Debo proclamar su nombre: Jesús es “el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,6). Él es quien nos ha revelado al Dios invisible, él es “el primogénito de toda criatura”, es el que “todo se mantiene en él” (Col 1,15.17). Es el señor de la humanidad y su redentor; nació, murió y resucitó por nosotros.
Es el centro de la historia del mundo; nos conoce y nos ama; es el compañero y amigo de nuestra vida “el hombre de dolores” (Is 53,3) y de la esperanza; es el que ha de venir y que, al final será nuestro juez y también, es nuestra confianza, nuestra vida plena y nuestra bienaventuranza.No acabaría nunca de hablar de él; es la luz, es la
verdad; mucho más, es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Él es el pan,
la fuente de agua viva que sacia nuestra hambre y nuestra sed. Es nuestro
pastor, nuestro jefe, nuestro modelo, nuestro consuelo, nuestro hermano. Igual
que nosotros y más que nosotros ha sido pequeño, pobre, humillado, trabajador,
oprimido, sufriente.
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