23.12.18
11.12.18
CARTA ENCÍCLICA REDEMPTORIS MISSIO DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II, N° 2
la misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola! La nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal.
Pero lo que más me mueve a proclamar la urgencia de la evangelización misionera es que ésta constituye el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera en el mundo actual, el cual está conociendo grandes conquistas, pero parece haber perdido el sentido de las realidades últimas y de la misma existencia.
27.11.18
22.10.18
19.10.18
9.10.18
Motu Proprio Sacrorum Antistitum, Autor San Pío X
Ya no tenemos que vernos, como en un primer momento, con adversarios disfrazados de ovejas, sino con enemigos abiertos y descarados, dentro mismo de casa, que, puestos de acuerdo con los principales adversarios de la Iglesia, tienen el propósito de destruir la fe. Se trata de hombres cuya arrogancia frente a la sabiduría del cielo se renueva todos los días, y se adjudican el derecho de rectificarla, como si se estuviese corrompiendo; quieren renovarla, como si la vejez la hubiese consumido; darle nuevo impulso y adaptarla a los gustos del mundo, al progreso, a los caprichos, como si se opusiese no a la ligereza de unos pocos sino al bien de la sociedad.
3.10.18
Oración a San Miguel
San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes; y tú, Príncipe de la milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que vagan por el mundo para la perdición de las almas. Amén
2.9.18
Carta de San Pablo a los Gálatas 2, 11-14
Mas,
cuando vino Cefas a Antioquía, me enfrenté con él cara a cara, porque era digno
de reprensión. Pues antes que llegaran algunos del grupo de Santiago, comía en
compañía de los gentiles; pero una vez que aquéllos llegaron, se le vio
recatarse y separarse por temor de los circuncisos. Y los demás judíos le
imitaron en su simulación, hasta el punto de que el mismo Bernabé se vio
arrastrado por la simulación de ellos. Pero en cuanto vi que no procedían con
rectitud, según la verdad del Evangelio, dije a Cefas en presencia de todos:
«Si tú, siendo judío, vives como gentil y no como judío, ¿cómo fuerzas a los
gentiles a judaizar?
10.8.18
Es Cristo que Pasa Nº 173, Autor: San Josemaría
Imitar a María
Nuestra Madre es modelo de correspondencia a la gracia y, al contemplar su
vida, el Señor nos dará luz para que sepamos divinizar nuestra existencia
ordinaria. A lo largo del año, cuando celebramos las fiestas marianas, y en
bastantes momentos de cada jornada corriente, los cristianos pensamos muchas
veces en la Virgen. Si aprovechamos esos instantes, imaginando cómo se
conduciría Nuestra Madre en las tareas que nosotros hemos de realizar, poco a
poco iremos aprendiendo: y acabaremos pareciéndonos a Ella, como los hijos se
parecen a su madre.
Imitar, en primer lugar, su amor. La caridad no se queda en sentimientos: ha de estar en las palabras, pero sobre todo en las obras. La Virgen no sólo dijo fiat, sino que cumplió en todo momento esa decisión firme e irrevocable. Así nosotros: cuando nos aguijonee el amor de Dios y conozcamos lo que El quiere, debemos comprometernos a ser fieles, leales, y a serlo efectivamente. Porque no todo aquel que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos; sino aquel que hace la voluntad de mi Padre celestial.
Hemos de imitar su natural y sobrenatural elegancia. Ella es una criatura privilegiada de la historia de la salvación: en María, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Fue testigo delicado, que pasa oculto; no le gustó recibir alabanzas, porque no ambicionó su propia gloria. María asiste a los misterios de la infancia de su Hijo, misterios, si cabe hablar así, normales: a la hora de los grandes milagros y de las aclamaciones de las masas, desaparece. En Jerusalén, cuando Cristo —cabalgando un borriquito— es vitoreado como Rey, no está María. Pero reaparece junto a la Cruz, cuando todos huyen. Este modo de comportarse tiene el sabor, no buscado, de la grandeza, de la profundidad, de la santidad de su alma.
Tratemos de aprender, siguiendo su ejemplo en la obediencia a Dios, en esa delicada combinación de esclavitud y de señorío. En María no hay nada de aquella actitud de las vírgenes necias, que obedecen, pero alocadamente. Nuestra Señora oye con atención lo que Dios quiere, pondera lo que no entiende, pregunta lo que no sabe. Luego, se entrega toda al cumplimiento de la voluntad divina: he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. ¿Veis la maravilla? Santa María, maestra de toda nuestra conducta, nos enseña ahora que la obediencia a Dios no es servilismo, no sojuzga la conciencia: nos mueve íntimamente a que descubramos la libertad de los hijos de Dios.
