«Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa» (Lc 10,5) para que el mismo Señor entre en ella y se quede allí, como cerca de María... Esta salutación es el misterio de la fe que ilumina el mundo; por ella se ahoga la enemistad, se acaba la guerra y los hombres se reconocen mutuamente. El efecto de esta salutación estaba escondido como debajo de un velo, a pesar de ser prefigurado en el misterio de la resurrección (...) cada vez que la luz se levanta y que la aurora echa fuera la noche. A partir de este envío hecho por Cristo, los hombres han comenzado a dar y a recibir esta salutación, fuente de curación y de bendición. (...)
Esta salutación, con su escondido poder... es suficiente
para llegar, ampliamente, a todos los hombres. Por eso Nuestro Señor ha
enviado, como precursores, a sus discípulos a llevarla para que ella haga
realidad la paz que llevan, por su voz, los apóstoles, sus enviados, y prepare
el camino ante ellos. Fue sembrada en todas las casas (...); entraba en todos
los que la oían, para separar y poner a parte a sus hijos que la reconocían.
Quedaba en ellos, pero denunciaba a los que le eran extraños porque no la
acogían.
Esta salutación de paz no se acaba nunca, saliendo de los
apóstoles llega a sus hermanos desvelándoles los tesoros inagotables del Señor.
(...) Presente tanto en los que la daban como en los que la acogían, este
anuncio de la paz no sufría ni disminución ni división. Anunciaba que el Padre
está cerca de todos y en todos; revelaba que la misión del Hijo está
enteramente cerca de todos, aunque su fin sea junto a su Padre. No cesa de
proclamar que las imágenes están ya cumplidas y que la verdad hace huir las
sombras.
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