dios en Preguntas; capítulo: ¿puede uno convertirse en dos minutos?, Autor: André Frossard

Sin embargo, habiendo entrado ateo en una capilla, salí de ella cristiano algunos minutos más tarde, y asistí a mi propia conversión con un asombro que dura todavía.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Mi padre habría querido verme en la calle Ulm. Fui allí a los veinte años, pero me equivoqué de vereda y, en lugar de entrar en la Escuela Normal Superior, entré al convento de las Adoratrices para buscar allí a un camarada con quien debía almorzar.

Lo que voy a contarles no es la historia de un descubrimiento intelectual. es el relato de una experiencia física, casi de una experiencia de laboratorio.

Al empujar el portón de hierro del convento, yo era ateo. El ateísmo toma muchas formas. Hay un ateísmo filosófico, el cual, incorporando a Dios a la naturaleza, se rehusa a darle una personalidad separada y resuelve todo en la inteligencia humana; nada es Dios, todo es divino; ese ateísmo termina en panteísmo bajo la forma de una ideología cualquiera. El ateísmo científico descarta la hipótesis de Dios como inapropiada para la investigación, y se aplica a explicar el mundo únicamente por las propidedes de la materia, de la cual no se preguntará de dónde proviene. Más radical todaviá, el ateísmo marxista no solamente niega a Dios, sino que le notificaría de su despido si llegara a existir; su presencia inoportuna trabaría el libre juego de la voluntad humana. Existe, asismismo, un ateísmo de los más extendidos y que conozco bien, el ateísmo idiota: era el mío. El ateo idiota no se hace preguntas. Encuentra natural estar posado sobre una bola de fuego recubierta por una delgada envoltura de barro seco, que gira sobre sí misma a una velocidad supersónica y alrededor de una especie de bomba de hidrógeno arrastrada en el giro de miles de millones de lucecitas de origen enigmático y de destino desconocido.

Yo era todavía ese ateo al pasar la puerta de la capilla, y lo era todavía en el interior de ella. La concurrencia a contraluz no me presentaba más que sombras, entre las cuales no podía distinguir a mi amigo, y una especie de sol brillaba al fondo del local: yo no sabía que se trataba del Santísimo Sacramento.
Yo no tenía ni penas de amor, ni inquietud, ni curiosidad. La religión era una vieja quimera, los cristianos una especie retrasada en el camino de la evolución: la historia se había pronunciado por nosotros, la izquierda, y el problema de Dios estaba resuelto por la negativa desde hacía dos o tres siglos por lo menos. En mi medio, la religión parecía tan superada que uno no era ya ni siquiera anticlerical, salvo en los días de elecciones.

Fue entonces cuando llegó lo inesperado. Posteriormente quisieron a toda costa hacerme reconocer que la fe me trabajaba subterráneamente, que yo estaba preparado para ello sin saberlo, que mi conversión no fue más que una toma de conciencia brusca de un estado de ánimo que me predisponía desde hacía mucho tiempo a creer.

Error: Si yo estaba dispuesto a algo, era a la ironía con respecto a la religión, y mi estado de ánimo podía resumirse en una sola palabra: indiferencia.

Todavía hoy lo veo, veo a ese muchacho de veinte años que yo era entonces, no olvidé el estupor que sintió cuando se alzó súbitamente frente a él, desde el fondo de esa mediocre capilla, un mundo, otro mundo de un esplendor imposible de soportar, de una densidad loca, y cuya luz revelaba y encubría al mismo tiempo la presencia de Dios, de ese Dios respecto al cual él habría jurado, un momento antes, que no había existido jamás más que en la imaginación de los hombres; al mismo tiempo que lo cubría una onda, una ola fulgurante de dulzura y de alegría mezcladas, de una potencia capaz de romper el corazón y de la cual jamás perdió el recuerdo, incluso en los peores momentos de una vida más de una vez atravesada por el horror y por la desgracia; no tiene otra tarea desde entonces que ensalzar esa dulzura y esa desgarradora pureza de Dios, quien le mostró, por contraste, aquel día, de qué barro estaba hecho.
. . . . . . . . . . . . . . . . .

Esa luz, que no vi. con los ojos del cuerpo, no era la que nos ilumina, o nos broncea, era una luz espiritual, es decir, una luz orientadora y como incandescencia de la verdad. Ella invirtió definitivamente para mí el orden ordinario de las cosas. Desde que la entreví, casi podría decir que para mí sólo existe Dios, y que lo demás no es más que hipótesis.
Frecuentemente me dijeron: “¿Y su libre albedrío? Decididamente hacen de usted todo lo que quieren. Su padre es socialista, usted es socialista. Entra en una capilla, y helo ahí cristiano. Si hubiera entrado en una pagoda, sería budista; si lo hubiera hecho en una mezquita, sería musulmán”. A lo cual, a veces, me permito responder que me sucede salir de una estación sin ser un tren.

En cuanto a mi libre albedrío, no dispuse de él verdaderamente más que después de mi conversión, cuando comprendí que únicamente Dios podía salvarme de todas las dependencias a las cuales, sin él, estaríamos inexorablemente encadenados.

Insisto: Esa fue una experiencia objetiva, casi del orden de la física, y no tengo nada más precioso para trasmitirles que eso: más allá, o más exactamente a través del mundo que nos rodea y nos integra, hay otra realidad, infinitamente más concreta que aquella a la que dimos generalmente crédito, y que es la última realidad, frente la cual no hay más preguntas.

3.5.09

Simón Pedro, Capítulo 8; Autor: George Chevrot

¡Qué fácil era para los poderes del infierno destruir una sociedad cuyos miembros están sujetos a los límites y las debilidades de la naturaleza humana! Ya conocemos los medios y él los puso en práctica.

Primero “el dinero”. Nada pude emprenderse sin este resorte indispensable. Y, no obstante, fueron unos pobres hombres los que impusieron el cristianismo al Imperio Romano. Por otra parte, solo los Apóstoles despegados de las riquezas son los que convierten a los hombres la Evangelio en cada generación. Mientras por todas partes los ricos se sirven de su influencia para lograr una clientela, en la Iglesia son los pobres los que seducen a los ricos y estos dejan sus bienes para ofrecer a Dios templos, a los enfermos hospitales, a los pobres trabajo y subsidios. El infierno no entiende nada; ¡es el mundo al revés!

