Cuando veo a uno a mi lado, a un compañero, a un conocido que no vive cara a Dios, que no le da importancia a su relación con Dios, pues resulta que pienso que es una cosa suya, que es su problema, que viva su libertad. Y no reconozco que el Señor me ha puesto a su lado para que yo sea su apóstol, para que se lo lleve a Él, para que me lo tome con responsabilidad. No sólo en mi propia santidad sino también en la santidad de los demás.
Así podríamos seguir enumerando aspectos de nuestra vida en que nos olvidamos de Dios, en los que pensamos quizá ya no vale la pena, que han pasado muchas cosas, que hoy ya nadie vive vida de fe, que hoy poca gente cree, que quizá son cosas del pasado, pero no.
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