El mismo Señor me ha dado
una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una
palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como
un discípulo.
El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás.
Ofrecí
mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la
barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían.
Pero el Señor
viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro
como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.
Está cerca el que me
hace justicia: ¿quién me va a procesar? ¡Comparezcamos todos juntos! ¿Quién
será mi adversario en el juicio? ¡Que se acerque hasta mí!
Sí, el Señor viene
en mi ayuda: ¿quién me va a condenar?