Consentir que entre las personas mezcladas en nuestra vida, a nuestro alcance, en nuestra familia tal vez, haya almas que sean extrañas al Evangelio, es propiamente imposible para un cristiano que es consciente de su unión con Cristo. Decirse que conseguirá tranquilamente la salvación, mientras que junto a él hay almas que se extravían y se pierden, es un dolor insoportable para un cristiano que ame a Jesucristo.
El mandato de la parábola nos acusa sin descanso: "Sal aprisa a las plazas y calles de la ciudad, y a los pobres, tullidos, ciegos y cojos tráelos aquí..., oblígalos a entrar, para que se llene mi casa".
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario