Así habla el Señor: ¡Maldito el hombre que confía
en el hombre y busca su apoyo en la carne, mientras su corazón se aparta del
Señor!
El es como un matorral en la estepa que no ve
llegar la felicidad; habita en la aridez del desierto, en una tierra salobre e
inhóspita.
¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en él
tiene puesta su confianza!
El es como un árbol plantado al borde de las aguas,
que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme cuando llega el calor y su
follaje se mantiene frondoso; no se inquieta en un año de sequía y nunca deja
de dar fruto.
Nada más tortuoso que el corazón humano y no tiene
arreglo: ¿quién puede penetrarlo?
Yo, el Señor, sondeo el corazón y examino las
entrañas, para dar a cada uno según su conducta, según el fruto de sus
acciones.
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