el progreso en las técnicas de la
producción y en la organización del comercio y de los servicios han convertido
a la economía en instrumento capaz de satisfacer mejor las nuevas necesidades
acrecentada de la familia humana.
Sin embargo, no faltan motivos de
inquietud. Muchos hombres, sobre todo en
regiones económicamente desarrolladas, parecen guiarse por la economía, de tal
manera que casi toda su vida personal y social está como teñida de cierto
espíritu materialista tanto en las naciones de economía colectivizada como en
las otras. En un momento en que el
desarrollo de la vida económica, con tal que se le dirija y ordene de manera
racional y humana, podría mitigar las desigualdades sociales, con demasiada
frecuencia trae consigo un endurecimiento de ellas y a veces hasta un retroceso
en las condiciones de vida de los más débiles y un desprecio de los pobres.
Mientras muchedumbres inmensas carecen de lo estrictamente necesario, algunos,
aun en los países menos desarrollados, viven en la opulencia y malgastan sin
consideración. El lujo pulula junto a la miseria. Y mientras unos pocos
disponen de un poder amplísimo de decisión, muchos carecen de toda iniciativa y
de toda responsabilidad, viviendo con frecuencia en condiciones de vida y de trabajo
indignas de la persona humana.
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