Pero el infierno es hábil. Puesto que los miembros de la Iglesia son hombres, procurará pervertirlos por el amor al dinero. La Iglesia recibe donaciones, propiedades, fortunas. Sus jefes hacen figura de príncipes y disfrutan de los privilegios de la propiedad. ¡Ya los tiene el infiernos! Pero no, porque Jesús vela por su Iglesia: en el momento oportuno sabe burlar divinamente las leyes humanas. Cuando las riquezas de los monjes y prelados no se emplean para el bien común, excitan la envidia de grandes y pequeños. La Iglesia, despojada periódicamente, vuelve por la injusticia de sus espoliadores a la sencillez de su origen y el infierno nada puede ya contra una Iglesia, que solo sirve para dar.

El enemigo utilizará otras armas. Después de la codicia se servirá del “Orgullo”. Ha hecho buen uso de él. El orgullo descompone la fe, el orgullo socava la obediencia: con esto ¡la Iglesia quedará destruida!

Pues bien, si exceptuamos a San Pablo, los primeros predicadores del Evangelio no poseen diplomas ni títulos científicos: ¿Cómo podrán esos hombres ignorantes convencer a los espíritus cultivados y refinados por la filosofía griega? Precisamente gracias a esa misma ignorancia, porque no sentirán la tentación de añadir nada a la doctrina revelada. Predicarán total y únicamente “cuanto han visto y oído”. Su debilidad se convirtió en fuerza.

¡Qué humana es esta Iglesia que para dirigirse a los hombres tiene que adoptar su lenguaje! Tan humana que lengua oficial es, desde hace mucho, una lengua muerta. Su debilidad constituye su fuerza; también aquí el inconveniente se ha convertido en ventaja, pues su lengua, siempre fija, ayuda a la inmutabilidad del dogma.

Al igual que con su intransigencia dogmática, la Iglesia manifiesta idéntica intolerancia con todo lo que perjudique a sus leyes morales. Antes de infringir el precepto de indisolubilidad conyugal en provecho de Enrique VIII, consiente en que todo el reino de Inglaterra pase a la herejía. Hay que citar siempre a Pascal: “Los Estados perecerían si lasa leyes no se plegasen a la necesidad. Pero la religión no toleró eso ni se sirvió de ello… Son necesarias esas adaptaciones o milagros. No es extraño que se conserve plegándose…, pero que esta religión se haya mantenido siempre inflexible es divino”.

La Iglesia, insegura humanamente del futuro, no ha intentado nunca asegurarse la popularidad entre las masas aminorando la doctrina de Jesucristo. Antes preferiría perecer que conformarse con el más leve error. Pues bien: ha sobrevivido sin sacrificar nada de su Cred0. Empleará un siglo en triunfar del arrianismo, pero triunfará. Poco faltó para que el pelagianismo engañase al papa Zósimo; pero a su vez el pelagianismo fue vencido. La Iglesia elimina las herejías del Medioevo una tras otra; resiste a las influencias, por otra parte terribles, del Renacimiento pagano y del protestantismo disolvente. Conserva intacto su patrimonio doctrinal, a pesar de los ataques o de los progresos del racionalismo del siglo XIX. ¿Cómo una sociedad puramente humana no habría aceptado componendas con las ideas de actualidad? Dado que el pensamiento humano está en constante evolución, ¿cómo ha podido mantener la Iglesia la integridad del dogma? Y todo ello sin ser extraña al genio ni a la filosofía griega ni medieval, al contrario, siendo capaz de hacer inteligible su doctrina a las inteligencias de todos los tiempos como en nuestra época, sin que modifique nunca sus enseñanzas?

No nos engañemos, las herejías no nacieron fuera de la Iglesia, sino en su seno. Fueron sus hijos los que, víctimas más o menos concientes de orgullo, rechazaron la doctrina primitiva. Fueron sus hijos más encumbrados quienes, víctimas de la ambición, determinaron los cismas. La iglesia los vio marchar con pena. Perdió, sucesivamente, naciones enteras, pero lo que pierde en número lo gana al punto en calidad. Sus hijos menos numerosos son más fervorosos y su fervor aumenta el número paulatinamente. Mientras el tiempo altera su doctrina o debilita la disciplina, disminuyen con los siglos los riesgos de disidencias. ¿Quién se aventuraría hoy día a intentar un nuevo cisma? Nunca como en nuestro tiempo fue respetada tan universalmente y más filialmente obedecida la autoridad del Papa. Es verdad que los poderes del infierno causaron a la Iglesia pérdidas inmensas; más no prevalecieron contra ella.

Quedaba al infierno el procurar destruir “la santidad de la Iglesia, rebajando su moralidad. ¿no es difícil hacer pecar a los hombres! Efectivamente, la Iglesia atravesó periodos de una lamentable mediocridad moral. Con todo, incluso en esas épocas, afortunadamente raras, en que sus más altos dignatarios se mostraron indignos de su carácter sagrado, había en la Iglesia muchos santos y fueron ellos los que la salvaron. Ya se trate del siglos X, XV ó XVI, la Iglesia siempre se reformó por sí misma y el observador imparcial debe reconocer que desde hace unos cuatrocientos años se está generalizando la santidad católica y que la Iglesia no solo crece en extensión sino en perfección.

Los poderes del infierno, desesperando de lograr corromper las almas cristianas, recurren al último recurso: “la persecución exterior”. Nuestro Señor no lo ocultó a sus Apóstoles: “Os perseguirán, entregándoos a las sinagogas; os azotarán y os matarán. Y seréis aborrecidos de todos los pueblos a causa de mi nombre. Pero confiad: ¡Yo he vencido al mundo!”

