Cada persona tiene una vocación particular, y toda vida que no responde a ese designio divino se pierde. El Señor espera correspondencia a tantos desvelos, a tantas gracias concedidas, aunque nunca podrá haber semejanza entre lo que damos y lo que recibimos, «pues el hombre nunca puede amar a Dios tanto como Él debe ser amado» Santo Tomás, Suma Teológica, 1-2, q. 6, a. 4. ; sin embargo, con la gracia sí que podemos ofrecerle cada día muchos frutos de amor: de caridad, de apostolado, de trabajo bien hecho... Cada noche, en el examen de conciencia, hemos de saber encontrar esos frutos pequeños en sí mismos, pero que han hecho grandes el amor y el deseo de corresponder a tanta solicitud divina. Y cuando salgamos de este mundo «tenemos que haber dejado impreso nuestro paso, dejando a la tierra un poco más bella y al mundo un poco mejor» G. Chevrot, El Evangelio al aire libre, Herder, Barcelona 1961, p. 169, una familia con más paz, un trabajo que ha significado un progreso para la sociedad, unos amigos fortalecidos con nuestra amistad...
Examinemos en nuestra oración: si tuviéramos que
presentarnos ahora delante del Señor, ¿nos encontraríamos alegres, con las
manos llenas de frutos para ofrecer a nuestro Padre Dios? Pensemos en el día de
ayer..., en la última semana..., y veamos si estamos colmados de obras hechas por
amor al Señor, o si, por el contrario, una cierta dureza de corazón o el
egoísmo de pensar excesivamente en nosotros mismos está impidiendo que demos al
Señor todo lo que espera de cada uno. Bien sabemos que, cuando no se da toda la
gloria a Dios, se convierte la existencia en un vivir estéril. Todo lo que no
se hace de cara a Dios, perecerá. Aprovechemos hoy para hacer propósitos
firmes. «Dios nos concede quizá un año más para servirle. No pienses en cinco,
ni en dos. Fíjate solo en este. San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios,47
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