8.2.09
Primera Carta a los Tesalonicenses 2, 3-4
En efecto, nuestra predicación no procede del error, ni de la impureza, ni del engaño, sino que, así como Dios nos ha juzgado dignos de confiarnos el Evangelio, así hablamos: no como buscando agradar a los hombres, sino a Dios, que es quien juzga nuestros corazones.
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