10.2.25

Hablar con Dios, Tomo 3, N° 32, Autor: Francisco Fernández Carvajal

 

Son pocos, efectivamente, en comparación a todos los fieles que componen la Iglesia, los hombres a los que pide el Señor un testimonio de la fe derramando su sangre, dando su vida en el martirio (mártir significa testigo), pero sí nos pide a todos la entrega de la vida, poco a poco, con heroísmo escondido, en el cumplimiento fiel del deber: en el trabajo, en la familia, en la lucha por ser siempre coherentes con la fe cristiana, con un ejemplo que arrastra y estimula. Por esto, no basta con que vivamos interiormente la doctrina de Cristo: falsa fe sería aquella que careciera de manifestaciones externas. Por pasividad, por afán de no comprometerse, no pueden dar a entender los cristianos que no estiman su fe como lo más importante de su vida o no consideran las enseñanzas de la Iglesia como un elemento vital de su conducta. «El Señor necesita almas recias y audaces, que no pacten con la mediocridad y penetren con paso seguro en todos los ambientes" (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Surco, n. 405)

La crisis de la cultura en Europa; autor: Joseph Ratzinger, 1 de abril de 2005

Sobre todo, lo que necesitamos en este momento de la historia son hombres y mujeres que, a través de una fe iluminada y vivida, hagan creíble a Dios en este mundo. El testimonio negativo de los cristianos que hablan de Dios y viven contra él, ha oscurecido la imagen de Dios y ha abierto la puerta a la incredulidad. Necesitamos hombres y mujeres que tengan su mirada dirigida a Dios, para comprender la verdadera humanidad. Necesitamos hombres y mujeres cuyos intelectos estén iluminados por la luz de Dios y cuyos corazones estén dirigidos a Dios, para que sus intelectos puedan hablar con los intelectos de los demás, y para que sus corazones puedan abrirse a los corazones de los demás.



3.2.25

Ascética Meditada, pp. 72-73; Autor: Salvador Canals

Tu mal carácter, tus exabruptos, tus modales poco amables, tus actitudes carentes de afabilidad, tu rigidez (¡tan poco cristiana!), son la causa de que te encuentres solo, en la soledad del egoísta, del amargado, del eterno descontento, del resentido, y son también la causa de que a tu alrededor, en vez de amor, haya indiferencia, frialdad, resentimiento y desconfianza.

Es necesario que con tu buen carácter, con tu comprensión y tu afabilidad, con la mansedumbre de Cristo amalgamada a tu vida, seas feliz y hagas felices a todos los que te rodean, a todos los que te encuentren en el camino de la vida.

2.2.25

Hablar con Dios, Tomo 1, N° 15, Autor: Francisco Fernández Carvajal

Un alma triste está a merced de muchas tentaciones. ¡Cuántos pecados se han cometido a la sombra de la tristeza! Cuando el alma está alegre se vierte hacia afuera y es estímulo para los demás; la tristeza oscurece el ambiente y hace daño. La tristeza nace del egoísmo de pensar en uno mismo con olvido de los demás, de la indolencia ante el trabajo, de la falta de mortificación, de la búsqueda de compensaciones, del descuido en el trato con Dios.

El olvido de uno mismo, el no andar excesivamente preocupados en las propias cosas es condición imprescindible para poder conocer a Cristo, objeto de nuestra alegría, y para poder servirle. Quien anda excesivamente preocupado de sí mismo difícilmente encontrará el gozo de la apertura hacia Dios y hacia los demás.

Y para alcanzar a Dios y crecer en la virtud debemos estar alegres.

Por otra parte, con el cumplimiento alegre de nuestros deberes podemos hacer mucho bien a nuestro alrededor, pues esa alegría lleva a Dios. Recomendaba San Pablo a los primeros cristianos: Llevad los unos las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo (Gal 6, 2). . Y frecuentemente, para hacer la vida más amable a los demás, basta con esas pequeñas alegrías que, aunque de poco relieve, muestran con claridad que los consideramos y apreciamos: una sonrisa, una palabra cordial, un pequeño elogio, evitar tragedias por cosas de poca importancia que debemos dejar pasar y olvidar. Así contribuimos a hacer más llevadera la vida a las personas que nos rodean. Esa es una de las grandes misiones del cristiano: llevar alegría a un mundo que está triste porque se va alejando de Dios.

En muchas ocasiones el arroyo lleva a la fuente. Esas muestras de alegría conducirán a quienes nos tratan habitualmente a la fuente de toda alegría verdadera, a Cristo nuestro Señor.