Esta predicación también tuvo su cumplimiento. Inmediatamente después de que nació la Iglesia en Jerusalén fue perseguida por lo judíos. Durante dos siglos y medio el poder imperial de Roma despliega contra ella todos los medios coercitivos posibles: la confiscación, el exilio, trabajos forzados, la pena capital precedida de suplicios, de los cuales Gastón Boissier ha podido decir que “después de maravillarse de que haya habido jueces que hayan pronunciado contra los cristianos penas tan terribles, no queda uno menos maravillado de que las víctimas hayan podido soportarlas”. Pero lejos de suprimir los adeptos de la Iglesia la criminal persecución aceleraba el ritmo de aquellos. “Nos multiplicamos –escribía Tertuliano- a medida que vosotros nos segáis: la sangre de los cristianos es una semilla”

Pues bien: la persecución se recrudece permanentemente contra la Iglesia ya en un país, ya en otro. Las crueldades de antaño han sido superadas en la actualidad por verdugos comunistas. Y, no obstante, la “violencia” no ha dado cuenta de la Iglesia.

Pero los poderes del infierno saben cambiar de táctica. Uno de sus representantes lo proclamaba estos últimos tiempos en la tribuna del Parlamento: “¡La francmasonería es eterna!” Lo cual quiere decir: Las Fuerzas del Mal no capitularán jamás. Ya antes de él lo había afirmado Nuestro Señor: Los poderes enemigos forjan contra la Iglesia leyes que unas frenarán su acción y otras la harán fracasar radicalmente. Con mayor maldad aún tratarán de apartar de la influencia cristiana a las almas y corazones de las masas populares por una intromisión sistemática en la escuela y la prensa. Nada los detendrá en su campaña de descristianización, ni el desarrollo de la inmoralidad ni la incitación a las bajas pasiones de la envidia y el odio, cualesquiera que sean las consecuencias de sus campañas. La destrucción de las familias, las agitaciones sociales, hasta la guerra, no los espantan, con tal de conseguir a ese precio la ruina de la Iglesia. Para colmo de hipocresía, las sectas anticristianas cubrirán sus maniobras bajo las apariencias filosóficas o seudocientificas.

En esta lucha a ultranza cuyo teatro son las almas, la Iglesia combate valerosamente sin contar los sacrificios con el fin de defender a sus hijos contra la mentira y el error. Humanamente combate con armas desiguales, pues el dinero, los favores y las amenazas no están de su parte. Humanamente tendría que ser vencida. Hace siglos que los corifeos del anticristianismo firmaron su sentencia de muerte.

….

Jesús no nos engañó: las puertas del infierno no prevalecerán contra su Iglesia. Perpetuamente atacada, contrariada, perjudicada, prosigue, sin embargo, serena y confiada la misión que le asignó su divino Fundador. Su existencia consiste, según la feliz expresión del Padre Faber, “en una victoriosa derrota”. Si nuestra Iglesia es humana, tan débil y siempre en espera de algún fracaso o saliendo de él, ¿no es acaso divina esta Iglesia que sale regularmente victoriosa de todas sus derrotas?

…. No dudamos nunca de nuestra Iglesia. Su historia es el milagro permanente, en el que podamos apoyar nuestra fe. Pero si creemos que el Hijo de Dios vive en su Iglesia, si estamos persuadidos de que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, de que la iglesia es Jesús y nosotros, no nos durmamos confiando en nuestra propia seguridad. Jesucristo nos pide el apoyo de nuestro esfuerzo personal, para contribuir al triunfo de su Iglesia sobre los Poderes del Mal. A nosotros toca disminuir las debilidades que le vienen de nuestros defectos humanos, suprimir las tareas que encubre el esplendor de su divinidad a los ojos del mundo. Para ello seamos cada vez los mejores hijos de nuestra Madre Iglesia. Nuestros piadosos antepasados del Medioevo no la llamaban tan secamente como nosotros “la Iglesia”, ello la llamaban más bellamente “la Santa Iglesia”. A nuestra Santa Iglesia debemos los deseos y comienzos de santidad que a pesar de todo podemos reconocer en cada uno de nosotros. Que cada uno de nosotros se apreste, por tanto, con una docilidad más generosa a hacer a nuestra querida Iglesia siempre más santa.

1.5.09

Homilía del Cardenal J. Ratzinger en la Misa del día de San José (19 de marzo de 1992)

Con la llegada de la Edad Moderna, los hombres hemos ido dominando cada vez más el mundo, y disponiendo de las cosas a la medida de nuestros deseos; pero estos adelantos en nuestro dominio sobre las cosas, y en el conocimiento de lo que podemos hacer con ellas, ha encogido a la vez nuestra sensibilidad de tal manera, que nuestro universo se ha tornado unidimensional. Estamos dominados por nuestras cosas, por todos los objetos que alcanzan nuestras manos, y que nos sirven de instrumentos para producir otros objetos. En el fondo, no vemos otra cosa que nuestra propia imagen, y estamos incapacitados para oír la voz profunda que, desde la Creación, nos habla también hoy de la bondad y la belleza de Dios.

la homilía completa se puede descargar en : http://www.centroiph.org/index.php?option=com_remository&Itemid=35&func=showdown&id=3

26.4.09

Simón Pedro, Capítulo 5; Autor: George Chevrot

El que cree ser su propio maestro, de hecho obedece a sus pasiones. El que sacude el yugo de la autoridad divina apoya su rebeldía en la autoridad de una palabra humana. El que se rebela contra sus jefes providenciales se entrega a agitadores; tiembla ante el qué dirán y aúlla con los lobos. El que protesta muy alto contra la tutela de la religión, se sujeta, sin saberlo, a otros maestros indignos de un alma libre. Su maestro es la opinión, un libro, un camarada, intereses de clase, el más tirano de todos, su propio apetito siempre insaciable.

19.4.09

Simón Pedro, Capítulo 5; Autor: George Chevrot

Horas después de caminar Simón Pedro sobre las aguas hallamos al Señor en la sinagoga de Cafarnaum. Las enseñanzas que allí predicó son una de las páginas más impresionantes del cuarto Evangelio. Jesús saca las lecciones del milagro de la víspera: Aquel que multiplicó los panes es Él mismo, el nuevo maná que Dios les envía. Pan vivo bajado del Cielo para dar vida al mundo será el alimento de nuestras almas.

