Del misterio pascual de Cristo nace la Iglesia y ésta se
presenta a los hombres de su tiempo con una apariencia pequeña, como la
levadura, pero con una fuerza divina capaz de transformar el mundo, haciéndolo
más humano y más cercano a su Creador. Muchos hombres de buena voluntad han
respondido hoy a las frecuentes llamadas del sucesor de Pedro para dar luz a
tantas conciencias que andan en la oscuridad en tierras en las que en otro
tiempo se amaba a Cristo.
Como hicieron los primeros cristianos, “lo verdaderamente
importante es tratar a las almas una a una, para acercarlas a Dios” (A. DEL
PORTILLO, Carta pastoral, 25-XII-1985, n. 9). Por eso, nosotros mismos debemos
estar muy cerca del Señor, unidos a Él como el sarmiento a la vid. Sin santidad
personal no es posible el apostolado, la levadura viva se convierte en masa
inerte. Seríamos absorbidos por el ambiente pagano que con frecuencia
encontramos en quienes quizá en otro tiempo fueron buenos cristianos.
El cristiano, si está unido al Señor, será siempre optimista, “con un optimismo sobrenatural que hunde sus raíces en la fe, que se alimenta de la esperanza y a quien pone alas el amor
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