Un discípulo de Cristo jamás tratará mal a persona alguna; al
error le llama error, pero al que está equivocado le debe corregir con afecto:
si no, no le podrá ayudar, no le podrá santificar. Hay que convivir, hay que
comprender, hay que disculpar, hay que ser fraternos; y, como aconsejaba San
Juan de la Cruz, en todo momento hay que poner amor, donde no hay amor, para
sacar amor, también en esas circunstancias aparentemente intrascendentes que
nos brindan el trabajo profesional y las relaciones familiares y sociales.
Por lo tanto, tú y yo aprovecharemos hasta las más banales
oportunidades que se presenten a nuestro alrededor, para santificarlas, para
santificarnos y para santificar a los que con nosotros comparten los mismos
afanes cotidianos, sintiendo en nuestras vidas el peso dulce y sugestivo de la
corredención.
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