26.5.12

Decenario al Espíritu Santo, Día Décimo, Autora; Francisca Javiera del Valle

En entrando el alma en esta escuela divina, donde el Maestro que enseña es el Espíritu Santo, si el alma pone en práctica todo cuanto aquí la enseña, no es andar ni es correr ni volar; es ir camino de la santidad con la ligereza y prontitud con que va a todas partes nuestro pensamiento.
En esta escuela, abierta por el Espíritu Santo en el centro de nuestra alma, se aprende una ciencia sobre toda ciencia humana.
Los libros de esta escuela son dos: el primero que damos nosotros tiene dos partes.
Se llama este libro la humanidad de nuestro adorable Redentor. La primera parte toda ella contiene los hechos externos de Jesucristo, divino Redentor nuestro.

Esta primera parte de este libro se estudia hasta que con el continuado estudio queda en nuestra memoria como un dibujo, y esto es para que siempre y en todas partes andemos en su presencia, y con esto que logremos nos dice nuestros Maestro que nos basta.
La segunda parte de él contiene la práctica de su contenido. En la práctica cada uno lo ha de hacer según sus fuerzas y según su capacidad; porque en esta escuela, aunque todos hemos de practicar las mismas cosas, como nuestro Maestro es tan prudente y discreto, tan compasivo y misericordioso, que nunca nos exige más de lo que cada uno puede, quiere que pongamos los ojos en el libro que El nos da y cada uno haga allí lo que en el libro vea.

. . .En fin, todo lo hace como su grande sabiduría lo traza, lo quiere y dispone. Lo que quiere es que cuando veamos a uno de los discípulos de esta escuela que le levanta Dios a grande altura y a nosotros nos deja, que le ayudemos a dar gracias a Dios, porque se digna fijar en él su mirada y no cesemos de dar gracias por ello, pero jamás a la criatura la ensalcemos ni alabemos, porque nosotros no podemos saber si merece alabanza por lo que tiene o merece desprecio por lo que hace.
Porque al ver la disposición en que se hallan el corazón y el alma, que es lo que Dios mira y por lo único que se disgusta o complace, esto no lo podemos nosotros ver, porque en el corazón y en el alma, ¿quién puede entrar si no es Dios? Nadie más que Dios.
Cada uno en sí mismo vea lo que a Dios Le agrada y lo que Le disgusta.
Pongamos nuestros ojos en ver el interior de Jesucristo, para ver la disposición de aquella alma bendita y de aquel corazón amante, cómo obraban y el fin que llevaban en todas sus acciones, para nosotros hacerlo por los mismos fines que Dios hecho hombre obraba.
Y esto muy bien se ve y se aprende en esta segunda parte del libro, que es en lo que nosotros hemos de insistir únicamente.
El segundo libro que hay en esta escuela está sólo a la disposición de nuestro Maestro. No nos lo explica, porque este libro, todo lo que él contiene, está sobre todo el entender de toda inteligencia humana.
Y para que tengamos una idea clara y verdadera de lo incomprensible que este libro es, ¿qué hace?
Como es tan sabio, tan poderoso y sutil para enseñar, cuando estamos ya al final de la práctica de la segunda parte del libro primero, queriendo como premiar nuestro esmero en poner en práctica cuanto hemos visto en él, ¿qué hace entonces?
Nos habla y nos dice que aquel libro tan sobre nuestro entender tiene por título “Divina Esencia, Dios”, y al punto se siente el alma con todas sus potencias que no es ella, sino con una fuerza superior que no sabe ella qué es, pero que la arrebata su alma y sus potencias.
Y la arrebata sobre todo lo criado, no sólo de la tierra, sino de lo que llaman firmamento y nosotros llamamos Cielo, casa o palacio, o cielo, como lo quieran llamar, donde Dios puso a los ángeles cuando los crió.