El no sentir a Dios alguna vez –o por largos períodos–,
el no sentirse atraído a dedicar a Dios el mejor rato del día, puede deberse,
quizá, a que se tiene el alma llena de uno mismo y de todo lo que pasa a nuestro
alrededor. En estos momentos la fidelidad a Dios es fidelidad al recogimiento
interior, al empeño por salir de ese estado, a la vida de oración, a esa oración
en la que el alma se queda sola, desnuda ante Dios y le pide, o le mira...
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