Es Cristo que Pasa Nº 174, Autor: San Josemaría
La escuela de la oración
El Señor os habrá concedido descubrir tantos
otros rasgos de la correspondencia fiel de la Santísima Virgen, que por sí
solos se presentan invitándonos a tomarlos como modelo: su pureza, su humildad,
su reciedumbre, su generosidad, su fidelidad... Yo quisiera hablar de uno que
los envuelve todos, porque es el clima del progreso espiritual: la vida de
oración.
Para aprovechar la gracia que Nuestra Madre nos trae en el día de hoy, y para secundar en cualquier momento las inspiraciones del Espíritu Santo, pastor de nuestras almas, debemos estar comprometidos seriamente en una actividad de trato con Dios. No podemos escondernos en el anonimato; la vida interior, si no es un encuentro personal con Dios, no existirá. La superficialidad no es cristiana. Admitir la rutina, en nuestra conducta ascética, equivale a firmar la partida de defunción del alma contemplativa. Dios nos busca uno a uno; y hemos de responderle uno a uno: aquí estoy, Señor, porque me has llamado.
Oración, lo sabemos todos, es hablar con Dios; pero quizá alguno pregunte: hablar, ¿de qué? ¿De qué va a ser, sino de las cosas de Dios y de las que llenan nuestra jornada? Del nacimiento de Jesús, de su caminar en este mundo, de su ocultamiento y de su predicación, de sus milagros, de su Pasión Redentora y de su Cruz y de su Resurrección. Y en la presencia del Dios Trino y Uno, poniendo por Medianera a Santa María y por abogado a San José Nuestro Padre y Señor —a quien tanto amo y venero—, hablaremos del trabajo nuestro de todos los días, de la familia, de las relaciones de amistad, de los grandes proyectos y de las pequeñas mezquindades.
El tema de mi oración es el tema de mi vida. Yo hago así. Y a la vista de esta situación mía, surge natural el propósito, determinado y firme, de cambiar, de mejorar, de ser más dócil al amor de Dios. Un propósito sincero, concreto. Y no puede faltar la petición urgente, pero confiada, de que el Espíritu Santo no nos abandone, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza.
Somos cristianos corrientes; trabajamos en profesiones muy diversas; nuestra actividad entera transcurre por los carriles ordinarios; todo se desarrolla con un ritmo previsible. Los días parecen iguales, incluso monótonos... Pues, bien: ese plan, aparentemente tan común, tiene un valor divino; es algo que interesa a Dios, porque Cristo quiere encarnarse en nuestro quehacer, animar desde dentro hasta las acciones más humildes.
Este pensamiento es una realidad sobrenatural, neta, inequívoca; no es una consideración para consuelo, que conforte a los que no lograremos inscribir nuestros nombres en el libro de oro de la historia. A Cristo le interesa ese trabajo que debemos realizar —una y mil veces— en la oficina, en la fábrica, en el taller, en la escuela, en el campo, en el ejercicio de la profesión manual o intelectual: le interesa también el escondido sacrificio que supone el no derramar, en los demás, la hiel del propio mal humor.
Repasad en la oración esos argumentos, tomad ocasión precisamente de ahí para decirle a Jesús que lo adoráis, y estaréis siendo contemplativos en medio del mundo, en el ruido de la calle: en todas partes. Esa es la primera lección, en la escuela del trato con Jesucristo. De esa escuela, María es la mejor maestra, porque la Virgen mantuvo siempre esa actitud de fe, de visión sobrenatural, ante todo lo que sucedía a su alrededor: guardaba todas esas cosas en su corazón ponderándolas.
Para aprovechar la gracia que Nuestra Madre nos trae en el día de hoy, y para secundar en cualquier momento las inspiraciones del Espíritu Santo, pastor de nuestras almas, debemos estar comprometidos seriamente en una actividad de trato con Dios. No podemos escondernos en el anonimato; la vida interior, si no es un encuentro personal con Dios, no existirá. La superficialidad no es cristiana. Admitir la rutina, en nuestra conducta ascética, equivale a firmar la partida de defunción del alma contemplativa. Dios nos busca uno a uno; y hemos de responderle uno a uno: aquí estoy, Señor, porque me has llamado.
