Si alguna vez nos sintiéramos especialmente desanimados por alguna enfermedad espiritual que nos pareciera incurable, no olvidemos estas consoladoras palabras de Jesús: Los sanos no necesitan médico, sino los enfermos. Todo tiene remedio. Él está siempre muy cerca de nosotros, pero especialmente en esos momentos, por muy grande que haya sido la falta, aunque sean muchas las miserias. Basta ser sincero de verdad.
No lo olvidemos tampoco si alguna vez en nuestro apostolado personal nos pareciera que alguien tiene una enfermedad del alma sin aparente solución. Sí la hay, siempre. Quizá el Señor espera de nosotros más oración y mortificación, más comprensión y cariño.
«Se curarán todas tus enfermedades –dice San Agustín–. “Pero es que son muchas”, dirás. Más poderoso es el Médico. Para el Todopoderoso no hay enfermedad insanable; tú déjate sólo curar, ponte en sus manos»(San Agustín, Comentario al Salmo 102).
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