Pues bien: cuanto más arrebatada fue la muchedumbre por el prodigio de la multiplicación de los panes, tanto más rezonga contra las inauditas afirmaciones del Salvador. Su sermón está cortado por interrupciones, murmullos y protestas. A la mayor parte escapa el alcance espiritual de sus palabras, y al fin se rebelan contra la idea –la única que retienen- de que Jesús pretende que coman los trozos de su carne. ¡Duras son estas palabras! ¿Quién podrá oírlas? “Desde entonces –escribe San Juan- se retiraron, y ya no le seguían…”

Debió de ser un momento dramático, pues no se trata de algunas deserciones aisladas, sino de una deserción en masa: Multi discipulorum eius abierant. Gran parte de sus discípulos, sin odio ni amenazas, solo bajo la impresión de una decepción insuperable se niegan a creer en Él.

Sus palabras son demasiado duras.

Fijaos bien en la condición de los que le abandonan: No son oyentes ocasionales que se marchan moviendo la cabeza o encogiéndose de hombros, sino discípulos. Esos hombres habían creído en Jesús, habían sentido el ascendiente de su doctrina y persona. En adelante el encanto queda roto… Ellos realizaron sacrificios para ir en su seguimiento: sus renunciamientos para nada han servido. Pierden cuanto habían ganado y todo lo que hubieran podido gana aún. Se habían comprometido con Él, alistándose entre sus partidarios: habían incurrido en la críticas de los demás. Ahora pasan a las filas contrarias y engrosan el número de sus detractores y enemigos.

Mientras se retiran los grupos de disidentes, las miradas de los Apóstoles se clavan en Jesús, ¿No va el maestro a retener a todos esos descontentos? ¿No intentará nada el Salvador para impedirles que abandonen el camino de salvación? ¿No es ya el Buen Pastor que deja momentáneamente el rebaño y corre en busca de la oveja perdida hasta que la encuentra? Aquel día el rebaño se desune y dispersa frente a un pastor impasible… Jesús les deja partir. ¡Qué extraño conductor de masas que no busca popularidad!

Reconozcamos aquí la perfecta lealtad de Nuestro señor. No compromete a nadie por sorpresa; nadie le sigue sino en entero conocimiento. No disimula las dificultades del “camino estrecho" por donde nos lleva. Jesús solo quiere a los que le quieren. Por cierto que su yugo es suave y su carga ligera, pero no promete un yugo que no obligue ni una carga que no pese. Esos se harán dulces y ligeros para aquellos que los acepten libremente por su amor. En cuanto aquellos que vengan a Él por fuerza y que le siguen rezongando no encontrarán en el cristianismo alegría ni facilidad, sino únicamente una carga y un yugo.

Por eso Jesús deja marchar a los discípulos a los que han desagradado sus palabras. Hay que reconocerle y aceptarle como es. Hay que recibirle con todas sus exigencias. Tenemos que darle el primer lugar que exige en nuestros afectos o, en caso contrario, hay que alejarse.

Más aún. No solamente el Salvador no usa de habilidad para conservar el grupo de sus discípulos, sino que en seguida se vuelve hacia los que no claudicaron. Interpela especialmente a los Doce: “¿Queréis iros también vosotros?” Los que han permanecido junto a Él, ¿lo hacen de buen grado o por temor a disgustarle? Jesús les devuelve la libertad: “No sigáis siendo mis discípulos mientras sintáis en vuestro interior pesar o duda”.

Jesús solo quiere discípulos voluntarios convencidos, decididos. Inmediatamente después les dirá: “¿No os he elegido Yo a los Doce?” Los escogió después de una noche de oración, habiendo sopesado el valor, disposiciones, aptitudes de cada uno de ellos. Los eligió, pero Él está dispuesto a verlos alejarse de sí.

El maestro, que nos escogió antes de conocerle nosotros, quiere que libremente le escojamos por nuestra parte. Escoged, nos dice, entre la masa y Yo, entre vuestros instintos o mi Evangelio, entre el amor propio y la caridad, entre el egoísmo o la justicia, entre, el camino ancho de los deseos o el estrecho de los deberes.

“…¿Queréis iros vosotros también?” Simón Pedro respondió en nombre de los Doce: “Señor, ¿a quién iríamos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna!”

12.4.09

Simón Pedro, Capítulo 3; Autor: George Chevrot

Consentir que entre las personas mezcladas en nuestra vida, a nuestro alcance, en nuestra familia tal vez, haya almas que sean extrañas al Evangelio, es propiamente imposible para un cristiano que es consciente de su unión con Cristo. Decirse que conseguirá tranquilamente la salvación, mientras que junto a él hay almas que se extravían y se pierden, es un dolor insoportable para un cristiano que ame a Jesucristo.

El mandato de la parábola nos acusa sin descanso: "Sal aprisa a las plazas y calles de la ciudad, y a los pobres, tullidos, ciegos y cojos tráelos aquí..., oblígalos a entrar, para que se llene mi casa".

Simón Pedro, Capítulo 3; Autor: George Chevrot

Pescar hombres no quiere decir acapararlos para sí o imponerse a ellos, sino apartarlos del error o del pecado para llevarlos a Dios. No confundamos el apostolado con un proselitismo personal. La necesidad de proselitismo es innata en cada uno de nosotros: no nos basta con admirar, queremos que compartan nuestra admiración. ¿qué alegría supone para un hombre ganar adeptos a sus doctrinas, incorporar a un nuevo partidario a su causa! . . . De todas las victorias que el hombre puede ganar, de esa es de la que está más orgulloso: conseguir que otro adopte una opinión que él estima verdadera.

Pues bien: eso no es el apostolado cristiano. La ambición del apóstol es muy diferente y mucho más sublima; no persigue un triunfo personal, sino el triunfo de Cristo. No es nuestro punto de vista lo que deseamos comunicar a nuestros hermanos, sino una fe que "sabemos" verdadera porque es palabra de Dios.

"Serás pescador de hombres", es decir, en plena vida, en el pleno ejercicio de su libertad, con el fin de que puedan llevar una vida más sublime y fecunda. No se trata de plegarlos a nuestra manera de ver, sino de presentarles la verdad hasta que se adhieran a ella espontáneamente, con convicción y alegría. . .