Oración, lo sabemos todos, es hablar con Dios; pero quizá alguno pregunte: hablar, ¿de qué? ¿De qué va a ser, sino de las cosas de Dios y de las que llenan nuestra jornada? Del nacimiento de Jesús, de su caminar en este mundo, de su ocultamiento y de su predicación, de sus milagros, de su Pasión Redentora y de su Cruz y de su Resurrección. Y en la presencia del Dios Trino y Uno, poniendo por Medianera a Santa María y por abogado a San José Nuestro Padre y Señor —a quien tanto amo y venero—, hablaremos del trabajo nuestro de todos los días, de la familia, de las relaciones de amistad, de los grandes proyectos y de las pequeñas mezquindades.
El tema de mi oración es el tema de mi vida. Yo hago así. Y a la vista de esta situación mía, surge natural el propósito, determinado y firme, de cambiar, de mejorar, de ser más dócil al amor de Dios. Un propósito sincero, concreto. Y no puede faltar la petición urgente, pero confiada, de que el Espíritu Santo no nos abandone, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza.
Somos cristianos corrientes; trabajamos en profesiones muy diversas; nuestra actividad entera transcurre por los carriles ordinarios; todo se desarrolla con un ritmo previsible. Los días parecen iguales, incluso monótonos... Pues, bien: ese plan, aparentemente tan común, tiene un valor divino; es algo que interesa a Dios, porque Cristo quiere encarnarse en nuestro quehacer, animar desde dentro hasta las acciones más humildes.
Este pensamiento es una realidad sobrenatural, neta, inequívoca; no es una consideración para consuelo, que conforte a los que no lograremos inscribir nuestros nombres en el libro de oro de la historia. A Cristo le interesa ese trabajo que debemos realizar —una y mil veces— en la oficina, en la fábrica, en el taller, en la escuela, en el campo, en el ejercicio de la profesión manual o intelectual: le interesa también el escondido sacrificio que supone el no derramar, en los demás, la hiel del propio mal humor.
Repasad en la oración esos argumentos, tomad ocasión precisamente de ahí para decirle a Jesús que lo adoráis, y estaréis siendo contemplativos en medio del mundo, en el ruido de la calle: en todas partes. Esa es la primera lección, en la escuela del trato con Jesucristo. De esa escuela, María es la mejor maestra, porque la Virgen mantuvo siempre esa actitud de fe, de visión sobrenatural, ante todo lo que sucedía a su alrededor: guardaba todas esas cosas en su corazón ponderándolas.
Supliquemos hoy a Santa María que nos haga contemplativos, que nos enseñe a comprender las llamadas continuas que el Señor dirige a la puerta de nuestro corazón. Roguémosle: Madre nuestra, tú has traído a la tierra a Jesús, que nos revela el amor de nuestro Padre Dios; ayúdanos a reconocerlo, en medio de los afanes de cada día; remueve nuestra inteligencia y nuestra voluntad, para que sepamos escuchar la voz de Dios, el impulso de la gracia.
Es Cristo que Pasa Nº 175, Autor: San Josemaría
Maestra de apóstoles
Pero no penséis sólo en vosotros mismos: agrandad el corazón
hasta abarcar la humanidad entera. Pensad, antes que nada, en quienes os rodean
—parientes, amigos, colegas— y ved cómo podéis llevarlos a sentir más
hondamente la amistad con Nuestro Señor. Si se trata de personas rectas y
honradas, capaces de estar habitualmente más cerca de Dios, encomendadlas
concretamente a Nuestra Señora. Y pedid también por tantas almas que no
conocéis, porque todos los hombres estamos embarcados en la misma barca.
Sed leales, generosos. Formamos parte de un solo cuerpo, del
Cuerpo Místico de Cristo, de la Iglesia santa, a la que están llamados muchos
que buscan limpiamente la verdad. Por eso tenemos obligación estricta de
manifestar a los demás la calidad, la hondura del amor de Cristo. El cristiano
no puede ser egoísta; si lo fuera, traicionaría su propia vocación. No es de
Cristo la actitud de quienes se contentan con guardar su alma en paz —falsa paz
es ésa—, despreocupándose del bien de los otros. Si hemos aceptado la auténtica
significación de la vida humana —y se nos ha revelado por la fe—, no cabe que
continuemos tranquilos, persuadidos de que nos portamos personalmente bien, si
no hacemos de forma práctica y concreta que los demás se acerquen a Dios.
