El hombre puramente
natural no valora lo que viene del Espíritu de Dios: es una locura para él y no
lo puede entender, porque para juzgarlo necesita del Espíritu.
29.5.13
28.5.13
Constitución Dogmática Dei Verbum sobre la Revelación Divina Nº 21
La Iglesia ha venerado
siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no
dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto
de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada
Liturgia. Siempre las ha considerado y considera, juntamente con la Sagrada
Tradición, como la regla suprema de su fe, puesto que, inspiradas por Dios y
escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra del mismo
Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas
y de los Apóstoles.
Es necesario, por consiguiente, que
toda la predicación eclesiástica, como la misma religión cristiana, se nutra de
la Sagrada Escritura, y se rija por ella. Porque en los sagrados libros el
Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos;
y es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios, que es, en verdad,
apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del
alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual. Muy a propósito se aplican a
la Sagrada Escritura estas palabras: "Pues la palabra de Dios es viva y
eficaz", "que puede edificar y dar la herencia a todos los que han
sido santificados".
25.5.13
Eclesiastico 17,14
Les dio mandamientos con respecto a su prójimo, diciéndoles: «Eviten cualquier injusticia».
18.5.13
Secuencia de Pentecostés, Autor: Padre Javier Barros
1. Ven, oh Santo Espíritu,
y envíanos tu luz.
Tú serás la claridad
que inunde el corazón.
2. Padre de los pobres
ven a enriquecer,
te lo suplicamos,
todo nuestro ser.
3. Tú eres quien consuela,
amigo siempre fiel.
Tregua en el trabajo,
brisa en el calor.
4. Tú eres el descanso,
la ponderación.
Cuando viene el llanto,
la consolación.
5. Eres luz hermosa
que regala amor.
¡No nos abandones,
Espíritu de Dios!
6. ¡Sana las heridas,
limpia el corazón!
Dale tú el calor
y oriéntalo.
7. Con tus siete dones
ven repártelos,
tu bondad, tu gracia
nos den inspiración.
8. Salva al que busca
la salvación.
Danos alegría.
Amén. Aleluya.
13.5.13
Surco Nº 90, Autor: San Josemaría
¿Optimismo?, siempre! También cuando las cosas salen aparentemente mal:
quizá es ésa la hora de romper a cantar, con un Gloria, porque te has refugiado
en El, y de El no te puede venir más que el bien.
11.5.13
El Sentido de la Filiación Divina Pg. 190-191, Autor: Fernando Ocariz
Nuestro ser hijos de Dios en Cristo confiere a la fraternidad cristiana unas características sobrenaturales precisas. Esa fraternidad es unidad: todos somos uno en Cristo. A la luz del misterio de ser ipse Christus, de la realidad de la Comunión de los Santos, del Cuerpo Místico, la fraternidad entre los cristianos se manifiesta, no como una horizontalidad, sino como una verticalidad en Cristo. Nuestro real ser hermanos de todos los cristianos es, por tanto, algo mucho más estrecho, una ligazón mucho más fuerte que la simple hermandad derivada de la posesión de una misma naturaleza específica; supera incomparablemente a esa genérica fraternidad humana universal. De alguna manera -mística, pero real: con contenido metafísico- los cristianos más que ser muchos hermanos, somos uno: ipse Christus.
5.5.13
Para Llegar a Puerto Pg. 98, Autor: Francisco Fernández Carvajal
Se recomienza y se lucha ante todo por darle "una alegría" al Señor: quien ama busca contentar al amado, aunque personalmente le cueste sacrificio. En este sentido preguntaba el Papa Juan Pablo II: "qué es la santidad?". Y respondía: "Es precisamente la alegría de hacer la Voluntad de Dios"
No se trata, pues, de hacer un esfuerzo ascético sobrehumano para alcanzar unas determinadas metas, como podríamos hacer en cualquier otro empeño difícil. No se pretende la perfección por si misma, la "autoperfección", sino crecer en al amor a Dios en el que tienen su origen y al que llevan las virtudes verdaderas. Por eso no se insistirá tanto en el cumplimiento material de una determinada virtud, sino en el amor a Dios que supone la lucha por cumplirla. No se trata de llegar al final de nuestra carrera con un expediente sin borrón alguno, sino de empeñarnos en cumplir con amor la voluntad de Dios.
3.5.13
Hablar con Dios, Tomo II Nº 79, Autor: Francisco Fernández Carvajal
En la
Santa Misa encontramos el momento más oportuno para renovar el ofrecimiento de
nuestra vida y de las obras del día. Cuando el sacerdote ofrece el pan y el vino,
nosotros ofrecemos cuanto somos y poseemos, y todo aquello que nos proponemos
hacer en esa jornada que comienza. En la patena ponemos la memoria, la
inteligencia, la voluntad... Además, familia, trabajo, alegrías, dolor,
preocupaciones... Y las jaculatorias y actos de desagravio, las comuniones
espirituales, las pequeñas mortificaciones, los actos de amor con que esperamos
llenar el día. Siempre resultarán pobres y pequeños estos dones que ofrecemos,
pero al unirse a la oblación de Cristo en la Misa se hacen inconmensurables y
eternos. “Todas sus obras, sus oraciones e iniciativas apostólicas, la vida
conyugal y familiar, el cotidiano trabajo, el descanso de alma y de cuerpo, si
son hechas en el Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida, si se sobrellevan
pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por
Jesucristo (Cfr. 1 Pdr 2, 5), que en la celebración de la Eucaristía se ofrecen
piadosamente al Padre junto con la oblación del Cuerpo del Señor” (
CONC. VAT. II, Const. Lumen
gentium, 34).
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