Son pocos, efectivamente, en comparación a todos los
fieles que componen la Iglesia, los hombres a los que pide el Señor un
testimonio de la fe derramando su sangre, dando su vida en el martirio (mártir
significa testigo), pero sí nos pide a todos la entrega de la vida, poco a
poco, con heroísmo escondido, en el cumplimiento fiel del deber: en el trabajo,
en la familia, en la lucha por ser siempre coherentes con la fe cristiana, con
un ejemplo que arrastra y estimula. Por esto, no basta con que vivamos
interiormente la doctrina de Cristo: falsa fe sería aquella que careciera de
manifestaciones externas. Por pasividad, por afán de no comprometerse, no
pueden dar a entender los cristianos que no estiman su fe como lo más
importante de su vida o no consideran las enseñanzas de la Iglesia como un
elemento vital de su conducta. «El Señor necesita almas recias y audaces, que
no pacten con la mediocridad y penetren con paso seguro en todos los
ambientes" (J. ESCRIVA DE BALAGUER,
Surco, n. 405)