La vida es como un viaje por
el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos
los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida
son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza.
Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas
las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también
luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así
orientación para nuestra travesía.
1.7.12
Exhortación Apostólica Recontiliatio et Paenitentia Nº 16, Autor: S. S. Juan Pablo II
el pecado de cada uno
repercute en cierta manera en los demás. Es ésta la otra cara de aquella
solidaridad que, a nivel religioso, se desarrolla en el misterio profundo y
magnífico de la comunión de los santos, merced a la cual se ha podido
decir que «toda alma que se eleva, eleva al mundo».( Elisabeth Leseur, Journal
et pensées de chaque jour, Paris 1918, p. 31.) A esta ley de la
elevación corresponde, por desgracia, la ley del descenso, de suerte
que se puede hablar de una comunión del pecado, por el que un alma que
se abaja por el pecado abaja consigo a la Iglesia y, en cierto modo, al mundo
entero. En otras palabras, no existe pecado alguno, aun el más íntimo y
secreto, el más estrictamente individual, que afecte exclusivamente a aquel que
lo comete. Todo pecado repercute, con mayor o menor intensidad, con mayor o menor
daño en todo el conjunto eclesial y en toda la familia humana.
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