Cuando se mantiene alerta el espíritu, aunque la debilidad abra una brecha en la respuesta humana, se puede remediar inmediatamente, taponando la herida y recomenzando, porque el Señor no se hastía de salir a nuestro encuentro.
A los cristianos incumbe el deber de apreciar la grandeza con que Dios nos ama y nos asiste. No podemos contestar con un basta, hemos de ir siempre a más -desde la contrición, si es preciso-, con el fin de no desaprovechar el tiempo que se nos concede, en el que nadie puede sustituirnos, y que no se vuelve a presentar.
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