No expongamos a los que pusieron en nosotros su confianza a la inmensa decepción de no encontrar al fin de sus investigaciones sino una sabiduría humana limitada, una virtud humana con sus debilidades, cuando esperaban hallar la verdad y la santidad. "Pescaremos" hombres únicamente para dárselos a Jesús. He aquí el apostolado.

8.4.09

Simón Pedro, Capítulo 2; Autor: George Chevrot

Copiemos el ejemplo de la actividad de la Iglesia: Siempre está empezando de nuevo. Se le confiscan sus bienes, le clausuran los edificios y reedifica otros. Siempre está ocupada en construir: templos escuelas, centros de caridad. Sus instituciones y obras que participan en la evolución de la sociedad, ¿se han vuelto anticuadas, inoperantes? No se obstina, crea otras nuevas, más adaptadas a las dificultades del día. La Iglesia, que tiene las promesas de eternidad y cuyo dogma no cambia nunca, no cree que ha creado algo definitivo en sus obras de apostolado; constantemente perfecciona sus instrumentos de conquista con la habilidad que la caracteriza en equilibrar exactamente la parte de tradición que tiene que conservar y la de los progresos que la mejoran. Como su primer jefe, echa una y otra vez las redes siempre, porque, como él se fía de la palabra de Jesús, in verbo tuo.

6.4.09

Simón Pedro, Capítulo 1; Autor: George Chevrot

En cuanto un hombre se consagra totalmente a su obra, esta obra le transforma y, si es buena, le mejora. Pero cuando no ya el hombre, sino el cristiano, se entrega sin reserva a su vocación de cristiano, esta no tarda en santificarle. Simón se eclipsa ante Pedro, sí como Juan Bautista encontraba su felicidad en menguar para que Jesús creciese, y San Pablo se gozaba de no ser ya dueño de su vida, toda vez que Cristo vivía en él.

4.4.09

Simón Pedro, Capítulo 19; Autor: George Chevrot

A veces somos impacientes al comprobar la lentitud de los progresos del reino de Dios en la tierra y algunos, con enorme injusticia, echan la culpa a la Providencia. Contemos más bien al insignificante número de cristianos que siguen a Jesús de cerca frente a la inmensa mayoría de los bautizados. Entre estos últimos, ¿cuántos hay que han apostado a poco menos? Por encima de ellos están los que creen sernos agradables declarando que no son hostiles a la religión. Tampoco Pilatos tuvo ninguna animadversión contra Jesús. Añadid a estos todas las categorías de buenas gentes que no son, por cierto, gentes muy buenas, de que temen comprometerse, los que disimulan sus convicciones en los medios ambientes donde Cristo resulta sospechoso, discutido, molesto: católicos para quienes la religión es una etiqueta mundana, la faja de garantía colocada sobre sus privilegios sociales; discípulos intermitentes que apelan a Cristo el domingo por la mañana y que todo el resto de la semana “no conocen a ese hombre”.
Si observamos bien que esos adherentes de nombre al Cristianismo constituyen la inmensa mayoría de los bautizados, en vez de dudar de la fecundidad del Evangelio, ¿no nos maravillaremos más del poder sobrenatural de la Iglesia, capaz de continuar su misión santificadora del mundo, a pesar del enorme peso muerto que se ve obligada a arrastrar? La humanidad sigue a Cristo con desesperante parsimonia, porque hay demasiados cristianos que solos siguen a Jesús de lejos, desde muy lejos.
Ojalá que no tengamos que dirigirnos este reproche a nosotros mismos. ¡Dichosos aquellos que pueden confesarse a sí mismos no haber vuelto la espalda a Jesucristo! Pero ¿quién le ha seguido de cerca singularmente?

2.4.09

Evangelio según San Marcos 12, 28-34

Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: "¿Cuál es el primero de los mandamientos?".

Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas.

El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos".

El escriba le dijo: "Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios".

Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

26.2.09

Deuteronomio 30; 15-20

Hoy pongo delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha. Si escuchas los mandamientos del Señor, tu Dios, que hoy te prescribo, si amas al Señor, tu Dios, y cumples sus mandamientos, sus leyes y sus preceptos, entonces vivirás, te multiplicarás, y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde ahora vas a entrar para tomar posesión de ella. Pero si tu corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar y vas a postrarte ante otros dioses para servirlos, yo les anuncio hoy que ustedes se perderán irremediablemente, y no vivirán mucho tiempo en la tierra que vas a poseer después de cruzar el Jordán. Hoy tomo por testigos contra ustedes al cielo y a la tierra; yo he puesto delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, y vivirás, tú y tus descendientes, con tal que ames al Señor, tu Dios, escuches su voz y le seas fiel. Porque de ello depende tu vida y tu larga permanencia en la tierra que el Señor juró dar a tus padres, a Abraham, a Isaac y a Jacob.

8.2.09

Primera Carta a los Corintios 9,16

Porque si evangelizo, no tengo de qué gloriarme; es una obligación que me incumbe. Pues, ¡ay de mí si no evangelizara!

Decreto Apostolicam Actuositatem, Nº 6

La misión de la Iglesia tiende a la santificación de los hombres, que hay que conseguir con la fe en Cristo y con su gracia. El apostolado, pues, de la Iglesia y de todos sus miembros se ordena, ante todo, al mensaje de Cristo, que hay que revelar al mundo con las palabras y con las obras, y a comunicar su gracia.

Decreto Apostolicam Actuositatem, Nº 6

A los laicos se les presentan innumerables ocasiones para el ejercicio del apostolado de la evangelización y de la santificación. El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas, realizadas con espíritu sobrenatural, tienen eficacia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia Dios, pues dice el Señor: "Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt., 5,16).

Pero este apostolado no consiste sólo en el testimonio de la vida: el verdadero apóstol busca las ocasiones de anunciar a Cristo con la palabra, ya a los no creyentes para llevarlos a la fe; ya a los fieles para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a una vida más fervorosa: "la caridad de Cristo nos urge" (2 Cor., 5,14), y en el corazón de todos deben resonar aquellas palabras del Apóstol: "¡Ay de mí si no evangelizare"! (1 Cor., 9,16).

