Cuando los jóvenes me preguntan cómo cambiar el mundo, les digo que se amen, se casen, se mantengan fieles, tengan muchos hijos y críen a esos hijos para que sean hombres y mujeres de carácter cristiano. La fe es una semilla. No florece de la noche a la mañana. Se necesita tiempo, amor y esfuerzo. El futuro pertenece a las personas con niños, no con cosas. Las cosas se oxidan y se rompen. Pero cada niño es un universo de posibilidades que alcanza en la eternidad, conectando nuestros recuerdos y nuestras esperanzas en un signo del amor de Dios a través de las generaciones. Eso es lo que importa. El alma de un niño es para siempre.
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