“Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el
cielo” (Mt 5,48)
En la medida que un cristiano profesa su fe y trata de vivirla, deviene insólito tanto para los creyentes como para los no creyentes. (…) Lo insólito del cristiano es simplemente su semejanza a Jesucristo, semejanza a Jesucristo incorporada a un hombre por el bautismo y que, atravesando su corazón, llega a flor de piel. (…)
No sólo cree en Dios, sino que lo debe amar como un hijo
ama a un padre amante y todopoderoso, a la manera de Cristo. (…)
No sólo ama a su prójimo como a si-mismo, sino que debe
amarlo “como Cristo nos amó”, a la manera de Cristo. (…)
No sólo es hermano de su prójimo, sino del prójimo
universal. (…)
No sólo da sino que comparte, presta pero no reclama,
está disponible para lo que le piden y para más de lo que le piden. (…)
No sólo no devuelve el mal, sino que perdona, olvida. No
sólo olvida, sino que cuando le hacen un mal, devuelve un bien.
No sólo sufre y es puesto a muerte por algunos, sino que
muere sufriendo para ellos. No sólo una vez sino cada vez. (…)
No sólo compartiendo lo que es de él o está en él, sino
dando lo único que Dios le ha dado como propio: su propia vida. (…)
No sólo es feliz porque vive gracias a Dios y por Dios,
sino porque vivirá y hará vivir a sus hermanos con Dios, para siempre.
La alegría de creer (La joie de croire, Seuil, 1968), trad.sc©evangelizo.org
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