Después que María fue visitada
por el ángel, se puso rápidamente en camino a casa de su prima Isabel, la cual
también esperaba un hijo. Y el niño que había de nacer, Juan Bautista, saltó de
gozo en el vientre de Isabel. ¡Qué maravilla! ¡El Dios todopoderoso, para
anunciar la venida de su Hijo, escogió a un niño que había de nacer!
María, a través del misterio de la Anunciación y de la Visitación, representa
el modelo de vida que nosotras deberíamos llevar. Primero acogió a Jesús en su
existencia; seguidamente, compartió lo que había recibido. Cada vez que
recibimos la Santa Comunión, Jesús, el Verbo, se hace carne en nuestra vida
–don de Dios, al mismo tiempo bello, gracioso, singular. Esta fue la primera
Eucaristía: María ofrece a su Hijo en ella, en quien él había puesto el primer
altar. María, la única que podía afirmar con una confianza absoluta: «Esto es
mi cuerpo», a partir de ese primer momento ofreció su propio cuerpo, su fuerza,
todo su ser, para la formación del Cuerpo de Cristo.
Nuestra Madre la Iglesia ha elevado, delante del rostro de Dios, a un gran
honor a las mujeres proclamando a María Madre de la Iglesia.
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