La oración
pública (o en común) en la que participan todos los fieles es santa y
necesaria, pues Dios
quiere ver a sus hijos también juntos orando (Cfr. Mt 18, 19-20.-); pero nunca puede sustituir al precepto del
Señor: tú, en tu aposento, cerrada la puerta, ora a tu Padre (Mt 6, 6.-). La liturgia es la oración
pública por excelencia, “es la cumbre hacia la cual tiende toda la actividad de
la Iglesia y al mismo tiempo fuente de donde mana toda su fuerza (...). Con
todo, la vida espiritual no se contiene en la sola participación de la sagrada Liturgia.
Pues el cristiano, llamado a orar en común, debe sin embargo entrar también en
su aposento y orar a su Padre en lo oculto, es más, según señala el Apóstol,
debe rezar sin interrupción (1 Tes, 5, 17)”
19.3.15
15.3.15
Libro de Jeremías 17, 5-10
Así habla el Señor: ¡Maldito el hombre que confía
en el hombre y busca su apoyo en la carne, mientras su corazón se aparta del
Señor!
El es como un matorral en la estepa que no ve
llegar la felicidad; habita en la aridez del desierto, en una tierra salobre e
inhóspita.
¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en él
tiene puesta su confianza!
El es como un árbol plantado al borde de las aguas,
que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme cuando llega el calor y su
follaje se mantiene frondoso; no se inquieta en un año de sequía y nunca deja
de dar fruto.
Nada más tortuoso que el corazón humano y no tiene
arreglo: ¿quién puede penetrarlo?
Yo, el Señor, sondeo el corazón y examino las
entrañas, para dar a cada uno según su conducta, según el fruto de sus
acciones.
4.3.15
Salmo 51. 3-21
por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado!
Porque yo reconozco mis faltas
y mi pecado está siempre ante mí.
Contra ti, contra ti solo pequé
e hice lo que es malo a tus ojos.
Por eso, será justa tu sentencia
y tu juicio será irreprochable;
yo soy culpable desde que nací;
pecador me concibió mi madre.
Tú amas la sinceridad del corazón
y me enseñas la sabiduría en mi interior.
Purifícame con el hisopo y quedaré limpio;
lávame, y quedaré más blanco que la nieve.
Anúnciame el gozo y la alegría:
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta tu vista de mis pecados
y borra todas mis culpas.
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,
y renueva la firmeza de mi espíritu.
No me arrojes lejos de tu presencia
ni retires de mí tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
que tu espíritu generoso me sostenga:
yo enseñaré tu camino a los impíos
y los pecadores volverán a ti.
¡Líbrame de la muerte, Dios, salvador mío,
y mi lengua anunciará tu justicia!
Abre mis labios, Señor,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Los sacrificios no te satisfacen;
si ofrezco un holocausto, no lo aceptas:
mi sacrificio es un espíritu contrito,
tú no desprecias el corazón contrito y humillado.
Trata bien a Sión por tu bondad;
reconstruye los muros de Jerusalén,
Entonces aceptarás los sacrificios rituales
–las oblaciones y los holocaustos–
y se ofrecerán novillos en tu altar.
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