Hay un obstáculo real para el apostolado: el falso respeto,
el temor a tocar temas espirituales, porque se sospecha que una conversación
así no caerá bien en determinados ambientes, porque existe el riesgo de herir
susceptibilidades. ¡Cuántas veces ese razonamiento es la máscara del egoísmo!
No se trata de herir a nadie, sino de todo lo contrario: de servir. Aunque
seamos personalmente indignos, la gracia de Dios nos convierte en instrumentos
para ser útiles a los demás, comunicándoles la buena nueva de que Dios quiere
que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
¿Y será lícito meterse de ese modo en la vida de los demás?
Es necesario. Cristo se ha metido en nuestra vida sin pedirnos permiso. Así
actuó también con los primeros discípulos: pasando por la ribera del mar de
Galilea vio a Simón y a su hermano Andrés, echando las redes en el mar, pues
eran pescadores. Y les dijo Jesús: seguidme, y haré que vengáis a ser
pescadores de hombres. Cada uno conserva la libertad, la falsa libertad, de
responder que no a Dios, como aquel joven cargado de riquezas, de quien nos
habla San Lucas. Pero el Señor y nosotros —obedeciéndole: id y enseñad- tenemos
el derecho y el deber de hablar de Dios, de este gran tema humano, porque el
deseo de Dios es lo más profundo que brota en el corazón del hombre.
Santa María, Regina apostolorum, reina de todos los que
suspiran por dar a conocer el amor de tu Hijo: tú que tanto entiendes de
nuestras miserias, pide perdón por nuestra vida: por lo que en nosotros podría
haber sido fuego y ha sido cenizas; por la luz que dejó de iluminar, por la sal
que se volvió insípida. Madre de Dios, omnipotencia suplicante: tráenos, con el
perdón, la fuerza para vivir verdaderamente de esperanza y de amor, para poder
llevar a los demás la fe de Cristo.
5.8.18
Hablar con Dios, Tomo 4, N° 44, Autor: Francisco Fernández Carvajal
Quizá no se trate, normalmente, de sufrir grandes violencias físicas por causa del Evangelio, sino de soportar murmuraciones y calumnias, sonrisas burlonas, discriminaciones en el lugar de trabajo, pérdida de ventajas económicas o de amistades superficiales... A veces, quizá en la misma familia o con los amigos será necesaria una buena dosis de serenidad y fortaleza sobrenatural para mantener una postura coherente con la fe. Y en esas incómodas situaciones se puede presentar la tentación de escoger el camino fácil y evitar en los otros un movimiento de rechazo, de incomprensión, incluso de burla, a costa de ceder en la postura que debe mantener siempre un buen cristiano; puede meterse en el alma la idea de no perder amigos, de no cerrarse puertas por las que quizá será necesario pasar más tarde... Viene la tentación de dejarse llevar por los respetos humanos, ocultando la propia identidad, la condición de discípulos de Cristo que quieren vivir muy cerca de Él.
En esas situaciones difíciles, el cristiano no debe preguntarse qué es lo más oportuno, aquello que será bien acogido o aceptado, sino qué es lo mejor, qué espera el Señor en aquella concreta circunstancia. Muchas veces los respetos humanos son consecuencia de la comodidad de no llevarse un pequeño mal rato, del afán de agradar siempre o del deseo de no distinguirse dentro de un grupo. Y quizá el Señor espera eso, que nos distingamos, que seamos coherentes con la fe y el amor que llevamos en el corazón, que expresemos, aunque solo sea con el silencio, con unas pocas palabras, con un gesto o con una actitud... nuestras convicciones más profundas. Esta firmeza en la fe, que se transparenta en la conducta, es frecuentemente, sin darnos cuenta, el mejor modo de expresar el atractivo de la fe cristiana, y el comienzo del retorno de muchos hacia la Casa del Padre.
Para muchos que comienzan a seguir a Cristo, este es uno de los principales obstáculos que se presentarán en su camino. «¿Sabéis –pregunta el Santo Cura de Ars– cuál es la primera tentación que el demonio presenta a una persona que ha comenzado a servir mejor a Dios? Es el respeto humano», porque toda persona normal posee un sentido innato de vergüenza que la lleva a rehuir aquellas situaciones que la ponen en evidencia delante de los demás. Esta será nuestra mayor alegría: dar la cara por Jesucristo, cuando la ocasión lo requiera. Jamás nos arrepentiremos de haber sido coherentes con nuestra fe cristiana.( SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre las tentaciones.)
