25.9.06

Juan Pablo II, Historia de un Hombre, Capítulo 1, Autores: Adam Bujak y Mieczyslav Malinski

En el horizonte de la vida de Karol se destaca, cada vez con mayor claridad, una nueva personalidad. Jan Tyranowski. De profesión, sastre; formación, el bachillerato en una escuela de enseñanza general. Ha trabajado en el comercio de libros, pero pronto lo ha dejado y ha vuelto junto a su padre, que es sastre, y junto a su hermano, que sigue las huellas del padre; se ha retirado para poder vivir en silencio, evitar dispersiones innecesarias y acercarse a Dios por la oración y la contemplación. Cuando en la primavera de 1940, el padre Mazerski ha empezado a tener unas pláticas para la juventud –en conexión con unos ejercicios para jóvenes-, Tyranowski aparece.


Y Jan –como pronto le llamarían- empieza su obra admirable, que nadie había supuesto, ni propuesto, ni nadie se lo había exigido, ni nadie la habría realizado como él. De este modo procediendo sistemáticamente, como lo aprendió trabajando de librero y correspondía su natural, se reunía una vez por semana con los quince miembros de su “rosario viviente –entre los que se encontraba Karol- para hablar un poco con ellos”. El diálogo duraba siempre una hora larga. Eran conversaciones maravillosas. Propiamente no eran diálogos sobre temas religiosos, sino un curso de religión. Un curso de vida interior que Jan había preparado y que cada uno de sus muchachos tenía que realizar. Pero no es un curso de conocimientos religiosos. Aquí no se trata de la cuestión de en qué ha de creer uno, sino de la cuestión de cómo hay que vivir. Y así se habla mucho del amor, de la abnegación, del trabajo, del sacrificio. Del mal que amenaza a todos. Cada uno tiene la obligación de examinar sus preferencias y sus faltas, y los rasgos esenciales del propio temperamento. Se explican los medios que, en contacto con Cristo, pueden ayudar a la formación del propio carácter, como la oración de la mañana y de la noche, la lectura de la sagrada escritura y de obras religiosas. Y no todo se queda en la explicación, sino que Jan se esfuerza por lograr que estos medios entre en la vida de sus protegidos, y que no se contenten con buenas intenciones. Para este fin utiliza unas gráficas en las que cada uno ha puesto, cada día, si ha cumplido o no con las tareas propuestas...

..., están los muchachos que se reúnen en el grupo del rosario. Con ellos hay que hacer algo, no se les puede rechazar. Son chicos llenos de respeto, entrega y obediencia; muchachos que se pueden dirigir, que se deben dirigir, que se dejan dirigir, que quieren ser dirigidos. En la realidad vacía de los años de la ocupación, en este tiempo inhumano, en la pleamar del odio por un lado y del afán de venganza por el otro, estos muchachos encuentra que lo que se vive en el grupo de Tyranowski es como un mundo normal y humano, un mundo tal como ha de ser para que los hombres puedan vivir en él. Tyranowski emprende la nueva tarea como si fuese la más sencilla y natural. Instruye por separado, y más de lo que lo ha hecho hasta ahora, a cada uno de los quince muchachos, sobre la necesidad de la difusión de la fe, sobre la preocupación por los demás hombres, sobre la responsabilidad que se tiene de los otros y de la juventud en especial. A los más celosos los hace celadores de los nuevos “rosarios vivientes” que han surgido. Así Karol pasa a ser celador de un nuevo grupo de quince. Empieza a hacer el “trabajo” que antes hizo con él Jan: se encuentra con los muchachos de los que es celador.