Hablaba un día con un joven, precisamente como lo estoy haciendo ahora contigo, amigo mío. Trataba de convencerlo de la necesidad de que viviera cristianamente su vida, frecuentase los sacramentos, fuese alma de oración, y diese a toda su vida una orientación sobrenatural.
- Jesús- le decía- tiene necesidad de almas que, con gran naturalidad y con gran entrega de sí mismas, vivan en el mundo una vida íntegramente cristiana.
Pero en sus ojos se transparentaba la resistencia de su alma; y sus palabras aducían justificaciones contra cuanto su voluntad se negaba a aceptar. Pocos minutos después resumió con sinceridad lo que, hasta entonces, quizá no se hubiera dicho ni aun a sí mismo:
- No puedo vivir como usted dice, porque soy muy ambicioso.
Y recuerdo lo que le respondí:
- Mira: tienes enfrente a un hombre mucho más ambicioso que tú, a un hombre que quiere ser santo. Pues mi ambición es tanta, que no se contenta con ninguna cosa terrena: ambiciono a Jesucristo, que es Dios, y al Paraíso, que es su gloria y su felicidad, y la vida eterna.
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