7.7.18
AUDIENCIA GENERAL Miércoles 13 de agosto de 1986; Autor: San Juan Pablo II
La caída de los ángeles rebeldes
1. Continuando el tema de las
precedentes catequesis dedicadas al artículo de la fe referente a los ángeles,
criaturas de Dios, vamos a explorar el misterio de la libertad que
algunos de ellos utilizaron contra Dios y contra su plan de salvación respecto
a los hombres.
Como testimonia el Evangelista Lucas en
el momento, en el que los discípulos se reunían de nuevo con el Maestro llenos
de gloria por los frutos recogidos en sus primeras tareas misioneras, Jesús
pronuncia una frase que hace pensar: "veía yo a Satanás caer del cielo
como un rayo" (Lc 10, 18).
Con estas palabras el Señor afirma que
el anuncio del reino de Dios es siempre una victoria sobre el diablo, pero al
mismo tiempo revela también que la edificación del reino está continuamente
expuesta a las insidias del espíritu del mal. Interesarse por esto, como
tratamos de hacer con la catequesis de hoy, quiere decir prepararse al
estado de lucha que es propio de la vida de la Iglesia en este tiempo
final de la historia de la salvación (así como afirma el libro del Apocalipsis.
cf. 12, 7). Por otra parte, esto ayuda a aclarar la recta fe de la
Iglesia frente a aquellos que la alteran exagerando la importancia del
diablo o de quienes niegan o minimizan su poder maligno.
Las precedentes catequesis sobre los
ángeles nos han preparado para comprender la verdad, que la Sagrada Escritura
ha revelado y que la Tradición de la Iglesia ha transmitido, sobre Satanás, es
decir, sobre el ángel caído, el espíritu maligno, llamado también diablo o
demonio.
2.Esta "caída", que presenta
la forma de rechazo de Dios con el consiguiente estado de "condena",
consiste en la libre elección hecha por aquellos espíritus creados, los cuales
radical e irrevocablemente han rechazado a Dios y su reino,
usurpando sus derechos soberanos y tratando de trastornar la economía de la
salvación y el ordenamiento mismo de toda la creación. Un reflejo de esta
actitud se encuentra en las palabras del tentador a los progenitores: "Seréis
como Dios" o "como dioses" (cf. Gen 3,
5). Así el espíritu maligno trata de transplantar en el hombre la actitud de
rivalidad, de insubordinación a Dios y su oposición a Dios que ha venido a
convertirse en la motivación de toda su existencia.
3. En el Antiguo Testamento, la
narración de la caída del hombre, recogida en el libro del Génesis, contiene
una referencia a la actitud de antagonismo que Satanás quiere comunicar al
hombre para inducirlo a la transgresión (cf. Gen 3, 5). También
en el libro de Job (cf. Job 1, 11; 2, 5.7), vemos que satanás
trata de provocar la rebelión en el hombre que sufre. En el libro de la
Sabiduría (cf. Sab 2, 24), satanás es presentado como el
artífice de la muerte que entra en la historia del hombre juntamente con el
pecado.
4. La Iglesia, en el Concilio
Lateranense IV (1215), enseña que el diablo (satanás) y los
5. Estos textos nos ayudan a comprender
la naturaleza y la dimensión del pecado de satanás, consistente en el rechazo
de la verdad sobre Dios, conocido a la luz de la inteligencia y de la
revelación como Bien infinito, amor, y santidad subsistente. El
pecado ha sido tanto más grande cuanto mayor era la perfección espiritual y la
perspicacia cognoscitiva del entendimiento angélico, cuanto mayor era su
libertad y su cercanía a Dios. Rechazando la verdad conocida
sobre Dios con un acto de la propia libre voluntad, satanás se convierte en
"mentiroso cósmico" y "padre de la mentira" (Jn 8,
44). Por esto vive la radical e irreversible negación de Dios y trata
de imponer a la creación, a los otros seres creados a imagen de Dios,
y en particular a los hombres, su trágica "mentira sobre el Bien" que
es Dios. En el libro del Génesis encontramos una descripción precisa de esa
mentira y falsificación de la verdad sobre Dios, que satanás (bajo la forma de
serpiente) intenta transmitir a los primeros representantes del género humano:
Dios sería celoso de sus prerrogativas e impondría por ello limitaciones al
hombre (cf. Gen 3, 5). Satanás invita al hombre a liberarse de
la imposición de este juego, haciéndose "como Dios".