Mas como en nuestros tiempos surgen nuevos problemas, y se multiplican los errores gravísimos que pretenden destruir desde sus cimientos todo el orden moral y la misma sociedad humana, este Sagrado Concilio exhorta cordialísimamente a los laicos, a cada uno según las dotes de su ingenio y según su saber, a que suplan diligentemente su cometido, conforme a la mente de la Iglesia, aclarando los principios cristianos, defendiéndolos y aplicándolos convenientemente a los problemas actuales.

Hablar con Dios, Tomo 3, Nº 35; Autor: Francisco Fernández Carvajal

San Juan Crisóstomo salía al paso de las posibles disculpas ante esta gratísima obligación: «Nada hay más frío que un cristiano que no se preocupe por la salvación de los demás (...). No digas: no puedo ayudarles, pues si eres cristiano de verdad es imposible que no lo puedas hacer. Las propiedades de las cosas naturales no se pueden negar: lo mismo sucede con esto que afirmamos, pues está en la naturaleza del cristiano obrar de esta forma (...). Es más fácil que el sol no luzca ni caliente que deje de dar luz un cristiano; más fácil que esto sería que la luz fuese tinieblas. No digas que es una cosa imposible; lo imposible es lo contrario (...). Si ordenamos bien nuestra conducta, todo lo demás seguirá como consecuencia natural. No puede ocultarse la luz de los cristianos, no puede ocultarse una lámpara que brilla tanto»(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre los Hechos de los Apóstoles, 20).

Preguntémonos si en nuestro ambiente, en el lugar donde vivimos y donde trabajamos, somos verdaderos transmisores de la fe, si acercamos a nuestros amigos a una mayor frecuencia de sacramentos. Examinemos si nos urge el apostolado como exigencia de nuestra vocación, si sentimos la misma responsabilidad de aquellos primeros, pues la necesidad no es hoy menor..., es un deber que me incumbe. ¡Ay de mí si no evangelizara!

Primera Carta a los Tesalonicenses 2, 3-4

En efecto, nuestra predicación no procede del error, ni de la impureza, ni del engaño, sino que, así como Dios nos ha juzgado dignos de confiarnos el Evangelio, así hablamos: no como buscando agradar a los hombres, sino a Dios, que es quien juzga nuestros corazones.

Hablar con Dios, Tomo 3, Nª 35; Autor: Francisco Fernández Carvajal

El afán de que muchos sigan a Cristo debe empujarnos a vivir mejor la caridad con todos, a poner más medios para acercarlos antes al Señor, que los espera: ¡la caridad de Cristo nos urge! (2 Cor 5, 14) Este fue el motor de la incansable actividad apostólica de San Pablo, y será también lo que nos impulse a nosotros; el amor al Señor nos llevará a sentir la urgencia apostólica y a no desaprovechar ninguna ocasión que se nos presente. Es más, en muchas circunstancias seremos nosotros quienes provocaremos esas oportunidades, que de otra forma nunca tendrían lugar.

Todo el mundo te busca... El mundo tiene hambre y sed de Dios. Por eso, junto a la caridad, la esperanza. Nuestros amigos y conocidos, incluso los más alejados, también tienen necesidad y deseos de Dios, aunque muchas veces no los manifiesten. Y, sobre todo, el Señor los busca a ellos.

Juan Pablo II, Discurso a los educadores católicos 12-lX-1987.

el mundo no puede contentarse simplemente con reformadores sociales. Tiene necesidad de santos. La santidad no es un privilegio de pocos; es un don ofrecido a todos... Dudar de esto significa no acabar de entender las intenciones de Cristo

Hablar con Dios, Tomo 3, Nº 35

El apostolado y el proselitismo que atraen a la fe o a una mayor entrega a Dios nacen del convencimiento de poseer la Verdad y el Amor, la verdad salvadora, el único amor que colma las ansias del corazón, siempre insatisfecho. Cuando se pierde esta certeza no se encuentra sentido a la difusión de la fe. Entonces, incluso en ambientes cristianos, se llega a pensar que no se puede influir para que los no cristianos --por ejemplo, ante las leyes en favor del divorcio y del aborto- apoyen una ley recta, según el querer divino. También pierde sentido el llevar la doctrina de Cristo a otras regiones donde todavía no ha llegado o no está hondamente arraigada la fe; en todo caso, la misión apostólica se convierte en una mera acción social en favor de la promoción de esos pueblos, olvidando el tesoro más rico que podrían darles: la fe en Jesucristo, la vida de la gracia... Son cristianos en los que la fe se ha debilitado y han olvidado, quizá, que la verdad es una, que hace más humanos a los hombres y a los pueblos, y abre el camino del Cielo.

Es importante que la fe lleve a plantearse acciones sociales, pero “el mundo no puede contentarse simplemente con reformadores sociales. Tiene necesidad de santos. La santidad no es un privilegio de pocos; es un don ofrecido a todos... Dudar de esto significa no acabar de entender las intenciones de Cristo” (JUAN PABLO II, Discurso a los educadores católicos 12-IX-1987.), omitir la esencia de su mensaje.

Surco Nº 954, Autor: San Josemaría

Compórtate como si de ti, exclusivamente de ti, dependiera el ambiente del lugar donde trabajas: ambiente de laboriosidad, de alegría, de presencia de Dios y de visión sobrenatural.
- No entiendo tu abulia. Si tropiezas con un grupo de compañeros un poco difícil - que quizá ha llegado a ser difícil por tu abandono- , te desentiendes de ellos, escurres el bulto, y piensas que son un peso muerto, un lastre que se opone a tus ilusiones apostólicas, que no te entenderán...
- ¿Cómo quieres que te oigan si, aparte de quererles y servirles con tu oración y mortificación, no les hablas?...
- ¡Cuántas sorpresas te llevarás el día en que te decidas a tratar a uno, a otro, y a otro! Además, si no cambias, con razón podrán exclamar, señalándote con el dedo: "hominem non habeo!" - no tengo quien me ayude!