6. En esta condición de mentira
existencial satanás se convierte —según San Juan— también en homicida, es
decir, destructor de la vida sobrenatural que Dios había
injertado desde el comienzo en él y en las criaturas hechas a "imagen de
Dios": los otros espíritus puros y los hombres; satanás quiere
destruir la vida según la verdad, la vida en la plenitud del bien, la
vida sobrenatural de gracia y de amor. El autor del libro
de la Sabiduría escribe:" ...por envidia del diablo entró la muerte en el
mundo, y la experimentan los que le pertenecen" (Sab 2, 24).
En el Evangelio Jesucristo amonesta: "...temed más bien a aquel que
puede perder el alma y el cuerpo en la gehena" (Mt 10,
28).
7. Como efecto del pecado de los
progenitores, este ángel caído ha conquistado en cierta medida el
dominio sobre el hombre. Esta es la doctrina constantemente confesada y
anunciada por la Iglesia, y que el Concilio de Trento ha confirmado
en el tratado sobre el pecado original (cf. DS 1511): Dicha
doctrina encuentra dramática expresión en la liturgia del bautismo, cuando se
pide al catecúmeno que renuncie al demonio y a sus seducciones.
Sobre este influjo en el hombre y en
las disposiciones de su espíritu (y del cuerpo) encontramos varias indicaciones
en la Sagrada Escritura, en la cual satanás es llamado "el príncipe de
este mundo" (cf. Jn 12, 31; 14, 30;16, 11) e incluso
"el Dios de este siglo" (2 Cor 4, 4).
Encontramos muchos otros nombres que describen sus nefastas
relaciones con el hombre: "Belcebú" o "Belial", "espíritu
inmundo", "tentador", "maligno" y finalmente
"anticristo" (1 Jn 4, 3). Se le compara a un
"león" (1 Pe 5, 8), a un "dragón" (en el
Apocalipsis) y a una "serpiente" (Gen 3). Muy
frecuentemente para nombrarlo se ha usado el nombre de "diablo" del
griego "diaballein" (del cual "diabolos"),
que quiere decir: causar la destrucción, dividir, calumniar, engañar. Y a decir
verdad, todo esto sucede desde el comienzo por obra del espíritu maligno que es
presentado en la Sagrada Escritura como una persona, aunque se
afirma que no está solo: "somos muchos", gritaban los
diablos a Jesús en la región de las gerasenos (Mc 5, 9); "el
diablo y sus ángeles", dice Jesús en la descripción del juicio futuro
(cf. Mt 25, 41).
8. Según la Sagrada Escritura, y
especialmente el Nuevo Testamento, el dominio y el influjo de Satanás y de los
demás espíritus malignos se extiende al mundo entero. Pensemos en
la parábola de Cristo sobre el campo (que es el mundo), sobre la buena semilla
y sobre la mala semilla que el diablo siembra en medio del grano tratando de
arrancar de los corazones el bien que ha sido "sembrado" en ellos
(cf. Mt 13, 38-39). Pensemos en las numerosas exhortaciones a
la vigilancia (cf. Mt 26, 41; 1 Pe 5, 8), a
la oración y al ayuno (cf. Mt 17, 21). Pensemos en esta fuerte
afirmación del Señor: "Esta especie (de demonios) no puede ser expulsada
por ningún medio sino es por la oración" (Mc 9, 29). La acción
de Satanás consiste ante todo en tentar a los hombres para el mal,
influyendo sobre su imaginación y sobre las facultades superiores para poder
situarlos en dirección contraria a la ley de Dios. Satanás pone a
prueba incluso a Jesús (cf. Lc 4, 3-13) en la
tentativa extrema de contrastar las exigencias de la economía de la salvación
tal como Dios le ha preordenado.
No se excluye que en ciertos casos el
espíritu maligno llegue incluso a ejercitar su influjo no sólo sobre las cosas
materiales, sino también sobre el cuerpo del hombre, por lo que se
habla de "posesiones diabólicas" (cf. Mc 5, 2-9). No
resulta siempre fácil discernir lo que hay de preternatural en estos casos, ni
la Iglesia condesciende o secunda fácilmente la tendencia a atribuir muchos
hechos e intervenciones directas al demonio; pero en línea de principio no se
puede negar que, en su afán de dañar y conducir al mal, Satanás pueda llegar a
esta extrema manifestación de su superioridad.
9. Debemos finalmente añadir que las
impresionantes palabras del Apóstol Juan: "El mundo todo está bajo el
maligno" (1 Jn 5, 19), aluden también a la
presencia de Satanás en la historia de la humanidad, una presencia que se
hace más fuerte a medida que el hombre y la sociedad se alejan de Dios. El
influjo del espíritu maligno puede "ocultarse" de forma más
profunda y eficaz: pasar inadvertido corresponde a sus "intereses":
La habilidad de Satanás en el mundo es la de inducir a los hombres a negar su
existencia en nombre del racionalismo y de cualquier otro sistema de pensamiento
que busca todas las escapatorias con tal de no admitir la obra del diablo. Sin
embargo, no presupone la eliminación de la libre voluntad y de la
responsabilidad del hombre y menos aún la frustración de la acción
salvífica de Cristo. Se trata más bien de un conflicto entre las fuerzas
oscuras del mal y las de la redención. Resultan elocuentes a este propósito las
palabras que Jesús dirigió a Pedro al comienzo de la pasión:" ...Simón,
Satanás os busca para ahecharos como trigo; pero yo he rogado por ti para que
no desfallezca tu fe" (Lc 22, 31).
Comprendemos así por que Jesús en la
plegaria que nos ha enseñado, el "Padrenuestro", que es la plegaria
del reino de Dios, termina casi bruscamente, a diferencia de tantas otras
oraciones de su tiempo, recordándonos nuestra condición de expuestos a
las insidias del Mal-Maligno. El cristiano, dirigiéndose al Padre con el
espíritu de Jesús e invocando su reino, grita con la fuerza de la fe: no nos
dejes caer en la tentación, líbranos del Mal, del Maligno. Haz, oh Señor, que
no cedamos ante la infidelidad a la cual nos seduce aquel que ha sido infiel
desde el comienzo.
10.6.18
Carta de San Pablo a los Filipenses 1,27-28
Solamente les pido que se
comporten como dignos seguidores del Evangelio de Cristo. De esa manera,
sea que yo vaya a verlos o que oiga hablar de ustedes estando ausente, sabré
que perseveran en un mismo espíritu, luchando de común acuerdo y con un solo
corazón por la fe del Evangelio, y sin dejarse intimidar para nada por los
adversarios. Este es un signo cierto de que ellos van a la ruina, y ustedes a
la salvación. Esto procede de Dios,
28.5.18
La Conversión al Cristianismo Durante los Primeros Siglos, Autor: Gustave Bardy
El mismo procedimiento de acción individual se encuentra desde el origen de la Iglesia; y tal vez ha sido ésta la vía por la que durante los siglos el Cristianismo conquistó a la mayor parte de sus fieles. Todo creyente es necesariamente un apóstol:
desde el momento en que ha encontrado la verdad, no tiene descanso ni tregua mientras no haga participar de su felicidad a los miembros de su familia, a sus amigos, a sus compañeros de trabajo.
4.2.18
del Discurso del Papa Francisco a los Obispos en la Catedral de Santiago de Chile
La falta de
conciencia de que la misión es de toda la Iglesia y no del cura o del obispo
limita el horizonte, y lo que es peor, coarta todas las iniciativas que el
Espíritu puede estar impulsando en medio nuestro. Digámoslo claro, los laicos
no son nuestros peones, ni nuestros empleados. No tienen que repetir como
«loros» lo que le decimos. «El clericalismo, lejos de impulsar los distintos
aportes y propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético.
Ver Video:
Leer discurso completo aquí
Ver Video:
11.1.18
De la Eucaristía a la Trinidad, Autor: M. V. Bernadot
El cristiano es un sembrador de alegría; y por esto realiza grandes cosas. La alegría es uno de los más irresistibles poderes que hay en el mundo: calma, desarma, conquista, arrastra. El alma alegre es un apóstol: atrae a los hombres hacia Dios, manifestándoles lo que en ella produce la presencia de Dios. Por esto el Espíritu Santo nos da este consejo: nunca os aflijáis, porque la alegría en Dios es vuestra fuerza (Nehemías 8, 10)
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