24.1.09

Constitución Dogmática Lumen Gentium, Nº 9

En todo tiempo y en todo pueblo son adeptos a Dios los que le temen y practican la justicia (cf. Act., 10,35). Quiso, sin embargo, Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados entre sí, sino constituirlos en un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente. Eligió como pueblo suyo el pueblo de Israel, con quien estableció una alianza, y a quien instruyo gradualmente manifestándole a Sí mismo y sus divinos designios a través de su historia, y santificándolo para Sí. Pero todo esto lo realizó como preparación y figura de la nueva alianza, perfecta que había de efectuarse en Cristo, y de la plena revelación que había de hacer por el mismo Verbo de Dios hecho carne. "He aquí que llega el tiempo -dice el Señor-, y haré una nueva alianza con la casa de Israel y con la casa de Judá. Pondré mi ley en sus entrañas y la escribiré en sus corazones, y seré Dios para ellos, y ellos serán mi pueblo... Todos, desde el pequeño al mayor, me conocerán", afirma el Señor (Jr., 31,31-34). Nueva alianza que estableció Cristo, es decir, el Nuevo Testamento en su sangre (cf. 1Cor., 11,25), convocando un pueblo de entre los judíos y los gentiles que se condensara en unidad no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera un nuevo Pueblo de Dios. Pues los que creen en Cristo, renacidos de germen no corruptible, sino incorruptible, por la palabra de Dios vivo (cf. 1Pe., 1,23), no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo (cf. Jn., 3,5-6), son hechos por fin "linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo de adquisición ... que en un tiempo no era pueblo, y ahora pueblo de Dios" (Pe., 2,9-10).

19.1.09

Encíclica Mater et Magistra Nº 1, Autor: Beato Juan XXIII

Madre y Maestra de pueblos, la Iglesia católica fue fundada como tal por Jesucristo para que, en el transcurso de los siglos, encontraran su salvación, con la plenitud de una vida más excelente, todos cuantos habían de entrar en el seno de aquélla y recibir su abrazo. A esta Iglesia, columna y fundamente de la verdad (1Tim 3,15), confió su divino fundador una doble misión, la de engendrar hijos para sí, y la de educarlos y dirigirlos, velando con maternal solicitud por la vida de los individuos y de los pueblos, cuya superior dignidad miró siempre la Iglesia con el máximo respeto y defendió con la mayor vigilancia.

17.1.09

Decreto Unitatis Redintegratio Nº 24

Este Sagrada Concilio desea ardientemente que los proyectos de los fieles católicos progresen en unión con los proyectos de los hermanos separados, sin que se pongan obstáculos a los caminos de la Providencia y sin prejuicios contra los impulsos que puedan venir del Espíritu Santo. Además, se declara conocedor de que este santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la única Iglesia de Jesucristo excede las fuerzas y la capacidad humana. Por eso pone toda su esperanza en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del Padre para con nosotros, en la virtud del Espíritu Santo.

15.1.09

Ilustrísimos Señores; Capítulo: En qué clase de mundo..., Autor: Albino Luciani

de la carta de Albino Luciani a Gilbert K. Chesterton:

Lo que muchos combaten no es al verdadero Dios, sino la falsa idea que se han hecho de Dios: un Dios que protege a los ricos, que no hace más que pedir y acuciar, que siente envidia de nuestro progreso, que espía continuamente desde arriba nuestros pecados para darse el placer de castigarlos.
Querido Chesterton, tú lo sabes, Dios no es así: es justo y bueno a la vez; Padre también de los hijos pródigos, a los que desea ver no mezquinos y miserables, sino grandes, libres, creadores de su propio destino. Nuestro Dios es tan poco rival del hombre, que ha querido hacerle su amigo, llamándole a participar de su misma naturaleza divina y de su misma eterna felicidad. Ni tampoco es verdad que nos pida demasiado; al contrario, se contenta con poco, porque sabe muy bien que no tenemos gran cosa.
Querido Chesterton, estoy tan convencido como tú: este Dios se hará conocer y amar cada vez más; y de todos, incluidos los que hoy lo rechazan, no porque sean malos (¡son quizá mejores que nosotros dos!), sino porque le miran desde un punto de vista equivocado. ¿Que ellos siguen sin creer en Él? Él les responde: soy Yo el que cree en vosotros”

7.1.09

LIBRO DE LA VIDA, Capítulo 6; Autora: Santa Teresa de Jesús

Y tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendéme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad como de otras mayores de honra y pérdida de alma este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra que como tenía el nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide.
Esto han visto otras algunas personas, a quien yo decía se encomendasen a él, también por experiencia; y aun hay muchas que le son devotas de nuevo, experimentando esta verdad.

AUDIENCIA GENERAL, Miércoles 15 de noviembre de 1978; Autor: Juan Pablo II

Porque el hombre teme por naturaleza espontáneamente el peligro, los disgustos y sufrimientos. Pero no sólo en los campos de batalla hay que buscar hombres valientes, sino en las salas de los hospitales o en el lecho del dolor.

4.1.09

Getsemaní, pág. 156-157; Autor: Mons. Javier Echevarría

El espíritu está pronto, pero la carne es débil. Ya se advierte, por lo que venimos considerando, que, si esa prontitud connatural del "espíritu" -de la nueva criatura en Cristo- no se cultiva en la oración y en la entrega, la "carne" -la debilidad del hombre consecuencia del pecado- puede imponerse al "espíritu". El redentor conoce de sobra que, si no enreciamos el espíritu con perseverancia, la criatura se vuelve esclava de la miseria, incapaz de escoger la victoria que le conviene. Se enrecia el espíitu por el amor vigilante -cor meum vigilat(Ct 5, 2)-, por el cultivo del amor cristiano, por la oración y el espíritu de sacrificio.


Para agradar a Dios, para corresponder al Amor con amor, decidámonos a proceder como dos personas que se quieren sinceramente. Viven con la determinación de sacrificarse el uno por el otro; gastan sus días para robustecer ese amor, pasando por enciama del propio yo y acomodándose a lo que agrada al ser que tanto estiman. No se detienen en cálculos de generosidad, ¡aman!

Getsemaní, pág. 157; Autor: Mons. Javier Echevarría

Nada más lejos del cristiano que un comportamiento mediocre, ramplón, que no se esfuerza por adentrarse en la vida de la gracia. Adopta Satanás una táctica muy sagaz con los cristianos: los persuade a no exagerar, quedándose sólo en un cumplimiento mínimo. Va arrancando poco a poco del alma el afán sano y santo de llegar más lejos, de portarse con coherencia en las diversas circunstancias, es decir, como personas que se conforman con una respuesta a medias. De esa falta de lucha para crecer brotan conductas chatas, ancladas en la comodidad, sin recursos para responder que no a la tentación, proclives a las claudicaciones.

La criatura es más auténticamente humana en la medida en que se perfecciona la imagen y semejanza de Dios (cfr. Gn 1, 26-27). En esta determinación encuentran el hombre y la mujer el sentido más hondo y más feliz de us existencia. Tenemos que rechazar la idea, desgraciadamente difundida, de que imitar a Crsito supone un nivel de conducta que nos supera. Nada más lejos de la verdad. Mientras no nos persuadamos de que, con la gracia de Dios, podemos lograr esa identificación, significa que seguimos pactando con la mediocridad, renunciando a la incomparable aventura de tratar a Cristo de cerca, como Amigo, Hermano, Maestro, Médico.

Getsemaní, pág. 158; Autor: Mons. Javier Echevarría

Cuando se mantiene alerta el espíritu, aunque la debilidad abra una brecha en la respuesta humana, se puede remediar inmediatamente, taponando la herida y recomenzando, porque el Señor no se hastía de salir a nuestro encuentro.

A los cristianos incumbe el deber de apreciar la grandeza con que Dios nos ama y nos asiste. No podemos contestar con un basta, hemos de ir siempre a más -desde la contrición, si es preciso-, con el fin de no desaprovechar el tiempo que se nos concede, en el que nadie puede sustituirnos, y que no se vuelve a presentar.

Getsemaní, pág. 158; Autor: Mons. Javier Echevarría

No es un dato más entre tantos el hecho de que la Biblia sea el libro más vendido en el mundo. Significa que en el corazón y en la inteligencia de la gente late la sed de Dios, de un Dios que, siendo prefecto e incomprehensible, se pone a nuestro alcance y son repite que podemos recorrer sus pasos y compartir su Vida.

Participar en la intimidad de Jesucristo es vigilar, sin dar cauce al egoísmo, a la comodidad, a la soberbia, a la sensualidad... Con Jesús, nuestra pequeñez se torna instrumento de increíbles proyectos, como aquellos pobres pescadores que se durmieron en Getsemaní pero que, en cuanto vigilaron con Él en oración recia y perseverante, dieron la vuelta al mundo pagano, con la fuerza de Pentecostés, no obstante su tangible debilidad personal y su indigencia de medios.

Roma, Dulce Hogar, Página 103-105, Autores: Scott y Kimberly Hahn

El Padre John Debicki, mi amigo sacerdote de Pittsburgh, me puso en contacto con el Layton Study Center, un centro del Opus Dei en Milwaukee. Los amigos que hice allí, tanto los sacerdotes como los otros miembros, me ofrecieron un enfoque práctico de oración, trabajo, familia y apostolado, que integró todo lo positivo de mi experiencia evangélica dentro de un sólido plan de vida católico. Se me enseñó y se me animó, como laico, a encontrar modos de transformar mi trabajo en oración. Uno de los miembros casados, Chris Wolfe, me estimulaba constantemente a dar total prioridad a mi vida interior.

Por fin el proceso de conversión se estaba tornando, sobrenaturalmente, en una historia romántica. El Espíritu Santo me estaba revelando que la Iglesia católica, que tanto me aterrorizaba antes, era en realidad mi hogar y mi familia. Experimentaba un gozoso sentimiento de regreso a casa a medida que redescubría a mi padre, a mi madre ya mis hermanos y hermanas mayores.

Así que un día cometí una «fatal metedura de pata»: decidí que había llegado el momento de ir, yo solo, a una Misa católica. Tomé al fin la resolución de atravesar las puertas del Gesú, la parroquia de Marquette University. Poco antes de mediodía me deslicé silenciosamente hacia la cripta de la capilla para la misa diaria. No sabía con certeza lo que encontraría; quizá estaría sólo con un sacerdote y un par de viejas monjas. Me senté en un banco del fondo para observar.
De repente, numerosas personas empezaron a entrar desde las calles, gente normal y corriente. Entraban, hacían una genuflexión y se arrodillaban para rezar. Me impresionó su sencilla pero sincera devoción.

Sonó una campanilla, y un sacerdote caminó hacia el altar. Yo me quedé sentado, dudando aún de si debía arrodillarme o no. Como evangélico calvinista, me habían enseñado que la misa católica era el sacrilegio más grande que un hombre podía cometer: inmolar a Cristo otra vez. Así que no sabía qué hacer.

Observaba y escuchaba atentamente a medida que las lecturas, oraciones y respuestas -tan impregnadas en la Escritura- convertían la Biblia en algo vivo. Me venían ganas de interrumpir la misa para decir: «Mira, esa frase es de Isaías... El canto es de los Salmos ¡Caramba!, ahí tienen a otro profeta en esa plegaria.» Encontré muchos elementos de la antigua liturgia judía que yo había estudiado tan intensamente.

Entonces, de repente, comprendí que éste era el lugar de la Biblia. Éste era el ambiente en el cual esta preciosa herencia de familia debe ser leída, proclamada y explicada... Luego pasamos a la Liturgia Eucarística, donde todas mis afirmaciones sobre la alianza hallaban su lugar.

Hubiera querido interrumpir cada parte y gritar: «¡Eh!, ¿queréis que os explique lo que está pasando desde el punto de vista de la Escritura? ¡Esto es fantástico!» Pero en vez de eso, allí estaba yo sentado, languideciendo por un hambre sobrenatural del Pan de Vida.

Tras pronunciar las palabras de la Consagración, el sacerdote mantuvo elevada la hostia. Entonces sentí que la última sombra de duda se había diluido en mí. Con todo mi corazón musité: «Señor mío y Dios mío. ¡Tú estás verdaderamente ahí! Y si eres Tú, entonces quiero tener plena comunión contigo. No quiero negarte nada.»